Periferias existenciales
Autor: Emilio Rodriguez Ascurra
contactoconemilio@gmail.com
Si tuviésemos que destacar un criterio para comprender el rumbo de un
pontificado, podríamos detenernos en las expresiones que más caracterizan a los
pontífices, así a Juan XXIII, el Papa del Concilio Vaticano II, lo podríamos relacionar
con “cambio”, aggiornamento, puesta al día; a Juan Pablo II con “paz”, a Benedicto
XVI con “relativismo” en su defensa de la Verdad frente a una cultura pragmática.
Francisco, por su parte, ha hecho de “periferias existenciales” casi una clave
hermenéutica para comprender hacia adónde va su papado y, especialmente, qué
es lo que anhela para la Iglesia, hacia adónde desea no solo conducirla, sino
también llevarla, acompañarla.
Claro que este término no es tan fácil de comprender, si bien a simple vista así
pareciese, pues no se refiere solamente a periferias geográficas que harían
referencia a los territorios del planeta que aún falta evangelizar, o a periferias
sociales en la que quedarían englobadas las diferencias socioculturales de los
diversos pueblos, o periferias económicas a la que se sumarían las diferencias entre
quienes más tienen y aquellos que más necesitan, solo por citar algunas.
El Papa impulsa a la Iglesia a salir al encuentro del otro, a ir hacia las periferias
existenciales. “Una Iglesia cerrada es una Iglesia enferma. La Iglesia debe salir de
sí misma. ¿Adónde? Hacia las periferias existenciales, cualesquiera que sean, pero
salir”. Cabe preguntarnos: ¿es esto una novedad?, ¿qué quiere decirnos con estos
términos?, ¿hacia adónde vamos? Me atrevo a decir que la simplicidad y, al mismo
tiempo, la puntualidad con la que el Papa expresa cada una de sus ideas
constituyen un plan de acción pastoral, nadie queda excluido, mucho menos, es
este excluyente.
Nos moviliza a acercarnos a aquellos que necesitan de Jesús, quienes no lo conocen
o quienes conociéndolo atraviesan diversos momentos de dificultad, es decir, nos
induce a no quedar encerrados predicándonos a quienes ya estamos dentro de las
estructuras parroquiales, con nuestras luces y sombras, pero adentro al fin. Me
recuerda al envío misionero de Jesús a sus discípulos: “Vayan y anuncien la Buena
Nueva a todas las naciones”, no solo a aquellas en las que resultaría más sencillo
por haber en ellas un sentir religioso ya latiente, sino también a aquellos pueblos
más hostiles, más alejados.
El actuar concreto del Papa Francisco también nos ayuda a comprender a qué se
refiere con “periferias existenciales”, en Semana Santa, lavó los pies a menores que
viven en un instituto de minoridad, visitó enfermos, se acercó a los habitantes
humildes de una favela en Río de Janeiro, besa a los niños a su paso desde el
papamóvil; si bien esto no es propio tan solo de él, se ha encontrado con jóvenes
en proceso de recuperación de adicciones, etcétera; es decir, va más allá de los
muros del templo, sin por ello descuidar el sentido sacramental y de oración de las
comunidades cristianas. Por el contrario, se ha referido, en varias oportunidades, a
la importancia esencial de la vida sacramental y de oración de la Iglesia.
Pero ha dado un paso más, aquel en que nuestro querido papa emérito Benedicto
XVI siempre nos insistía, el de ser testigos y testimonio en nuestra vida diaria de
nuestra fe. Ir a las periferias es no dejarnos de ocupar de aquellos por quienes la
Iglesia siempre ha dedicado especial atención, dato no menor es que es la
institución que más centros hospitalarios, orfanatos, comedores, escuelas, etcétera,
tiene en el mundo, incluso, en regiones problemáticas como África. La clave de
Francisco está en no ver a nuestros hermanos necesitados como el campo de acción
de nuestra labor cristiana, sino comprenderlos como un campo de santificación
personal en el que contemplo en el otro su dignidad y el misterio que toda vida
humana de por sí posee, y ante la que abandono mi actitud de cristiano de manual
para hacer de las bienaventuranzas mi plan de vida: de oración y de acción.
Ser cristianos que caminan hacia las periferias existenciales es comprometernos,
seria y responsablemente, con los que menos tienen o, dicho de otro modo, con
quienes más nos necesitan: en particular, los niños y los ancianos, los extremos de
la existencia, como gusta llamar el papa Francisco, sin olvidar a tantos hombres y
mujeres que, aun con sus necesidades básicas satisfechas, viven vidas sin sentido,
encandilados por las luces del mundo del espectáculo que nos entretienen, nos
seducen y sorprenden, pero no colman nuestras expectativas más profundas ni dan
respuestas a nuestros más grandes anhelos.-