OJOS GRANDES
Muchísimas veces decimos de la necesidad de hacer lo que Dios
quiere.
Muchísimas veces nos pasamos la vida intentando escuchar la voz de
Dios.
En oportunidades pensamos que Dios no posee nada para decirnos.
Hay veces que creemos que Dios solamente está para las cosas
importantes y lo nuestro no posee más importancia que el hecho de
que sea nuestro.
Esperamos. Hay veces que, ansiosamente, esperamos.
Sabemos que ello es lo determinante para nuestro correcto obrar
y..... esperamos.
Si tenemos fe, nos acercamos a Cristo, y éste no hace otra cosa que
decirnos de la necesidad de hacer “la voluntad del Padre”.
¿Qué es lo que, verdaderamente, quiere?.
¿Cómo puedo hacer su voluntad si no tiene una palabra para mí?.
Cien mil preguntas del estilo se nos pueden llegar a ocurrir para
plantear ese silencio de Dios en nuestras vidas.
Mientras tanto....... Dios “se pone afónico” de tanto gritarnos.
Lo suyo es un cotidiano y constante grito de amor por nosotros.
Para poder escuchar la voz de Dios debemos a prender a ser
contemplativos de lo cotidiano.
Es poder llegar a ver “más allá de las cosas”.
Es poder saber escuchar una voz que nos llega mucho más allá del
mero envase con que la realidad se nos presenta.
Si muchísimas veces ni sabemos mirar las cosas ¿cómo podremos
llegar a ver más allá de ellas?.
Vivimos tan deprisa y tan pre - ocupados que muy difícilmente nos
detenemos a ver lo que hace a nuestro entorno.
Ser contemplativos de lo cotidiano es poseer la certeza de que Dios
nos habla desde las pequeñas cosas de nuestros días.
Es mirar para poder escuchar sin importarnos tanto por nuestros
decires.
Cuando llegamos a la seguridad de que la vida misma es un milagro
de amor es que todas nuestras miradas no hacen otra cosa que
buscar y encontrar los signos presentes del amor.
Es encontrarnos con la deslumbrante magia de que lo pequeño se nos
hace grande porque portador de los signos vivos del amor de Dios por
nosotros.
Nada se nos hace ni reiterado ni insignificante. Todo tiene la fuerza
nueva de un renovado amor.
Nadie ve las cosas que hacen a mi entorno como puedo verlas yo.
Hoy veré lo que habré de ver desde una perspectiva única e
irrepetible.
Podemos, sin miedo a un falso orgullo, descubrir que todo dice de
una relación muy particular que Dios, cotidianamente, establece con
mi persona.
Es para mí que ha puesto todas esas cosas que hacen a mi contexto.
Para que pueda aprender a vivir conforme una particular experiencia
de amor y respuesta.
Ser contemplativos de lo cotidiano es permanecer con los ojos
grandes para deslumbrarnos con el cotidiano misterio de su particular
amor.
Es jamás acostumbrarnos o perder nuestra capacidad de asombro
puesto que es siempre dejarnos sorprender con su novedad.
No podemos dejar de escuchar su voz que nos llega desde lo
extraordinario, desde esos momentos que sentimos como fuertes en
nuestra vida pero, muchísimo menos podemos dejar de prestar
atención a lo comúnmente cotidiano que es donde nos está,
permanentemente diciendo.
Es mucho más fácil decir que Dios no nos habla que el reconocer que
estamos sordos.
Tremendamente sordos.
Aburridamente sordos.
Somos grandemente injustos cuando le acusamos de ausente.
Siempre es mucho más fácil culpar a los demás que cargar con
nuestras propias responsabilidades.
Por ello es que sería bueno que, en lugar de reclamarle a Dios una
palabra, le pidiésemos nos ayudase a saber escuchar esas
muchísimas palabras suyas que nos perdemos a causa de ese no
tener tiempo o no estar ejercitados para ser contemplativos de lo
cotidiano.
Claro, escucharle es comprometernos a hacer de nuestra vida un
responderle y.... quisiéramos nos hablase extraordinariamente y no
desde algo tan cotidiano como lo cotidiano para que nuestra vida sea
nuestra mejor y más plena respuesta.
Padre Martín Ponce de León SDB