Dar vida a la filosofía antigua
P. Fernando Pascual
7-12-2013
La filosofía antigua conserva una vitalidad sorprende, pero puede morir bajo el peso de estudios
demasiado científicos.
Es cierto que hay que reflexionar y analizar bien los textos y la época en la que se escribieron. Es cierto
que conviene observar los influjos recibidos y las relaciones de unos escritos con otros. Es cierto que la
filología tiene que pronunciarse para llegar a una mejor comprensión de los términos y de las frases. Es
cierto que también el estudio de los manuscritos y de la transmisión de las diferentes versiones merece
una seria atención.
Sin embargo, limitarnos a eso podría llevarnos a fosilizar propuestas, reflexiones, ideas y estímulos que
conservan su valor más allá de las observaciones, algunas imprescindibles, de los especialistas.
Desde luego, tomar un diálogo de Platón, un tratado de Aristóteles o una carta de Séneca y leerla sin
ninguna introducción puede llevar a conclusiones equivocadas. Pero incluso en ese caso, haber sido
estimulado con razonamientos del pasado sobre la vida, la muerte, el alma, el bien, la justicia, la
verdad, la belleza, es siempre algo de gran ayuda en el camino que cada ser humano emprende para
buscar respuestas a sus preguntas más íntimas y más decisivas.
Por eso los especialistas pueden hacer mucho para sacar de las bibliotecas a pensadores que, con sus
límites y sus defectos, han tocado temas decisivos para los hombres y mujeres de cualquier época
humana. Con su ayuda será posible dar vida a la filosofía antigua, desde los abundantes tesoros
elaborados por los pensadores de aquel tiempo, con su intensa inquietud intelectual, su actitud
reflexiva, y su amor a la verdad.