TODO CAMBIA
Ambos trabajaban.
La hija de la pareja asistía a la institución en la que prestaba servicios la
esposa.
Los fines de semana lo dedicaban a las diversas tareas de la casa. Era una
oportunidad mutua para ayudarse y compartir.
Repentinamente la situación cambió.
Él pasó al seguro de paro, por consiguiente, a tener todo el día para las
tareas de la casa.
Existían grandes posibilidades de que, al finalizar el tiempo del seguro de
paro, volvería a ser tomado por la empresa donde trabajaba.
Fueron meses de esperar, ilusionarse y estar en su casa.
Por momentos parecía que los días pasaban con demasiada prisa ya que las
muchas y diversas tareas que había para realizar en la casa ocupaban todas
sus horas.
Por momentos parecía que los días se hacían interminables ya que el estar
todos los días en su casa se le hacía tediosamente monótono.
Un día se enteró que pasaba a engrosar la lista de los desocupados.
Por edad era demasiado joven para ser un “viejo” y demasiado mayor para
ser un joven.
Ya no tenía esperanzas de un cercano ingreso a un nuevo trabajo, sabía que
su situación no habría de modificar los números de las estadísticas del
desempleo, y se dejó ganar por el desánimo.
Debía dedicarse a las tareas de su casa.
Se descubrió haciendo tareas que jamás había imaginado realizaría.
Pero, fundamentalmente, se descubrió pensando, en su lastimosa situación,
en forma constante.
Esto hizo que muchas cosas cambiaran para él.
Ya no aportaba ingresos a su casa y tal cosa le hacía sentirse un mantenido.
Ya no podía ejercitar su oficio y ello le hacía sentirse un inútil.
El apoyo y ánimo que recibía de su esposa no hacían otra cosa que sentirle
merecedor de su compasión.
Las tareas que realizaba ya no tenían el sabor de una ayuda para con su
casa si uno una pobre forma de matar el tiempo.
Ver salir, mañana a mañana, a su esposa rumbo a su trabajo le hacía
sentirse disminuido en su condición de varón.
Ya no tenía necesidad de levantarse temprano, podía quedarse a dormir
hasta media mañana, y tal cosa le hacía sentirse un vago.
Todo esto giraba, constantemente, en su mente, en oportunidades, sus
sentimientos, acentuaban alguno de los aspectos antes mencionados y todo
hacía que su ánimo se arrastrase un poco más sin llegar a sobreponerse.
Ya no quería salir con su esposa y su hija puesto que, al hacerlo, sentía
que, aún, era más carga para ellas.
Había perdido las ganas de reír puesto que todo resultaba, para él,
deprimente y opresivo. Pasaba muchas horas de sus noches sentado, en
silencio, ante el televisor sin prestarle atención al mismo y sin cebar el mate
que sostenía entre las manos.
Habíase vuelto más y más irritable. Sentía como que todo le molestaba u
ofendía. En oportunidades alcanzaba una mirada para que estallara en
fuertes demostraciones de mal humor.
Un día tomó conciencia que el problema no estaba en su esposa e hija sino
en él.
Desde ese día comenzó a ausentarse de su casa momentos antes que las
restantes integrantes de su familia regresaran.
Volvía cuando suponía que ambas ya estaban durmiendo. Si retornaba
antes de esto era él quien se retiraba a dormir sin tener muchas palabras
para decir.
Una noche llegó borracho a su casa.
Un nuevo infierno estaba por comenzar para aquella familia.
¿Cuál será el final de esta historia?.
¿Cuántas historias similares podrían relatarse?.
¿Existe algún posible remedio?.
¿Existe algún responsable?.
¿Hay algo que es posible hacer?.
Padre Martín Ponce de León SDB