Canela
Padre Pedrojosé Ynaraja
El nombre me es nostálgico. Viene a mi memoria de inmediato, aquel tiempo en
que el lujo familiar de días especiales, se significaría en la mesa con el postre de
arroz con leche o natillas. Adornado cualquiera de e stos manjares, con algún
bastoncito de canela en rama y espolvoreado el entorno con la misma especia.
Todo un lujo de color y sabor.
Cuando leyendo el libro de Job, dice que al protagonista probado con el infortunio y
premiado por su coraje, Dios le enriquece con toda clase de fortunas, él pondrá el
nombre de Canela a la segunda de sus hijas, bella expresión de su estado de
ánimo. La ocurrencia me hizo gracia e imagino a la chiquilla con el agraciado cutis,
propio de mujercita mediterránea.
Posteriormente, interesado ya en los contenidos y las expresiones bíblicas, topé
con un curioso problema. El texto revelado distinguía la canela del cinamomo, pero,
en la descripción de los componentes de algunas golosinas o en el mercado de
Jerusalén, a la canela le llamaban cinnamon. Me ha costado encontrar la diferencia.
Como del segundo vegetal me he referir otro día, volveré a ello, aclarando la
cuestión.
Otro descubrimiento. Lo que para nosotros es un condimento, para aquella cultura
era un perfume, el más excelente. La canela es la reina de los aromas. Importado
de tierras lejanas y de mejor o no tan buena calidad, dependiendo de su
procedencia. La más apreciada es la común hoy en nuestros mercados. Procede de
Ceilán, su nombre científico es “Cinnamomum zeylanicum”. La de no tan alto
aprecio y de color marr￳n oscuro, es la “Cinnamomum cassia”: Saco dos
consecuencias de estos estudios. Respecto a la primera no tengo nada que añadir y
supongo es la que conocen los lectores. En relación con la segunda, me doy cuenta
de que se trata de la que compré en Nazaret, en aquel recinto que el ayuntamiento
ha preparado para ilustración de los turistas y que generalmente es ignorado por
los viajeros religiosos. (aprovecho para alertar que se trata de un recinto
interesante, que representa a villa del tiempo de Jesús. Labores domésticas,
artesanales y agrícolas, figurada sinagoga, campos de cultivo y aperos, todo
animado por personas silenciosas, hombres y mujeres, vestidos como en aquella
época y ocupados en sus aparentes menesteres).
Ambas canelas, pertenecen a la familia Lauraceae, nuestro humilde laurel. El
exquisito acompañante de muchos de nuestros guisos y que, en muchos sitios, allí
donde es posible encontrarlo los cortamos, para lucir sus tallos, junto con los de
olivo, el Domingo de Ramos, en honor y recuerdo de nuestro Señor, que entró
popularmente aclamado en Jerusalén y que nosotros revivimos al ingresar
procesionalmente en nuestras iglesias.
El Cantar lo menciona en 4,14. “eres, hermana y novia mía… un huerto… un jardín
q ue huele a alhe￱a, a nardo y azafrán, canela y cinamomo… un parque…”
Los antiguos pueblos eran muy sensibles a los perfumes, a las fragancias naturales
procedentes de los aceites esenciales de escogidas plantas. No necesitaban los 80
del clásico Chanel nº5, algunos sintéticos y que, aun así, debe ir cambiando su
fórmula, si quiere mantener su prestigio.
Está de acuerdo los entendidos, que el sentido del olfato tiene gran poder
evocador. En el ámbito de estos perfumes, nuestra cultura se preocupa menos por
la satisfacción sensorial, buscando más la excitación.
Al entrar en una casa, ciertos olores nos molestan. Tabaco, animales o sardinas
fritas, incomodan nuestro olfato. El perfume de la canela siempre satisface. Ojalá
que nuestro hogar y nuestra persona, fueran acogedores como esta especia.