Sócrates y la búsqueda humana
P. Fernando Pascual
24-8-2013
Era un incansable buscador. De la verdad y de quienes llevasen a ella. Esa es una de las imágenes
más fecundas de un inquieto ateniense que se llamaba Sócrates.
Su drama, sin embargo, inició desde esa misma búsqueda. Porque buscar la verdad implica
desenmascarar la mentira. Y porque una búsqueda radical compromete toda la vida, hasta llevar al
riesgo de “fracasar” en un mundo donde la mentira se ha convertido en una moneda de uso común y
parece otorgar buenos resultados.
Pero la mentira no consigue saciar el corazón inquieto de un hombre honesto. Porque una mentira,
tarde o temprano, queda al descubierto. Si, además, esa mentira había sido acogida desde el amor,
provoca desengaños intensos y un sentimiento extraño de haber perdido el tiempo por haber
perseguido un fantasma de bondad y de belleza.
Por eso, la búsqueda compromete todo el corazón, todo el tiempo, toda la vida. Porque una vida sin
búsqueda no vale la pena ser vivida, según una idea que aparece en la “Apología de Sócrates”
escrita por Platón. Y porque sólo en la verdad cada uno puede llegar a ser mejor y a vivir en
plenitud.
Sócrates encarna, de este modo, el anhelo humano por la verdad. Su búsqueda no terminó con su
fracaso, pues no dejó de exhortar a sus amigos a seguir en camino. Tras sus huellas se han puesto en
marcha miles de hombres y mujeres hambrientos de certezas.
Buscar la verdad con la vida: el mensaje de Sócrates conserva su frescura. A pesar de los engaños
de falsos maestros, a pesar de las dudas que surgen en mil reflexiones nunca concluidas, a pesar de
las presiones de la opinión pública y de lo “políticamente correcto”, siguen abiertos caminos que
conducen a la verdad y la justicia.
Encontrar a un maestro bueno será, quizá, uno de los momentos más decisivos en esa búsqueda. Si,
además, ese Maestro sigue vivo y habla desde testigos auténticos, llegará el momento de reconocer
que la luz anhelada por Sócrates se hizo presente en la historia humana y tiene un rostro y un
nombre: Jesucristo.