La gacela
Padre Pedrojosé Ynaraja
Ignoro desde cuando y el porqué siento gran simpatía por este animal. Recuerdo,
eso sí, que a la primera patrulla del movimiento scout que fundamos en Vic, le
dimos este nombre, y que conste que ocurría en enero de 1949. Otro sí, el icono
mayor de mi colección, es el de “la boda del rey Salomón y la reina de Saba”, está
pintado sobre una piel de este animal. A la gacela, la mayoría de lectores solo lo
conocerá por fotografías o, a lo sumo, de haberlo visto en algún zoológico.
Gracioso, saltarín y de desplazamientos rápidos, es la damisela del desierto.
Nombrado siempre en femenino, evidentemente es un animal de ambos sexos. Sus
cuernos tienen forma de lira, más acusada en los machos. Vive en grandes
manadas, duerme muy poco y es capaz de correr a velocidades próximas a los
100km por hora, manteniendo los 50 con gran facilidad y durante periodos largos.
Pese a tener un cuerpo de aproximadamente un metro de longitud, su peso es de
unos 20kg. Su gracia y belleza simbolizan la tierra de Israel, conocida también
como Hatzvi Eretz, tierra de la gacela. (Evidentemente, todos estos datos
numéricos los saco de enciclopedias, no son fruto de mi observación personal).
Cambio de tercio. Para el mundo bíblico es animal puro, que el buen israelita podrá
comer en cualquier lugar y circunstancia. En la Escritura es nombrada 17 veces, en
diversos lugares, sapienciales, normativos y proféticos y siempre con aprecio. Me
detengo en el Cantar de los Cantares, como es lógico, dado que mi propósito es
describir animales y plantas que aparecen en este libro. Señalar que existen
ejemplares de ambos sexos, cosa evidente tratándose de un mamífero, era una
manera de adelantar que en el poema, se compara o exalta su excelencia, tanto del
amado, como de su amada. Si esto ocurre siete veces, obviamente, se referirá a
aspectos diversos.
Considerado como animal superior, respetable y admirado, en 2,7 y 3,3,5 “os
conjuro por las gacelas…”
La apreciada e inquietante curiosidad y agilidad de los movimientos del amado, se
asemeja a las de la gacela. 2,9 2,17 8,14.
El fragmento que sorprende, y que por cierto se repite dos veces, es cuando al
describir la belleza del cuerpo de la amada, dice que sus dos pechos son cual dos
crías mellizas de gacela. 4,5 7,4.
Me detengo un momento. Sé que la mayoría de lectores no recordará ambas
imágenes directamente observadas. Tal vez precise acudir a ilustraciones de libros
de ciencias naturales y recordar bellas esculturas.
Cuando uno observa en el desierto a gacelas en régimen de semi libertad, quiero
decir que puede desplazarse por un wadi, impedido de salirse del camino por
prudente alambrada, y a pocos metros las ve moviéndose, medio curiosas, medio
asustadizas, siempre bellas, admira la plasticidad armónica de sus formas
graciosas. Le interesa y disfruta de verlas, mucho más que los pequeños y exóticos
damanes o los ciervos de talla muy superior y berridos alarmantes.
Ver pechos idénticos, de equilibrado de volumen y oportuna situación en el torso de
una chiquilla de naciente juventud, es bella experiencia y gozo inmenso.
Y que nadie me tilde de obsceno. Templo del Espíritu Santo como es, o debe ser el
cuerpo humano, en mi caso de escogido y comprometido celibato, otra cosa que
admirar, sería profanarlo. Contemplar con mirada limpia, es respuesta al “glorificad
a Dios con vuestro cuerpo” a lo que invita San Pablo (I Cor 6,19).