DETERIORO EVIDENTE
Es uno de los primeros tiempos de nuestra actividad.
Es uno de esos “personajes” conocidos por sus trabajos anteriores.
El hecho de haber trabajado en un banco como limpiador y portero en un
apartamento céntrico lo hacían conocido de casi todos.
Según parece, el hombre de trabajo y dedicación, se veía transformado por
la bebida.
Él la consideraba su amiga y ella se volvía, más y más, su enemiga.
Esa bebida lo transformaba en un ser derrochador y violento.
Producto de esa violencia debió pasar un tiempo retirado de todo.
Al reintegrarse ya había perdido muchísimo.
Sus hijos no querían saber mucho de él.
Su mujer le había dejado.
Sus conocidos le abandonaron.
Así comenzó a hundirse más y más en la bebida.
Cuando le conocí ya era un hombre derrotado por el alcohol.
Cuidaba coches en una cuadra de una de las plazas de la ciudad.
Era fácil verle durmiendo en alguno de los bancos de esa plaza.
Era fácil saber que no le importaba, estando tomado, hacer en sus
necesidades corporales.
En alguna oportunidad debí ir a buscarlo en algún lugar de la ciudad caído
de tanto alcohol para llevarlo hasta su casa.
Un día desapareció de esa plaza.
Poco a poco lo habían ido alejando de aquel lugar.
Tiempo después apareció en otra plaza.
Continuaba cuidando coches pero lo hacía sin levantarse del banco donde se
instalaba.
Esta manera de cuidar coches hacía que sus ingresos fuesen mucho más
pequeños.
Él no sacaba para vivir sino para adquirir vino. Para vivir tenía su jubilación.
Por ello no faltaba, en el banco donde se instalaba, su bolso.
Allí guardaba algún diario o alguna novela que leía y la infaltable botellita
con vino que bebía tratando de ser disimulado.
Disimulaba hasta que ya nada le importaba y dejaba junto a él la botellita.
Poco a poco ha comenzado a deslizarse por un tobogán.
Un tobogán que lo va llevando a un deterioro evidente.
Su sordera se ha acentuado hasta aislarlo casi completamente.
Su cuerpo se va volviendo, a ojos vista, piel y huesos.
Su rostro se va demacrando y ello aumenta el tamaño de sus pómulos y de
sus ojos.
Su color se va volviendo en un progresivo ceniza.
Ya no para en plaza alguna puesto que apenas puede caminar.
Apenas prueba la comida ya que suele sentirse lleno con alfajores y papas
fritas.
Esa magra alimentación y la bebida le hacen sentirse “empachado” según
manifiesta.
Luego de cada encuentro en la mesa compartida uno escucha comentarios
similares.
“ᄀQué horrible está!”
“Ya está a una para salir”
“Que mal que lo veo”
Y nunca falta esa misma pregunta que muchas veces me he formulado.
“Qué se puede hacer por él?”
De nada sirve constatar su notorio deterioro.
De nada vale constatar que, poco a poco, se va hundiendo más y más.
Algo se debe poder hacer por él.
Hablarle de ir al hospital es recibir su aceptación como respuesta y su
negativa al momento de irlo a buscar.
Hablarle de su necesidad de alimentarse un poco más es recibir como
respuesta su estar “empachado” y, por ello, impedido de comer.
Él es consciente que va hundiéndose a pasos agigantados pero, parecería,
ha dejado de interesarse en dejarse ayudar.
Ello es, sin duda, lo que hace saber que está muy sumergido.
Sin duda que uno experimenta una cierta responsabilidad frente a su
realidad.
Pero esa responsabilidad llega hasta su voluntad.
Es allí donde toda buena voluntad se debe detener.
¿Es válida su voluntad o está tan deteriorado que hasta ella se ha
sumergido?
Padre Martín Ponce de León SDB