Amor de Dios para sanar e iluminar
Por Luis Javier Moxó Soto, para autorescatolicos.org
Nos preguntamos qué hace falta para poder cambiar este mundo, considerado
por muchos como perdido y enfermo. Ciertamente no nos satisface tener en una visión
que nos deja más o menos sorprendidos o apesadumbrados. Sabemos que lo que
podemos hacer es más bien poco dada la seductora influencia del mal, que lleva a una
vía sin sentido y sin salida.
Pero no estamos solos, ni mucho menos. Hemos de ser conscientes de ello,
porque se nos olvida con frecuencia. En esta Pascua que estamos viviendo se nos lanza
el reto de verificar, en nuestra vida diaria, la presencia resucitada de Jesucristo. No lo
demos por supuesto, porque se trata de un trabajo, del reconocimiento y seguimiento de
una Presencia bien concreta.
Con Él ha quedado inaugurado el orden nuevo y el comienzo de la nueva
humanidad que camina irreversiblemente hacia su plenitud. Cuenta con cada uno para la
lucha o tensión moral de cada día. Él hace nuevas todas las cosas mediante Su Gracia y
Misericordia. Es el Camino, la Verdad y la Vida. Es Nuestro Salvador, que nos llama
cada día a renovar la confianza y esperanza en sus promesas de vida eterna, y podemos
colaborar con Él aquí y ahora con gestos concretos.
No convertirlo en algo abstracto es ya un paso, pero lo que supone vivirle
encarnado y presente cada día es otra cosa muy diferente. Cuando uno se pega a Dios
suceden cosas en los que le siguen. Verificar la propuesta cristiana es posible. El riesgo
de no arriesgarse en permitir que la razón se pregunte y llegue hasta el límite, que el
corazón encuentre su correspondencia, está siempre presente.
Nuestra libertad es ese factor de riesgo y de posibilidad donde nuestra vida, cada
día, en cada detalle, se juega el destino frente a la Palabra de Dios, frente a Ella hecha
carne. Y frente a esa capacidad nuestra está Su Amor Misericordioso. Reconoces y
sigues o simplemente lo sabes y pasas de largo. Ésa es la alternativa dramática en la que
está tejida nuestra existencia.
Hacer la experiencia del Amor reconociendo que estamos hechos de Él, que de
Él venimos y a Él vamos, que no podemos encontrar ni un átomo de felicidad o plenitud
fuera, que dependemos, que somos expresión de esa necesidad y deseo y que eso
constituye nuestra vida.
Él ya ha realizado su experiencia humana entre nosotros, y sigue ahora también.
Antes quien le veía podía ver, misteriosamente, al Padre. Así, hoy, quien quiere
reconocerle, ha de contemplar su imagen en cada uno de los que le siguen y en Su
Cuerpo, que es la Iglesia. Hagámonos esta semana la pregunta si estamos transmitiendo
adecuadamente Su presencia amorosa en nuestro entorno. En eso nos va a la vida y se
nos va a juzgar. Es Su Amor lo que puede sanar e iluminar nuestro mundo. ¿A qué
esperamos?