Revalorizar la educación
EMILIO RODRIGUEZ ASCURRA
emiliorodriguezascurra@gmail.com
La Educación, como la conocemos en la actualidad, es fruto de un proceso que data
desde siglos atrás, bien podríamos tomar el Renacimiento (siglos XV-XVI) como un
punto clave para el inicio de su desarrollo, aunque bien sabemos que la Edad Media con
el pensamiento escolástico constituyó un anticipo de ella. Es en este momento en el que
el hombre comienza a descubrirse no solo como individuo en relación con sus pares y el
mundo que lo rodea, sino principalmente como persona humana. Idea que trae aparejada
consigo el complemento de perfectibilidad.
Cuando un animal llega al mundo, al nacer, podría decirse que está concluido: así será
durante toda su vida; mientras que el hombre es un animal cuya característica distintiva
del resto es su capacidad racional, su ser pensante le permite dominar y modificar
responsablemente a la naturaleza en beneficio del bien común, además le abre un
abanico de posibilidades impensadas. Es pues un ser perfectible, tiene la posibilidad de
perfeccionarse, no es un modelo acabado en el sentido estricto del término, sino que
como individuo debe humanizarse, apropiarse de lo que le es propio: la historia común
con los de su pueblo, sus tradiciones, valores y costumbres, el estilo de vida, etc. hasta
hacerlo suyo, y desde allí proyectarse.
En materia educativa se habla así de un individuo que de habitante, luego de su paso por
las diferentes instituciones educativas: primaria, secundaria, educación superior; debe
cometer la aventura de convertirse en ciudadano, esto es en un sujeto que en relación
con otros y situado en un momento y en un lugar históricos se hace responsable de su
vida y, en parte, de la de los demás, sirviéndose de su propio entendimiento, como dirá
el filósofo alemán Immanuel Kant.
La educación aparece, entonces, desde su doble perspectiva, una formativa que intenta:
formar , y otra política : al ciudadano, como una herramienta imprescindible para la
construcción del sujeto social, y como instrumento para sentar las bases de la sociedad.
Podemos definir a la educación como una práctica social contextualizada que tiende al
mejoramiento integral de la persona, no a la supresión ni a su dominio intelectual, sino
al desarrollo de sus propias capacidades y talentos.
La educación es un proceso que no solo ataña a la responsabilidad de los gobiernos de
turno y a las instituciones correspondientes, si bien no puede negarse que sobre ellos
debe recaer la principal responsabilidad, sino que está en nosotros, pues somos lo que
han hecho de nosotros y lo que con ello nosotros mismos hemos podido hacer de
nosotros, casi un trabalenguas, difícil de comprender como el estado actual de la
educación argentina, que flaquea en busca de sentido, con vientos huracanados que la
arrastran hacia cualquier puerto de débil anclaje.
Somos todos quienes debemos hacernos responsables de la educación como aquel acto
intencional que forma a los futuros ciudadanos, en post de un país que encuentra en su
escuela su propia identidad.
En los inicios de la organización del Estado-Nación argentino al Presidente Sarmiento,
un visionario en materia educativa pese a que la historia no se lo reconozca con la
generosidad que debiera, y los que le sucedieron en el cargo buscaron en la educación la
cuota de argentinidad que “uniformara” a una sociedad inmigrante que debía integrarse
y hacer suya la patria naciente: “Haya maestros porque la escuela existe”, supo decir
impulsando las carreras magisteriales de los, y las, que serían los forjadores de la
identidad nacional en los pupitres de alumnos vestidos de blanco que lentamente iban
volviéndose ciudadanos.
La educación como práctica contextualizada se ha redefinido, es natural que así sea, y
hoy con un país con identidad propia, mas allá de sus idas y venidas en muchos
aspectos, debe afrontar otros desafíos como los de la marginalidad, la pobreza, las
nuevas tecnologías, los nuevos tipos de familia; es decir un mundo en constante cambio.
La escuela debe ser un lugar que no se margine de los mismos, cual si entre sus muros
solo se enseñen ideas e ideales que nada tienen que ver con este tiempo, sino que lejos
de negar lo que ocurre fuera de sus muros se sitúe en la sociedad misma como una
institución madura que los apropie críticamente y colabore en el progreso equilibrado
del resto de las instituciones y de las personas.
Así, entonces, es tarea de la educación lograr que el niño o el joven, devenido en
alumno, alcance una mayor aprehensión de su propia cultura, aquella que se encuentra
en lo cercano geográficamente e incluso la que nos acercan los medios de comunicación
desde cualquier punto del planeta, desde una conciencia crítica que le permita discernir
lo errado de lo verdadero, acompañado de valores que lo motiven al compromiso social,
especialmente con los mas vulnerables de las distintas capas de la sociedad.
Revalorizar la tarea educativa como una práctica antropocéntrica que se enfoca hacia el
bien común es el desafío que tenemos todos como ciudadanos, los que aun transitamos
los pasillos de sus instituciones y quienes lo han hecho en otro momento. La educación
es una tarea de todos y el compromiso debe ser permanente y auténtico, no proselitista,
porque como es la escuela será la sociedad del futuro, en palabras del Rey de España
Juan Carlos I de Borbón: “Un país es y será lo que ha sido su escuela.”
La reflexión que debemos hacer como sociedad es qué entendemos como educación,
¿una práctica transmisora de conocimientos que tiende al desarrollo integral de la
persona o una niñera paga por el Estado?