PALOMA-1bis-(cantar-12a)
Padre Pedrojosé Ynaraja
Las palomas, ¡qué animal tan simpático y gracioso cuando uno goza de tenerlas
libres y cercanas a su casa!. Entre las de vida salvaje, y, algunas de ellas de vida
migratoria, y las holgazanas de las ciudades, están las semi-domésticas. Por esta
tierra, hace años, junto a muchos gallineros, se montaban sencillas celdas en las
que los primeros días se les daba alimento, para, poco después, dejarlas libres y
que se lo buscasen por su cuenta. Volvían cada noche a dormir, acomodándose un
nido, donde incubaban generalmente dos huevos, de los que nacían los
correspondientes pichones. Algo así debían hacer las gentes del tiempo bíblico,
pues, en la explanada del Templo, existían comerciantes, dispuestos a venderlos a
aquellos piadosos israelitas que acudían a cumplir con la ley que asignaba esta
ofrenda a los pobres. ¿José y María los adquirirían en Belén o en este lugar?
Pese a ser objeto de sacrificio, y hay que advertir que es la única ave apta para
serlo, ya de antiguo se sentía ternura por las palomas, pues, al mismo Abraham se
le indica, como prologo al anuncio de buenas promesas, que ofrezca ciertos
animales partidos por la mitad, pero, en el caso del pichón, no debería matarlo. Las
aves de rapiña sobrevolaban sobre los animales preparados para el holocausto y el
patriarca las ahuyentaba, después cayó en profundo sueño, en el que le fue
revelado el futuro de su descendencia, sin que se diga qué se hizo, o si huyó, el
animalito(Ge 19,9). Los gemidos de la pareja en su época de apareamiento, que
reciben el nombre de zureos, y los movimientos que acompañan el galanteo,
sugieren amores, más que instintos. Tal es la simpatía que suscitan en las almas
sensibles, que el mismo Jesús, cuando por coherencia con la santidad del lugar
debió expulsar a los mercaderes del Templo, en el caso de los de las palomas, lo
hizo sin violencia. En otro lugar, el Señor nos aconseja que seamos cándidos como
palomas (Mt 10,16).
Paloma mía, en las grietas de la roca en escarpados escondrijos, muéstrame tu
semblante, déjame oír tu voz; porque tu voz es dulce y gracioso tu semblante, dice
el Cantar (2,14) Esta simpática y bella expresión o imagen, es utilizada en la
liturgia de las horas, en días dedicados a Santa María.
La amada, esposa o novia, del Cantar, de acuerdo con las costumbres de aquella
cultura y aquel tiempo, debemos imaginarla como una preciosa chiquilla de trece
años, con la apariencia de una joven de las nuestras, tal vez de diecisiete.
Soñadora, limpia su mirada, vivaracha en su comportamiento. ¿hay algo que alegre
más el alma que una sonrisa femenina de tal índole?
La descripción que de ella se dará en dos ocasiones (1,15 y 4,1), al referirse a sus
ojos, dirá que son palomas. ¡qué bella y apropiada imagen! Lamento que me
resulte difícil encontrar tales miradas. Con las que me cruzo, con las que atino a ver
a mi lado, en la mayoría de ocasiones, traslucen aburrimiento, intereses ocultos,
indiferencia… Si miro anuncios me ocurre lo mismo. Observo que los maquillajes,
en unos y otros casos, son de tonos fríos, azulados, que sugieren languidez
espiritual o insinúan reclamar proximidades compasivas o satisfacciones egoistas.
Ahora bien, de cuando en cuando, gozo de miradas transparentes, repletas de
jovialidad y vitalidad ilusionada. (Podría pensar que se trata de una vulgar
teenager, o quinceañera, pero no se me ocurre tal calificativo). La belleza de un
monumento, el encanto de una flor o de un pajarito, están condenados a la
desaparición. Cuando el hechizo de estas cualidades son humanas, pienso que
están destinadas a la eternidad y que, aun en el tiempo, dan gloria al Señor.
Recuerdo entonces la expresión de San Pablo: Glorificad a Dios con vuestro cuerpo
(I Cor 6,20). ¡Por nada del mundo me atrevería yo a ensuciar la maravilla de tales
miradas!.