Mes de la Biblia
TESTIGOS DE LA MISERICORDIA DE DIOS.
EMILIO RODRIGUEZ ASCURRA / contactoconemilio@gmail.com
“La fe no es una religi￳n del libro: el cristianismo es la religi￳n de la Palabra de Dios”,
nos exhorta el Papa emérito Benedicto XVI en Verbum Domini. Así el desafío está en
poder ver en ella al mismo Cristo, pues si reconociéramos que la Palabra de Dios no es
sino Dios mismo quien habla, nuestra vida cambiaría rápidamente hacia la conversión.
Habernos encontrado con la Palabra de Dios es habernos encontrado con Cristo mismo,
con Dios mismo que ha querido habitar entre nosotros haciéndose uno de muchos, pero
entregándose como solo él lo hizo.
En el Nuevo Testamento no se nos da solo una serie de preceptos morales o cultuales de
modo teórico, en el ante todo quedan reflejadas las obras, las palabras y sentimientos
mismos de Jesús, así como la vivencia religiosa de su tiempo y su necesidad de
purificación de todo aquello que los hace cumplidores de la Ley pero no testigos de la
misericordia de Dios. En el Primer Testamento se nos expone la más bella sinfonía de
amor del Dios creador y padre, al adoptar a un pueblo, y su relación con sus elegidos,
con aquellos sobre quienes ha depositado una promesa y que pese a sus vejaciones y
rebeldías no abandonará, por el contrario abrirá las aguas del mar rojo hasta darles al
final de los tiempos un Mesías.
La Palabra de Dios nos revela al mismo tiempo que interpela nuestras vidas y actitudes
con la llegada del Reino y la necesidad imperiosa de la conversión, del cambio de vida,
en post de su arraigamiento entre los hombres, pues cuando nos negamos al amor de
Dios y cerramos nuestro corazón a la conversión quedamos alienados en el error y la
cobardía, cuando no en le desidia. La conversión implica un cambio radical que va
obrándose en nosotros, que transforma nuestras vidas, nuestras instituciones y enriquece
nuestra vida de fe personal y comunitaria de manera gradual.
“Les aseguro que el que no reciba el reino de Dios como un ni￱o, no entrará en él”, esta
es la respuesta que debemos dar con nuestra vida a la Palabra que habla a toda nuestra
existencia, a cada rincón de nuestro ser. Un niño es aquel que se da sin condiciones ni
condicionamientos, tiene la capacidad de maravillarse, de dejarse asombrar, el adulto
tiene que tener la misma capacidad de abrirse a los cambios necesarios para el Reino. La
Palabra de Dios no puede dejarnos inmóviles.
Quien se encuentra con Jesús experimenta el gozo y la liberación. En nuestro tiempo la
clave de las personas es el éxito, hacia él encaminamos todos nuestros proyectos,
mientras que a Dios solo le importa nuestra fidelidad a él, al Reino que ya habita en
medio de nosotros aunque no haya alcanzad su plenitud. Así somos invitados a hacer de
la Palabra de Dios nuestro alimento diario del cual no solo podamos satisfacernos sino
nutrirnos, disfrutarlo. Ella no es un libro para ser leído sino para ser contemplado, pues
es el rostro de Dios mismo quien se ve reflejado en cada una de sus páginas, tampoco
debe ser simplemente memorizado sino vivido, pues el pueblo de Dios que desea serle
fiel debe dialogar con él en su Palabra siempre nueva y eficaz.-