Fe y Vida
Dr. Ángel Gutiérrez
Sanz.
Todos quisiéramos que este Año de la Fe fuera un año de gracia que nos
sirviera para creer más y mejor o lo que es lo mismo, nos ayudara a tener
una fe más auténtica; ésa de la doble exigencia : una de puertas adentro y
la otra de puertas a fuera. Con esto estoy diciendo que la fe tiene que ser
una virtud para ser vivida y también para ser testimoniada. Me centraré en
estas dos dimensiones de la fe.
Nadie puede decir creer de verdad si no vive su fe. El divorcio entre lo que
se cree y lo que se vive acaba siempre en una esquizofrenia espiritual
insufrible . No es cuestión de golpes de pecho y decir Señor, Señor con un
corazón fariseo, sino de vivir sumergidos en la vida y el misterio de Dios
con fidelidad a su palabra; pero como esto nos resulta a veces complicado ,
nos hemos hemos fabricado nuestro propio cristianismo. Hemos pasado del
“Cristianismo evangélico” a un cristianismo hecho a nuestra medida. Un
cristianismo por libre, muy en consonancia con el espíritu libertario de los
tiempos que nos ha tocado vivir, donde la libertad de expresión y de
pensamiento se anteponen a la fidelidad al sagrado mensaje, que nos ha
llegado a través del evangelio, cambiando así la hipocresía de antaño, por
el cinismo de ahora. Hemos llegado así a profesar una fe tan acomodaticia
a la cultura actual, tan poco exigente, que es difícil ya distinguir a los
cristianos de quienes no lo son; porque en el fondo unos y otros vamos por
la vida apegados a la tierra y carentes de una sobrenatural perspectiva, sin
que se vea en nuestros rostros la esperanza y la alegría de Cristo
Resucitado
Y lo peor de todo es que hay muchos que no lo quieren recocer y se
consuelan con un cristianismo folklórico inconsistente, contradictorio y falso.
No se dan cuenta que la fe es para vivirla y que si no es así para nada
sirve, porque se trataría de algo muerto. Este es un buen momento para
ser sinceros y autocríticos. A nuestro cristianismo le falta autenticidad y
esto es lo que más debiera preocuparnos, pues lo importante no es que los
cristianos seamos muchos, sino que lo seamos de verdad. No podemos
contentarnos con un cristianismo sociológico integrado por malos
cristianos, que no viven su fe, porque si así fuera estaríamos dando
muestras de que nos preocupa más el parecer que el ser. ¿ No habíamos
llegado a la conclusión de que lo que valía era el cristianismo responsable?
Desde esta simple reflexión es de todo punto denunciable la actitud,
bastante generalizada por cierto, de quienes se autodenominan católicos ;
pero no se consideran practicantes o de quienes hablan de un catolicismo
sin dogmas o de una religión sin fe. Seguimos bajo los efectos del
antropocentrismo modernista que considera que el hombre es la medida
de todas las cosas, autor y creador del Bien y de la Verdad, rebelde a todo
lo que nos viene de lo alto. Hemos aprendido a diseccionar la persona
contraponiendo lo que es la vida pública a la vida privada, hemos aceptado
la dicotomía entre lo que se dice y lo que se piensa, entre lo que se piensa
y lo se hace, en definitiva hemos aprendido a disociar la fe la vida, hemos
pretendido ser cristianos sin serlo.
La otra dimensión de la fe es la que hace referencia a la testimonialidad.
Cristiano quiere decir testigo de Cristo. Hubo un tiempo en que testimoniar
era sinónimo de argumentación debidamente razonada . Eran aquellos
tiempos en que la razón filosófica gozaba de un prestigio indiscutible, eran
los tiempos de las apologías y los apologetas; pero algo ha cambiado y las
cosa ya no son así. La razón ha dejado de ser esa “ diosa soberana
respetable y creíble” para convertirse en una “vieja hembra, embustera”
que diría Nietzsche maquinadora de argucias que suscita recelos en el
hombre moderno. En su lugar hoy se apuesta por aquellos testimonios que
van refrendados por la vida. Ya no sirve aquello de “ no des crédito a lo
que yo hago sino en lo que digo“. Esto ya no vale. Hoy, si no haces lo que
dices caes en desacredito. Por eso a los Apóstoles de la Nueva
Evangelización no sólo se les va a pedir sólo argumentos apologéticos que
demuestren que creer es lo más razonable del mundo, se les va a pedir
además testimonio de vida. Pocas palabras, sólo las justas, muchos
ejemplos que son los que en definitiva mueven. Quien no vive su fe, la está
difamando y difícilmente puede ser testigo de ella. Hoy más que nuca los
cristianos tenemos que hablar con el ejemplo si queremos ser creídos por
los hombres de hoy.
En tanto vivimos tiempos de confusión, la persecución del cristianismo no
cesa. Previsiblemente el futro que se avecina no va a ser fácil ; pero en
cualquier caso va a ser una una buena ocasión para poner a prueba a los
católicos. Ante la avalancha laicista que se nos viene encima, no hay lugar
para el cinismo, las mediocridades , la tibieza, o las dobles tintas. No diré
la única, pero sí una de las respuestas obligadas, frente a la violación que
se está produciendo de lo más sagrado del hombre, hemos de buscarla en
el testimonio valiente. Desde hace tiempo ser testigo de Cristo en nuestra
sociedad, comporta un cierto martirio incruento y puede que este peligro
vaya siendo cada vez mayor, por ello conviene estar preparados para
asumir riesgos , todos los que fueren necesarios.
El Año de la Fe nos brinda la ocasión de reflexionar sobre la necesidad de
vivir la fe que decimos profesar y de anunciarla también, pues sólo una fe
vivida nos hará crecer interiormente, sólo una fe vivida puede ser
testimoniada de forma convincente.