El cuervo
Padre Pedrojosé Ynaraja
Uno, que empezó a aprender Historia Sagrada en su tierna infancia cuando iba a un
colegio de los maristas en Burgos, sabe desde entonces, el protagonismo que a
esta ave le da la Biblia en el relato del Diluvio.
Mas tarde, se entera uno de que el profeta Elías vivió refugiado a la orilla de un
torrente, logrando subsistir, gracias al alimento que diariamente le proporciona un
cuervo. Un día se secó el riachuelo y el aprovisionamiento que le traía el volátil y
tuvo que abandonar la soledad y entregarse a un protagonismo y responsabilidad
social, que le dio muchos quebraderos de cabeza. Este episodio queda siempre en
la memoria.
Según cuentan los estudiosos, estos animales, durante toda su vida, se aparejan
entre sí los mismos sujetos, cosa que no es frecuente entre los animales y, que yo
sepa, ignoraría nuestro Gregorio Marañón, que se fijó en los patos, para disertar
sobre la perfección de la monogamia.
Hasta aquí, los comentarios son de elogio, ahora bien, fijándonos en su
alimentación, nuestro protagonista queda malparado. Come cualquier cosa, hasta
llegar a la carroña, consecuencia de esto último es su desprestigio y consecuencias
legales que acarrea. Es considerado animal impuro, no es lícito comerlo, ni ofrecerlo
en el Templo.
La fidelidad mutua entre la pareja, la manifiestan hasta en el vuelo. Su
impresionante desplazar es lento, sus alas desplegadas, son totalmente negras.
Semejante a él, de menor tamaño, pero también córvido, es el grajo. Abunda
mucho y vuela con gritos destemplados, en grandes bandadas. Sus dimensiones y
el color claro del contorno del pico, les distingue de sus congéneres mayores.
¿Para qué esta larga explicación, si de lo que se trata es de mencionar a animales o
plantas que aparecen en el Cantar? Mi respuesta evidenciará lo que hasta aquí
vengo contando. No se alude al cuervo directamente en nuestro poema de amor. Es
solo una referencia secundaria. Abro un paréntesis. En el terreno de la verdad que
es la ciencia, o el del bien, la medicina, existe un constante progreso, que aparta y
hasta llega a desacreditar lo que se había tenido por una verdad muy verdadera o
un producto muy útil. En el terreno de la belleza no existe total parangón. El valor
estético de un objeto, la hermosura de una persona, a preciosidad de una creación
artística, puede perder protagonismo, pero lo que es bello, siempre continuara
siéndolo. Estarán de moda unos criterios de formas y colores, que un día podrán
ser diferentes, pero la belleza permanecerá.
La amada, cuando en su exaltación quiere referirse a su enamorado, lo hace según
los atractivos más propios del lugar y época en que vive. En otro entorno y otros
tiempos, serian diferentes, pero no se incluirían en criterios de fealdad. En 5,11, lo
define así: “Su cabeza es oro, oro puro; sus guedejas, racimos de palmera negras
como el cuervo. Sus ojos como palomas junto a arroyos… Ha dicho que su cutis es
moreno, se refiere ahora al cabello y le atribuye la negrura, muy propia del genuino
varón mediterráneo. (De otra manera sería, si habitara en países nórdicos. Intenso
azabache en el sur, dorado en el norte, uno no excluye al otro. Son beldades
diferentes).