La educación ética y el ser humano
P. Fernando Pascual
15-7-2013
Ofrecer una buena educación ética es un ideal y un deseo de muchos. Para alcanzarlo, un punto
fundamental consiste en entender un poco mejor lo que significa vivir como seres humanos.
Como las teorías sobre el hombre son muchas, no resulta fácil encontrar parámetros condivididos
para elaborar proyectos de educación ética que sean buenos y, en la medida de lo posible, eficaces.
Pensemos, por ejemplo, lo que ocurría (por desgracia ocurre también hoy) en sistemas totalitarios
que veían al ser humano como un simple engranaje del Estado. Estos sistemas enseñaban una ética
de sumisión al partido, a la ideología, a los principios de la “revolución” o de la “raza”. Toda
opción diferente a la “oficial” era considerada como dañina y, por lo tanto, castigada. La ética del
partido se convertía en la ética enseñada e impuesta a todos y cada uno.
Otro modo de entender al ser humano consiste en dibujarle como un animal sofisticado que busca
sobrevivir en un mundo hostil o, al menos, complejo. Esta perspectiva antropológica, que tiene
raíces en el darwinismo social y en ideologías de tipo materialista, concibe la ética como algo
funcionalístico que se orienta simplemente a sobrevivir en este mundo, sin apertura a horizontes tras
la muerte, y según criterios que pueden aprenderse, en parte, al observar comportamientos de
animales.
Hay quienes, en una visión contraria al totalitarismo o al biologicismo, han negado cualquier idea
de naturaleza humana y han concebido la ética como un camino para realizarse sin normas, sin
tabúes, en la máxima libertad y espontaneidad. Cierto existencialismo, como el de Sartre, sería
incapaz de enseñar normas éticas basadas en una naturaleza humana, precisamente porque negaba la
idea misma de naturaleza, por lo que la única educación ética sería aquella que promoviese la
libertad y la autorrealización de las personas.
Con estos tres ejemplos se hace patente la variedad de antropologías que existen en el mercado de
las ideas. Lo importante, entonces, es emprender un camino que sepa individuar aspectos
verdaderos de la condición humana que fundan criterios éticos válidos para todos, de forma que se
supere el peligro de visiones reduccionistas que se fijan en un aspecto y olvidan otros.
El camino no es fácil, porque algunas sociedades manifiestan actitudes de incomprensión hacia
razonamientos que a veces son vistos como abstractos o difíciles. Sin embargo, no podemos
quedarnos con los brazos cruzados ante un pluralismo que no solamente crea confusión, sino que ha
permitido y permite el que surjan propuestas de educación ética claramente injustas o libertarias,
hasta el punto de orientarse hacia la destrucción de la convivencia social.
Para dejar abierto un horizonte a ulteriores reflexiones, podemos reconocer inicialmente este
principio: una buena antropología será aquella que permita individuar las dimensiones centrales de
la condición humana y explicarlas en su totalidad, sin exaltar algunas a costa de postergar otras, y
sin construir teorías interpretativas que no lleguen a entenderlas de modo adecuado.
Se trata de un principio muy genérico, pero fecundo. En el fondo, consiste en desear tener una
mente abierta hacia los datos y una actitud interpretativa adecuada, con el fin de responder a una
pregunta insoslayable: ¿qué lectura sobre la condición humana permite elaborar un buen programa
de educación ética?