DE CAMINO
Casi a diario realizaba el mismo camino.
Casi siempre a la misma hora.
Fue así como descubrí tu presencia.
Fue así como fuiste ganando espacio en mi vida.
Por lo general te encontrabas entre otros muchos seres, muchas veces
niños, o realizando alguna tarea.
Cortando el cerco, leyendo, ayudando en los estudios a alguien,
conversando o hamacándote.
Creo que la primera vez que te vi fue en oportunidad de cerrar el portón de
tu casa mientras un grupito de niños te rodeaban.
Supuse serías una persona muy especial.
Sin imposiciones ni prepotencias fuiste ocupando un espacio muy
importante en mi realidad.
Era lo que hacía mucho más grato el cumplir con mi deber realizar aquel
camino.
Simplemente pasar y saludarte.
Simplemente saber que allí estabas mientras continuaba mi camino.
Alguna vez me detenías para obsequiarme un ramito de violetas de tu
jardín o alguna semilla de eucaliptos o algún jazmín.
Cosas casi tan sencillas como tú.
Recuerdo en una oportunidad yo ya iba de regreso cuando tú, caminabas
entre muchos niños.
Me detuve, bajé y te saludé entregándote un pequeño presente. Nada de
valor pero significativo para mí.
Allí me obsequiaste la inmensidad de tu sonrisa.
Alguna vez compartimos algunas palabras.
Aunque, en realidad tu hablabas y yo escuchaba la generalidad de las
veces.
Luego fuimos estableciendo una relación que se ha quedado en mi interior
como uno de esos grandes regalos que Dios suele hacer.
De ti aprendí que el tiempo y la distancia son cosas inventadas por los seres
humanos.
De ti aprendí que las personas importantes son las que verdaderamente
importan y no las que poseen grandes títulos.
De ti aprendí que para dejar su huella en alguien no es necesario pisar
fuerte o sacudir los pies con prepotencia.
De ti aprendí que una sonrisa es el mejor de los obsequios.
De ti aprendí que no es necesario ver a una persona para saber que está.
De ti aprendí lo reconfortante que es ocuparse de los demás con lo que uno
es.
De ti aprendí a valorar los sueños y a dar pasos para que se hagan realidad.
De ti aprendí que una flor vale, en oportunidades, mucho más que un gran
ramo.
Por ello es que recordar tu nombre es agradecer.
Llegaste cuando iba de camino y te has quedado, indudablemente.
Llegaste cuando iba de camino y perduras en mí.
Me enseñaste que no son necesarias alas para poder volar.
Me enseñaste que con muy poco se deja dibujada una sonrisa en el interior
de otra persona.
Me enseñaste a saber valorar a los demás por lo que son y no por lo que
poseen.
Yo iba de camino y tú estabas allí para enseñarme muchas cosas que habías
aprendido desde tus experiencias de vida.
En nuestro camino Dios siempre nos sorprende.
Son realidades ajenas a nosotros que nos hacen saber de sus obsequios.
Son realidades ajenas a nosotros que nos hacen descubrir de su amor.
Son realidades ajenas a nosotros que nos hacen disfrutar y aprender.
Son realidades ajenas a nosotros que nos enseñan siendo.
Son realidades ajenas a nosotros que siempre brindan mucho más que lo
que uno puede brindar.
Son realidades que nos hacen descubrir que uno simplemente es un deudor
desde la gratitud.
Yo iba de camino y tú estabas, desde siempre, esperando mi paso para
regalarme tu saludo.
Padre Martín Ponce de León SDB