Aprender a vivir bien
P. Fernando Pascual
1-6-2013
Cada ser humano aprende miles de cosas en el camino de su existencia. Unas para sobrevivir. Otras
para convivir. Otras para evitar peligros. Otras para desarrollar algún trabajo en el complejo mundo
que nos rodea.
Hay cosas que aprendemos para “vivir bien”. La fórmula “vivir bien” no resulta fácil de
comprender, pues existen ideas diferentes sobre lo que sea una vida buena, realizada, completa,
feliz.
Para algunos vivir bien consiste en gozar, en evitarse problemas, en tener dinero, en alcanzar cuanto
capricho pase por la cabeza. Ese estilo de vida, sin embargo, resulta frágil, variable, en ocasiones
dañino, y casi siempre implica una dosis elevada de egoísmo.
Para otros vivir bien consiste en conseguir poder, en triunfar ante los demás, en ser alabados y
reconocidos por cualidades reales o imaginarias. Una vida así, observaba Aristóteles, no está exenta
de problemas, sobre todo porque uno queda sometido al aplauso ajeno, tan variable como el viento
en algunas tardes de primavera.
Entonces, ¿en qué consiste vivir bien? Podemos acercarnos a la respuesta sólo si profundizamos en
lo que significa ser hombres: ¿qué nos define, qué nos caracteriza en nuestra humanidad?
Tenemos elementos y dimensiones comunes a los animales, pero en ese nivel no encontraremos lo
misterioso y lo específico del existir humano. Tenemos, además, una dimensión espiritual, con la
que pensamos racionalmente y con la que podemos tomar decisiones libres y responsables.
La vida buena, ciertamente, debe abarcar todo lo que es parte de nuestra condición humana: cuerpo
y alma, materia y espíritu. Pero se construye de modo concreto desde la inteligencia y la voluntad,
desde las capacidades de pensar y de amar.
Vivir bien, entonces, es posible cuando la mente alcanza esa verdad que tanto anhelamos, y cuando
la voluntad persigue y conquista un bien capaz de aplacar nuestros mejores deseos hacia el bien y la
belleza.
Para san Agustín, la vida buena sólo puede encontrarse en un Ser infinito, bueno, absoluto, eterno:
en Dios. Porque cualquier otro bien en nuestro mundo es caduco, como caduco es nuestro cuerpo.
Aprender a vivir bien, entonces, consiste en aprender a vivir en camino hacia un encuentro. Dios
nos espera, nos invita, nos ayuda. Sólo Él ofrece a nuestro inquieto corazón un bien capaz de
saciarlo plenamente, en este tiempo del existir terreno, y en el mundo de lo eterno.