UNA EXPERIENCIA INSISTENTE
Parecería que Dios no tiene apuro.
Con certeza se puede afirmar que Dios se mueve por sus tiempos.
Alguien dirá: “¡Claro, para Él el tiempo es relativo!”.
En oportunidades nos han dicho o hemos dicho, cuando se nos preguntaba
sobre el momento en que precisamos algo que se está solicitando que “lo
necesitamos para ayer”.
Ello no es otra cosa que una forma de expresar nuestra urgencia o nuestro
apuro puesto que, sobradamente, sabemos que es un imposible materializar
tal cosa.
Por otra parte vivimos inmersos en un mundo donde nos vamos
acostumbrando a lo simultaneo.
Tanto nos vamos acostumbrando a lo inmediato de los medios que llegamos
a pensar que el mundo funciona así.
Muchos complejos reclamos van acompañados del consabido e infaltable
“¡Ya!” por más que muy bien se sepa que las cosas no suceden así.
Escuchando hablar a algunas personas uno se encuentra con que idéntico
comportamiento es trasladado a Dios.
En oportunidades lejos se está de pedirle a Dios sino que le ordenamos lo
que debe hacer y “¡Ya!”.
Nos cuesta despojarnos de esa mentalidad del indicarle a Dios su tarea.
En oportunidades lo reducimos al genio de la lámpara de Aladino y,
parecería, su función no debe ser otra que hacernos los gustos.
Cuando nuestro pedido coincide con su proyecto parecería que hizo lo que
debía y, por lo tanto, no tenemos obligación alguna de manifestarle nuestra
gratitud.
Cuando nuestro pedido no se materializa muy pocas veces llegamos a
asumir el hecho de que hemos podido estar pidiendo equivocadamente.
Generalmente “el culpable” es Dios puesto que con facilidad le atribuimos
sordera o, en algunos casos, se llega a la negativa de su existencia.
Cuando pedimos correctamente lo hacemos sin poner condiciones y es allí
donde, con facilidad, descubrimos que Dios se rige por su tiempo.
La fe es insistencia.
Es un renovado acto de confianza en Dios a quien experimentamos con
nosotros.
Es, diariamente, ponernos en sus manos con la certeza no nos abandona y
quiere, para nosotros, únicamente, lo mejor.
La fe es esa insistencia que nos permite saber que, pese a nuestras
equivocaciones, algún día habremos de hacer coincidir nuestro proyecto con
el suyo.
Hacer tal cosa es, sin duda, equivocarnos muchísimas veces pero sabiendo
que Él jamás nos retira la confianza y podemos volver a intentarlo.
Es reafirmar la convicción de que es imposible para nuestras pobres fuerzas
pero jamás estamos solos en esa tarea.
Él siempre nos está acompañando y debemos saber dejarle actuar.
Esta es una de las grandes insistencias de nuestro desafío de vivir la fe. Dar
un paso a un costado en nuestro yo para dejar a Dios ser un poco más en
nosotros para, así, ser plenamente nosotros mismos.
Una y más veces nos habremos de poner en protagonistas y nos habremos
de equivocar pero debemos y podemos volver a intentarlo.
La fe no nos convierte en utópicos optimistas.
La verdadera fe nos hace tomar plena conciencia de nuestra realidad pero,
también, de que contamos con Él.
Esa es la fuente del auténtico optimismo que nos permite vivir la fe.
Por ello es que el hombre de fe es un ser pleno de esperanzas.
Nada, al hombre de fe auténtica, le aparta de esa convicción de que con Él
todo es posible.
No es una insistencia que me hace cómodo o tranquilo.
No esperamos que Él haga las cosas por nosotros.
Dios no es el genio de la lámpara que muchas veces nos intentan hacer
creer.
No nos quedamos de brazos cruzados porque “algún día será”.
Es una insistencia que se hace tarea y empeño cotidiano.
Es una insistencia que se hace actitud de vida.
Es una insistencia que se hace dejarle actuar siempre un poco más.
Padre Martín Ponce de León SDB