MANDRÁGORA
Padre Pedrojosé Ynaraja
Suena tan bien el nombre, que algunos creen que es simbólico o imaginado y no
corresponda a algo real. Pues sí, se trata de una planta solanácea. Antes de seguir
la descripción, adelanto que aparece solo en dos lugares bíblicos. En el Génesis,
objeto de intercambio entre Lía y Raquel y en el Cantar, una alusión pasajera, como
ocurre con otros vegetales.
Me intrigaba de antiguo esta planta, pues, sabía que era de hechiceras. Me enteré
más tarde que como el beleño, el estramonio o la digitalis purpurea, las utilizaban
de antiguo para frotarse la piel con ellas, las llamadas brujas y alcanzar así
situaciones alucinantes, creyendo ver y ser auténtico, lo más extraño, repugnante o
mágico, que uno pueda imaginar. De la que dedico estas líneas, para más inri, se
creía germinaba y crecía bajo el suelo donde había muerto un ahorcado. Rastrear
por Google este tema, resulta sorprendente y hasta morboso.
Es planta, dicen los manuales serios, que crece silvestre en tierras europeas,
principalmente mediterráneas y amigos míos franciscanos, la han visto, según me
cuentan, en Nazaret y en el Tabor. Yo la he buscado en jardines botánicos de
Madrid, Jerusalén y Neot Kedumin, sin poder verla, tal vez no era tiempo oportuno,
deduzco ahora. Creer que estaba prohibida, me resultaba extraño, ya que las otras
que he mencionado, también tóxicas, las he encontrado, y sin buscarlas, desde
Asturias hasta el Pirineo catalán. Me decidí un día por emprender otro camino y
compré por Internet semillas en Italia, Alemania y Andalucía. En algún caso la
adquisición ha sido fraudulenta, me han dado gato por liebre, como dice el vulgo,
otras germinaron sin llegar a crecer y las pocas que lo han hecho, no he conseguido
hasta ahora verlas florecer.
Vuelvo a la Biblia. Lo que uno ve del vegetal no interesa, que son hojas semejantes
a las de la acelga, carece de auténtico tronco. Lo importante es la raíz, que en
muchos casos se divide en el subsuelo en algo así como dos zanahorias. Con un
poco de imaginación, semejarían estas las piernas de un varón y aquí radica su
interés y simbolismo antiguo. En ellas reside la substancia alucinógena, dicho sea
de paso. Poseer estos “nabos” la mujer, le facilitaba fecundidad, según pensaban.
He aquí el fragmento del Génesis: Una vez fue Rubén, al tiempo de la siega del
trigo, y encontró en el campo unas mandrágoras que trajo a su madre Lía. Y dijo
Raquel a Lía "« ¿Quieres darme las mandrágoras de tu hijo? » Respondióle: « ¿Es
poco haberte llevado mi marido, que encima vas a llevarte las mandrágoras de mi
hijo? » Dijo Raquel: « Sea: que se acueste contigo Jacob esta noche, a cambio de
las mandrágoras de tu hijo. » A la tarde, cuando Jacob volvió del campo, sale Lía a
su encuentro y le dice: « Tienes que venir conmigo porque he pagado por ti unas
mandrágoras de mi hijo. » Y él se acostó con ella aquella noche. Dios oyó a Lía, que
concibió y dio un quinto hijo a Jacob. Y dijo Lía: « Dios me ha dado mi recompensa,
a mí, que tuve que dar mi esclava a mi marido. » Y le llamó Isacar.(3,14 ss).
Añado ahora el del Cantar: ”Allí te entregaré el don de mis amores. Las
mandrágoras exhalan su fragancia. A nuestras puertas hay toda suerte de frutos
exquisitos”. (7,13). Aquí sí que me siento intrigado. Los libros dicen que las flores
huelen que apestan, la amada habla de fragancia. ¿Quién tendrá razón?. Saqué el
año pasado raíz de un ejemplar, que por cierto era de “triple pernada”. Pienso
impaciente que tal vez la próxima primavera, alguna de las dos que me quedan,
den flor. El lector puede opinar que preocuparse por tales detalles es cosa fatua.
Interesarme por las plantas y raíces, lo he dicho en otras ocasiones, es imitar al rey
Salomón (IRe 5,13) o con ello también introducirse uno suavemente en la lectura
de la Biblia, como aconsejaba en el mayo pasado, el Papa Benedicto XVI.