AUTORIDAD PATERNA
Y EDUCACIÓN DE LOS HIJOS
Entre no pocos padres se ha extendido la idea de que para que su hijo
llegue a ser él mismo necesita una total autonomía de opiniones, creencias
y opciones de vida. Ellos mismos se prohíben incluso enseñar al hijo cómo
debe comportarse. Son de hecho simples amigos de sus hijos (“colegas”) y
meros acompañantes sin influencia alguna en su crecimiento. Han
renunciado al ejercicio de la verdadera autoridad paterna.
La realidad es que los niños y jóvenes no viven en una burbuja. Si los
padres no transmiten a sus hijos los valores fundamentales de la vida, otros
moldearán su personalidad: la escuela, los medios de comunicación, los
ídolos juveniles, la pandilla o los grupos ideológicos y económicos.
La educación de los hijos es fundamental para construir la comunidad
familiar. Los padres no pueden renunciar a la autoridad paterna, que han de
ejercer como un servicio al bien de sus hijos y ha de estar ordenada “a
hacerles adquirir una libertad verdaderamente responsable”, decía Juan
Pablo II en su Exhortación sobre la Familia (FC 21). Ni pueden mantener los
padres “una presencia menor en la acción educativa” de sus propios hijos
(FC 25). Por su parte, los hijos contribuyen a la edificación de una
verdadera familia mediante el amor, el respeto y la obediencia a sus padres
(FC 21).
El derecho-deber educativo de los padres, esencial y primario, es también
insustituible e inalienable. “No puede ser totalmente delegado o usurpado
por otros” (FC 36). Con confianza y valentía los padres tienen la obligación
de transmitir personalmente a sus hijos los valores esenciales de la vida: el
sentido de la verdad y de la justicia, el respeto a la dignidad de la persona,
el sentido del verdadero amor, como servicio solidario a la sociedad, y como
entrega de sí mismos. Sin olvidar una adecuada educación sexual de sus
hijos, que también es un derecho-deber fundamental de los padres y que
“debe realizarse siempre bajo su dirección solícita, tanto en casa como en
los centros educativos” (FC 37).
El amor paterno y materno es el elemento fundamental del derecho-deber
educativo de los padres. Es fuente, alma y norma de toda la acción
educativa en el seno de la familia, que implica dulzura y bondad, pero
también constancia y espíritu de sacrificio (FC 36) en la transmisión eficaz
de los valores esenciales para el crecimiento integral –no sólo físico- de los
hijos.
MARIANO ESTEBAN CARO