El gozo de la Navidad.
Ángel Gutiérrez Sanz ( autor del libo “ CITADOS PARA UN ENCUENTRO: Dios
llama y espera)
Cuando llegan las fiestas más hermosas del año, la inocencia y candor
de los niños hacen de nuestro mundo un lugar más habitable. Durante
estos días los sueños infantiles se agolpan para ser depositados cada 5
de Enero en el interior de unos zapatitos depositados cuidadosamente
en el lugar más estratégico de la casa. Hace falta ser niño para vivir la
magia de la Navidad en un estado puro y hace falta ser pobre para vivir
la profunda decepción infantil, al contemplar el calzado vacío,
colocado tan amorosamente en una humilde ventana, que ningún rey
acertó a descubrir. Todas las Navidades vienen a mi recuerdo la
imagen del niño cabrero de Miguel Hernández y las sencillas palabras
que salen de su boca, dejando traslucir la infinita tristeza que se alberga
en el pecho de los niños pobres
Por el cinco de Enero
cada Enero ponía
mi calzado cabrero
en la fría ventana
Y hacia el seis, mis miradas
hallaban en sus puertas
mis abarcas heladas
mis abarcas desiertas
Las tristes navidades de los niños pobres son el contrapunto a las
dulces navidades de los niños ricos. Siempre ha sido y seguirá siendo
así. Cierto que estos niños, que dejaron de serlo sin haber saboreado el
hechizo de la Navidad, jamás podrán recuperar sus sueños infantiles,
ésos que nunca pudieron acariciar con sus pequeñas manitas , aún así
tengo la confianza de que el Niño de Belén, pobre como ellos, les regale
algún día, unas navidades gozosas hecha a la medida de los pobres
Pienso en el sagrado desconsuelo de estos niños, pero también en la
vacuidad de las personas mayores que viven ajenas al gozo
sobrehumana, de saber que Dios se ha hecho uno de los nuestros. Los
hombres del siglo XXI hemos madurado mucho, hemos aprendido a ser
independientes, no necesitamos nada de nadie, nos bastamos a
nosotros mismos. Hace tiempo que perdimos la inocencia y dejamos de
ser niños para convertirnos en personas arrogantes y presuntuosas,
incapaces de vivir la Navidad , porque , como bien decía Martín
Descalzo, “la Navidad es eso, un misterio de infancia” y sólo
haciéndonos como niños podremos acercarnos a él; pero lo que nos
gusta es ser mayores y comportarnos como lo que somos, entonces ¿ que
puede importarnos a nosotros el que Dios se haga un niño? ¿ Qué nos
va a nosotros en que Dios venga a nuestra tierra o se quede en el cielo
para siempre? Nuestra mente está en otras cosas “más importantes”.Lo
que a la gente, hoy, le preocupa son cuestiones de otra índole, lo que
quiere, es vivir mejor, tener mucho más de lo que tiene, para no cesar de
consumir, ganar el doble de lo que gana y a poder ser, trabajando la
mitad, alcanzar cotas cada vez más elevadas de poder… y como Dios no
es la solución a estos problemas nuestros, es por lo que hemos decidido
prescindir de Él y negarle la bienvenida a nuestra tierra, en todo caso,
la bienvenida estaríamos dispuestos a dársela a mister Marshal, si
apareciera con un conjunto de medidas para poner fin a la crisis, si
viniera con un plan de inversiones que acabara con el paro o con una
planificación de desarrollo que multiplicara por cinco nuestra renta
“per capita”.
Obsesionados como estamos por estas cosas nuestras tan “puntuales”
hemos acabado olvidándonos de los asuntos trascendentes, sobre los
que gravita nuestro propio destino como seres humanos ¿ que piensa
Dios sobre nosotros? ¿que somos para Él? ¿ Que lugar ocupamos en su
corazón? Estas son las preguntas que siempre se vienen haciendo las
gentes sencillas, sabiendo que en Belén es el único lugar donde
podemos encontrar la respuesta satisfactoria.
La Navidad , se ha dicho muchas veces, es el regalo que Dios hace a
los hombres o para ser más exactos, es el Misterio de Amor en el que
Dios mismo se nos da como regalo. Incomprensible esta locura divina;
pero no hace falta que la comprendamos del todo, es suficiente con que
nos rindamos emocionados ante el misterio y lo adoremos. Así de fácil ;
pero para ello hay que tener alma y sentimientos infantiles, algo que
nunca debimos dejar pudrirse en nuestro pecho; aunque tal vez no estén
muertos del todo, sino solamente dormidos y lo que tendríamos que
hacer es comenzar a despertar a ese niño que todos llevamos dentro.
Necesitamos volver a ser niños, sí, porque el mundo anda falto de
sonrisas, de ternura, de cálidas acogidas. Lo necesitamos porque como
decía Dostoievski” El hombre que guarda muchos recuerdos de su
infancia, ése está salvado para siempre” .
Hace 2000 años que Dios, olvidándose de su eternidad e infinitud,
abandonó su cielo para hacerse presente en esta tierra nuestra,
disfrazado de niño y ser uno más entre nosotros, sin guardias y sin
escoltas, débil e indefenso se puso en nuestras manos para que le
cuidáramos. Parece un contrasentido que Dios se haya fiado de los
hombres, cuando los hombres nunca hemos acabado de confiarnos de
Él. Tuvo que ser así porque Dios quiso ganar los afectos de nuestro
pobre corazón humano y lo hizo de la mejor forma que podía hacerlo.
Fue el modo más sublime y entrañable de decirnos que nos quería
apasionadamente y que ya nunca estaríamos solos en un mundo gélido.
A partir de aquí comienza a tener sentido el misterio de la Navidad que
para los cristianos viene a ser la manifestación amorosa de Dios a los
hombres y que otros quieren arrebatárnosla para convertirla en la
fiesta de la charanga y el despiporre. ¡Que nadie se engañe!. Sin Dios
no es posible la Navidad
Después de haber sabido que con nosotros está Dios, ése que todo lo
puede, que todo lo llena , que todo lo endulza. Después de haber sabido
que nos ha sucedido lo mejor que podía sucedernos, que en nuestra
historia ha tenido lugar el acontecimiento de los siglos que nadie pudo
imaginar ¿ Cómo no experimentar la alegría de ser hombre? ¿ Cómo no
rebosar de gozo y de felicidad? ¿ Cómo no estar contentos por
Navidad?
Si el misterio de un Dios hecho hombre ha dejado de emocionarnos, si
al recordarlo, nuestro corazón ya no salta de alegría, es que ha llegado
el momento para estar preocupados, porque en este convulsionado
mundo nuestro está en marcha un peligroso proceso de
deshumanización.