INCLUIDO
Resulta muy reconfortante poder acercarse a los relatos evangélicos.
Cuando nos acercamos a los mismos no podemos despojarnos de nuestra
condición.
Ella nos hace saber que estamos lejos, muy lejos, de cualquier tipo de
perfección.
No podemos obviar nuestra condición de pecadores.
Es, desde allí, que intentamos acercarnos a Cristo.
La fe está lejos de ser un seguro de perfección en el que podemos
refugiarnos. La fe nos permite vivir en una realidad de conversión
permanente.
La fe, también, nos ayuda a tomar conciencia de nuestra condición de
pecadores.
Cuando, desde la fe, nos acercamos a los relatos evangélicos es que
tomamos plena conciencia del hecho de poder tener un lugar en el camino
de seguimiento de Cristo.
Quizás pueda resultar una afirmación un tanto fuerte pero..... me animo a
decir que “los perfectos” no tienen lugar en el camino arriba mencionado.
En ese camino hay lugar para los necesitados de conversi￳n. (“No he venido
para los sanos sino para los enfermos”).
Junto a Él hay lugar para los que asumen, en plenitud, su condición de
pecadores y, por lo tanto, necesitados de la misericordia de Dios.
Asumir, en plenitud, nuestra condición de pecadores nos hace intentar
tener, para con los demás, “entra￱as de misericordia” como Dios las tiene
para con uno.
Es el que no se ve en la necesidad de “rasgar sus vestiduras” ante las faltas
de los demás sino que comprende y acepta la debilidad de cada uno.
Es el que no juzga y condena sino el que brinda una nueva oportunidad.
Es el que sabe que el perdonar conlleva, necesariamente, grandes cuotas de
madurez ya que es la manera del comportamiento de Dios. Muchas veces
solemos decir que no somos Dios para perdonar........ ¿no será que no
podemos perdonar porque no sabemos reconciliarnos?.
Si el transitar por el camino propuesto por Cristo estuviese reservado para
“los perfectos”..... ¿cuántos nos veríamos impedidos de esa posibilidad?.
Si seguir a Cristo fuese una prerrogativa para “los perfectos”........ ¿cuántos
seguidores podría tener?.
Desde los relatos evangélicos nos adentramos a un mundo donde los
pecadores poseen un lugar especial y preferente pero, también, un mundo
donde todo es una constante invitación a la conversión.
Cristo no obliga. Sugiere, insinúa, invita y ello desde un particular clima de
fraterna acogida.
La relación de Cristo, según los relatos evangélicos, con los pecadores que
se llegaban hasta Él está colmada de cálida y sincera fraternidad.
Nadie, como Él, poseía la suficiente autoridad como para ser un justo juez
de las conductas de los demás pero esa actitud no la encontramos.
Nos encontramos con el gozoso hermano que recibe, con los brazos y el
corazón abierto, a quien se acerca en busca de ese perdón que lo colme de
paz.
Gratamente reconfortante es encontrarnos con relatos como el de aquella
mujer encontrada en notoria situación de pecado.
De su boca no surge ninguna pregunta indagatoria acerca de la actitud que
había llevado a aquella mujer a ser condenada.
Mucho más le importa la actitud hipócrita de sus acusadores. “El que no
tenga pecado que arroje la primera piedra”.
“¿D￳nde están los que te acusaban?”. Allí, parecería, comienza a importarse
por aquella mujer. Recién allí le dirige la palabra.
No canoniza el actuar de la mujer pero tampoco se transforma en juez (“Yo
tampoco te condeno”) pero....... concluye con un: “Vete y no peques más”.
Junto a Cristo, para poder transitar su camino, hay lugar para los pecadores
que, consientes de su condición de tales, están dispuestos a convertirse.
Esto es lo que permite que uno pueda decirse: “Allí me incluyo”.
Sí, en el seguimiento de Cristo, solamente hay lugar para quienes
experimentan la necesidad de la misericordia suya y, por ello, capaces de
dar una nueva oportunidad a los demás.
Sólo quienes se incluyen entre los necesitados de Él tienen lugar para
seguirle.
Padre Martín Ponce de León SDB