CARISMAS, DONES DE SEGUNDA
Padre Pedrojosé Ynaraja
Quisiera acabar hoy con estas divagaciones sobre los carismas, que no quieren, ni han querido
ser nunca lecciones teológicas. Lo fundamental, lo que encargó el Señor a los apóstoles fue la
predicación para que creyéramos, fuéramos bautizados y obtuviésemos la salvación. Para
desempeñar este programa era necesario que aceptaran, que se entregaran y que recibieran
no solo unas facultades, sino también unos medios peculiares. Algo así como cuando un
empresario contratará a un albañil, necesitará que tenga oficio, pero también le suministrará la
maquinaria y el utillaje correspondiente. No se concibe que alguien pretenda edificar una casa
con su única buena voluntad. Del patrón recibirá la paleta, la gaveta, el metro o la plomada,
amén del cemento y los ladrillos.
Sirviéndome del ejemplo, diré que al don de la Fe, le acompaña la Gracia, don este último que
le llega fundamentalmente por los sacramentos. Ahora bien, para ciertos menesteres, es
preciso una ayuda específica, a la que llamamos carisma. Aquel centenar y medio de hombres
y mujeres que se encontraban juntos el día de Pentecostés, que creían en Jesús resucitado y
se amaban, recibieron una plenitud divina, semejante a la que inundó a Santa María cuando a
Gabriel, que venía de parte de Dios, le dijo sí. Abrieron las puertas del recinto y abrieron sus
corazones, pero, ¿qué eran, a fuer de sinceros, respecto a la multitud congregada en
Jerusalén? ¿Qué suponían estadísticamente en relación al mundo judío y grecorromano que
les rodeaba?. Solo pensarlo descorazonaría, de aquí que para esta situación peculiar,
recibieran dones especiales, que llamamos carismas: capacidad de ser entendidos sin ser
políglotas, de que la Gracia obrara prodigios que deslumbraran a Simón el Mago, de recibir
visiones que ordenaran su comportamiento, sea Pedro en casa de Simón el curtidor o Ananías
en Damasco etc, etc.
Los carismas, entonces y ahora, son dones de segunda categoría, supeditados a la fidelidad a
principios superiores. He dicho al principio que no pretendo elaborar teología, sino comentar
algunos comportamientos, ya que, como también escribía, parece que para algunos y algunas,
los carismas propios, son condecoraciones a exhibir orgullosamente.
En primer lugar hay carismas deslumbrantes y otros que son muy discretos. Por lo que
cuentan, el P. Pio de Pietrelfina, recibió abundantes del primer orden y Charles de Foucauld
careció en toda su vida de ellos, siendo muy silenciosas sus facultades y no por ello ha dejado
de ser de enorme utilidad para la Iglesia su testimonio. Sin calcular meritos, nadie puede negar
la santidad de ambos. Sean resplandecientes o circunspectos, nunca deben dispensar del
ejercicio de las virtudes y de los mandamientos y consejos evangélicos. Voy a terreno concreto.
En los textos evangélicos y en los Hechos de los Apóstoles, recogemos dos comportamientos
ejemplares, entre otros: saludar y visitar. Pues bien, he lamentado muchas veces que personas
comprometidas en la Iglesia, y que dicen que su organización ha recibido un carisma especial,
no sólo no dirijan la palabra al cristiano que se cruza en su vida, sino que ni siquiera le saluden.
Moverse por una población o habitar en ella sin visitar a otras personas que también dicen
estar entregadas al servicio divino, es cosa frecuente y muy triste reconocerlo. Vuelvo a repetir
que el carisma nunca debe borrar deberes superiores. Recuerdo una religiosa ilustre dedicada
a la enseñanza, que satisfecha declaraba: yo lo que quiero es que mis niñas de lunes a
viernes, lleven vida piadosa. Lo que hagan el sábado y el domingo, es responsabilidad de sus
padres, no mía. Excuso decir que durante la semana asistían a misa y comulgaban y que los
domingos no iban a misa. Creerse con el carisma de la educación juvenil con tal criterio
irresponsable, es un error mayúsculo. Otro ejemplo. Escoger la vida misionera en países del
Tercer Mundo, es bueno. El Concilio Vaticano II lo reconoce y recomienda a los tales que
cuando vuelvan a sus tierras de origen, visiten a las comunidades en donde germinó su
vocación. Deploro comprobar que estarán con su familia, acudirán al médico, practicaran
Ejercicios Espirituales y se apuntarán a cursillos teológicos, todo ello laudable, sin duda, pero
se olvidarán de compartir con sus antiguos compañeros de colegio o de parroquia, aquellos
que fueron terreno donde se iniciaron sus inquietudes apostólicas y donde Dios puede
continuar llamando y su presencia pueda ser estímulo para una decisión semejante a la que
tomaron ellos o ellas.
Con estos ejemplos, y los vagabundeos anteriores, considero que es hora de abandonar el
tema.