Incienso
Padre Pedrojosé Ynaraja
El sentido del olfato está bastante olvidado como lenguaje personal. Hay cosas que
apestan, decimos. Cuando uno al entrar en una mansión y con ganas de comer,
percibe el aroma de un guiso. Ambientes que por haber estado demasiado tiempo
cerrados despiden desagradable hedor. En otras ocasiones, cuando pasado un largo
periodo estival sin llover y caen las primeras gotas, percibe uno un olor agradable
de tierra moja. Son olores que experimentamos sin buscarlos.
He estado improvisando el recuerdo de antiguas vivencias, agradables unas,
desagradables otras, para llamar la atención sobre este sentido con frecuencia
bastante olvidado.
Si es verdad lo dicho, también que la industria, el comercio y otros intereses, se
preocupan de ofrecérnoslos “en conserva”. Me estoy refiriendo a los perfumes. En
primer lugar los derivados de las plantas aromáticas. No hay que olvidar que
también se ofrecen, los llamados desodorantes, que raramente lo son, puesto que,
en realidad, son substancias tampón, que con sus efluvios, tratan de ocultar el que
molesta.
Han nacido así los perfumes especializados. Generalmente para mujeres, varones o
niños. Las fragancias son campo útil y apreciado para ofrecer como regalo. Regalo
autentico en principio, cosa de la cual nadie puede dudar. No sirven para nada
imprescindible, ni enriquecen. Son, o debieran ser, simples muestras de amor,
lenguaje simbólico que solo el hombre es capaz de crear. No he visto a ningún gato
que regale algo a la gata que comparte la misma mansión.
Este largo preámbulo me sirve para situar el valor antropológico del perfume y ya
se habrá adivinado que invade el sentimiento más preciado del ser humano: la
capacidad de amar. Lo dicho también me permite dar un paso adelante y preguntar
¿existe un perfume de Dios o para Dios?. ¿Quién lo ha escogido?. En nuestras
culturas occidentales, el incienso ha sido el predilecto.
Se trata de la resina de un arbusto propio de ciertas regiones de Asia, el Boawelia
sacra, que las antiguas caravanas de mercaderes, ocultaban el lugar de donde
estaban situadas, de aquí que, además de agradables, resultaban enigmáticas. Hoy
en día es conocido de donde procede, principalmente en la costa sur de la península
de Arabia. En los alrededores de los parajes donde abundan, se organizan
mercados públicos de esta substancia. Me trajeron de allí una cajita del más puro y
sencillo. En este, como en tantos otros terrenos, se mezclan otras resinas o aceites
esenciales, para variar o mejorar las sensaciones.
En la liturgia latina, se prescriben en ciertas ceremonias la incensación de
imágenes, altares o hasta de la misma Eucaristía. A la gente, en general, no les
satisface. En las orientales tanto en los ritos como en el mismo ámbito, se percibe
un místico y agradable olor. ¿por qué pasa esto?. Pues, porque entre nosotros no
se cuidaba este perfume. En muchos casos se compraba aquel que resultaba más
barato y que, como puede suponerse, la materia prima estaba casi ausente.
Tengo incienso de rosas y de jazmín. Mezcla primorosa y artesana de aromas
escogidos, obra de monjes griegos. Es caro, pero Dios se lo merece. Dicho sea de
paso, en el texto bíblico, el incienso es mencionado 148 veces. Y en la formula de
los mejores perfumes, pese a que no se publique, se sabe que entra en su
composición el incienso.
¿Y qué tiene que ver lo dicho con el Cantar? No olvidemos que es un poema de
amor y que por tanto no podía faltar este perfume. Cuando se divisa la comitiva
real, se la percibe envuelta en nubes de incienso (3,6). El enamorado dice: “Antes
que sople la brisa del día y se huyan las sombras me iré al monte de la mirra a la
colina del incienso” (4,6). Imagina que su amada es un huerto cerrado donde se
goza de perfumes de nardo y azafrán, caña aromática y canela, con todos los
árboles de incienso, mirra y áloe, con los mejores bálsamos (4,14.)