LA HUELLA DIGITAL
EMILIO RODRIGUEZ ASCURRA
emiliorodriguezascurra@gmail.com
Un hombre preocupado por el sentido de su vida, anhelando una respuesta que lo sacara
del pozo existencial en el que se sentía hundido recurrió a ver a un sabio. Luego de
escucharlo atentamente el sabio le dijo: “Imagina que en una flor hay un mariposa, la
mas colorida y hermosa mariposa que antes jamás hayas visto, y tu tarea es atraparla,
tienes que hacerte con ella. Pues bien, te diré un secreto: cuanto más intentes y pienses
en esto mas lejos irá, mas a prisa se moverá. En cambio si permaneces tranquilo, cierto
día sin darte cuenta la descubrirás posada en tu hombro.”
Esta reflexión que escuché en uno de mis Ejercicios Espirituales es iluminadora para
pensarnos como aquel hombre, a cada instante nos interrogamos sobre el sentido de la
vida, sobre nuestro para qué sobre la tierra. A muchos ésta pregunta les aterra, otros se
sienten extraviados, y están quienes buscan, esperan ver a la mariposa posada en su
hombro en algún momento. En una sociedad como la actual sería fácil dar con el sentido
de la vida en alguno de los buscadores de internet, con tan solo un click.
Esto está lejos de ocurrir, pues un buscador nos conduce hacia sitios que pueden ser
visitados por todos, o por muchos, mientras que la mariposa es única para cada uno,
irrepetible. Como nuestra huella digital, nadie mas en el planeta tiene la misma
combinación genética, nos identifica, nos hace únicos, miembros de una especie: porque
todos tenemos una, pero al mismo tiempo sus datos son únicos y están reservados tan
sólo para uno.
En nuestra identidad, en ese quién soy es donde está el sentido, relacionado con la
misión que se inscribe en él y que nos está reservada. Descubrir quiénes somos fuera de
lo que los demás dicen de nosotros, es decir, adentrándonos en el mar de nuestro interior
es un desafío que se inicia desde muy temprano y al que vamos dándole forma con
nuestra existencia. No encontramos la respuesta a esa pregunta para comenzar a ser,
sino que vamos siendo mientras descubrimos quiénes somos, he ahí donde está el
sentido, no como fin sino como algo por descubrir en la medida en que intentamos
otorgarle a la vida uno hasta dar con la pieza clave, que nos resta para armar el
rompecabezas de nuestra identidad.
Encontrarnos con nosotros mismos es hacerlo también con nuestras sombras, Jesús supo
encontrarse con las propias, iba al desierto a orar, y orar es mirar para adentro, es
diálogo con el Padre que habita en nuestro interior. Encontrándonos con nuestro yo, con
nuestra propia identidad, nos encontramos con Dios, cabe aclarar que Dios no es nuestro
yo, ni el yo es Dios, pero sí es el lugar en el que Dios nos habla, el de la propia
conciencia.
¿Quién dice la gente que soy? (Lc. 19, 18-22), le pregunta Jesús a sus discípulos, a lo
que Pedro responde: Tú, eres el Mesías. No cabe duda de que el Apóstol ya se había
encontrado consigo mismo para dar tal afirmación con tal convicción; la fuerza del
Espíritu no sólo le revelaba, sino también le permitía afirmar que Jesús es ese que todos
esperaban: el Mesías prometido.
Jesús comprendió que su vida tenía un sentido, la entendió como una misión que llevar
adelante, y se animó a desarrollarla, se comprometió a llevarla a cabo. Muchos
personajes que nos han dejado un testimonio heroico también han sido descubridores de
ésta verdad: Mahatma Gandhi, Teresa de Calcuta, Martin Luther King, Pier Giorgio
Frasatti, sólo por citar a algunos.
La clave para ello está en no buscar el sentido de la vida en algo abstracto, sino en la
realidad cotidiana, cada día vamos construyendo el sentido al descubrir la misión que
nos está reservada en cada uno de ellos. Aceptar el desafío es sabernos capaces de
afrontarlo, no sin sinsabores incluídos, pero con la dicha de ser auténticos en un mundo
masificado. Cada uno de los ejemplos arriba propuestos se han caracterizado, entre otras
cosas, por ello.
Nuestra huella digital nos otorga una identidad única e irrepetible que con decisión y
voluntad (misión) moldea nuestra existencia, le otorga un sentido, al convertirnos en
servidores de la realidad humana; y una vida contemplativa, en armonía con la
naturaleza, al arte, el cosmos, le otorga, en palabras de Viktor Frankl, “la ocasión de
desplegar la plenitud de sus vivencias 1 .”
Preguntémonos por nuestra identidad y misión, como lo hicieron los Apóstoles que se
vieron interpelados por Jesús a dar un horizonte mas pleno a su existencia. En Él
encontraron la vida verdadera, la que redime y vivifica. Tomemos las palabras de Henry
Moore, escultor inglés, que con maravilloso realismo afirma: "El secreto de la vida es
tener una tarea a la cual puedas dedicarle la vida entera, cada minuto de cada día. Y lo
más importante: tiene que ser algo imposible de lograr".-
1
El hombre en busca de sentido, pp91