EL DIFICIL ARTE DE SER UNO MISMO
Ninguna realidad es tan exigente y necesaria como el deber ser uno mismo.
Es, como punto de partida, aceptarse en lo que uno es. Aceptarse como
válido.
Implica un adentrarse en uno mismo para descubrirse tal cual es y
reconocer que ello es lo que hace que uno sea válido.
Somos importantes no porque seamos carentes de defectos sino porque
somos esa mezcla única de fortalezas y debilidades.
El asumir la existencia de debilidades en nuestra vida no hace otra cosa que
alentar nuestras fortalezas. Vivir nuestras fortalezas conlleva el permanente
reconocimiento de que están, también, nuestras debilidades.
Aceptarse como válido es un constante ejercicio de realismo. Así como soy
capaz de algo también no soy apto para otro algo.
Ser uno mismo requiere de un conocerse y para ello siempre se hace
necesario una buena dosis de coraje.
Tanto coraje exige un “Sí” que podemos dar, al aceptar una
responsabilidad, como un “No” que debemos dar, al negarnos a algo.
Ser uno mismo no es un ejercicio de comodidad sino de responsabilidad y
madurez.
Muchísimas veces es cómodo el hecho de sumarse al hacer lo de la
mayoría. Ser uno más.
Ello es una negación de la individualidad. Es una despersonalización. Nos
transformamos en meros repetidores.
Tal vez podría resultar medianamente válido el “repetir” (si es que ello
fuese posible) a alguien. Las propuestas que la sociedad nos hace son el
repetir productos de anónimos para favorecer sus intereses.
En este tiempo donde todo transita por lo más fácil o lo menos complicado,
ser uno mismo resulta una incómoda molestia.
Parecería como que lo correcto, lo aceptado o lo recomendado es no
apartarse o apartarse lo menos posible de la gran mayoría.
Lejos de invitarnos a ser uno mismo todo nos lleva a vivir en el deseo de un
constante sumarnos a la comodidad de la anónima y despersonalizada
mayoría.
Cuando hacemos referencia a lo de “la mayoría” más que un referirnos a
superficiales modas estamos haciendo referencia a la moda de una postura
ante la vida.
Es esa moda que va por dentro. Es esa moda que se refleja en actitudes, en
maneras de pensar o de sentir.
Un ejemplo de esa moda es nuestra mentalidad ante los demás. “Los
gurises no sirven para nada. Sólo están para hacer macanas”. “¿Qué podés
esperar de los jóvenes hoy en día?”. “Los “viejos” ya están de vuelta”.
“Todos están para hacer la suya ¿qué podés pretender?”.
Maneras de pensar casi generalizadas que nos llevan a un descrédito y a un
encerrarnos en nosotros mismos que nos hace asumir, inconscientemente,
un: “Todo está tan mal que ¿para qué intentar cambiar algo?”.
Ojalá todo fuese un todo está tan bien que mejor no cambiar nada. Lo
paradójico es que se nos hace asumir un no cambiar porque todo está mal.
Ser uno mismo es jugarse por ser coherente aunque esto implique el ser
cuestionado o censurado.
Es indudable que, en ese empeño, es mucho más fácil encontrar voces que
critiquen que voces que alienten.
Vivir en forma coherente con uno mismo es casi una constante invitación a
que los demás se coloque, voluntariamente, “una piedrita dentro del
zapato”.
Es la incómoda presencia que nos hace saber que es posible y, lo que es
más, que vale la pena.
Es una silenciosa invitación a llenarnos de coraje y animarnos a romper
esos moldes que nos oprimen y nos impiden ser.
En muchísimas oportunidades uno habrá de sentirse, por el hecho de ser
uno mismo, demasiado solo ya que los cuestionamientos y las críticas no
hacen otra cosa que fomentar la marginación.
Parecería como que quien intenta ser uno mismo lleva las de perder. Esa es
el gran engaño del hoy.
Lejos de perder se gana y mucho. Es el poder mirarse al espejo y
reconocerse.
Es el poder mirar el propio interior para descubrir que en ese empeño
cotidiano radica la gran razón de una sonrisa ante el hecho de ver que la
felicidad está allí.
Padre Martín Ponce de León SDB