CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO A
(Isaías 7:10-14; Romanos 1:1-7; Mateo 1:18-24)
Hace seis meses el Vaticano anunció la añadidura de algunas palabras en la oración
eucarística. No sé si ustedes se hayan dado cuenta del cambio. Si escuchamos
bien después de la consagración, vamos a oír dicho el nombre de “san José”,
esposo de María. Según el decreto Vaticano, san José era persona tan bondadosa y
humilde que sirva como modelo de todos los hombres. Se espera que no se falte el
respecto al decreto por decir que san José tuvo otra cualidad aún hay más
significativo. Como dice el evangelio en la misa hoy, José era “justo”.
Hay que conocer el contexto de la situación para apreciar la justicia de san José. A
lo mejor ha pagado una dote para casarse con María. Cuando se entera de su
embarazo, él tiene el derecho de divorciarla en pública para reclamar su caudal.
Sin embargo, antes de escuchar el mensaje del ángel en su sueño que María
concibió por el Espíritu Santo, él prefiere divorciarla en privado. Es tan justo que
quiere salvar a María de la desgracia de un procedimiento abierto. Así, san José no
sólo acata la letra de la ley judía sino también cumplir su espíritu. Pues, el
propósito de la ley es hacer al hombre misericordioso como Dios. En el Sermón del
Monte, más adelante en el evangelio, Jesús mandará a sus discípulos que sean
perfectos como Dios. Aquí san José ejemplifica exactamente cómo hacerlo.
Vivimos en una edad cuando todo el mundo busca la justicia con la reclamación de
los derechos humanos. Al ver la condición subhumana en que muchos hombres y
mujeres viven, no se puede trivializar este empeño. Pero los derechos entre
personas muchas veces chocan de manera que sea difícil determinar quién tiene
razón. ¿Los pobres de países subdesarrollados tienen más derecho de emigrar que
los pueblos del país de destinación tienen el derecho a mantener el orden dentro de
sus fronteras? O ¿una familia en los Estados Unidos tiene más derecho para un
segundo coche que una familia en Tanzania tiene derecho de un motor? Cuestiones
como éstas son tan imposibles a resolver que nos haga falta otro criterio para llegar
a la justicia. Tenemos que dejar algunos de nuestras reclamaciones para derechos
– en otras palabras, tenemos que sacrificarnos – para alcanzar la justicia
verdadera. Esta voluntad de sacrificarse para el bien de los no conocidos no es
función de la naturaleza humana. Más bien, es producto de la gracia de Dios. La
justicia es producto de la gracia.
Padre Carmelo Mele, O.P