Hipercriticismo y realidad
P. Fernando Pascual
4-1-2014
Los hechos y los comportamientos humanos encierran mil dimensiones que merecen ser objeto de
atención. Cada decisión depende de muchas perspectivas. Los resultados pueden ser valorados de
maneras muy diferentes. Ello explica por qué surgen críticas, y por qué también algunos sucumben al
hipercriticismo.
Analicemos esto con un poco de atención. Si constatamos la complejidad de lo real comprenderemos
por qué es casi imposible que todos estén de acuerdo con decisiones ajenas (también con decisiones de
uno mismo). Porque esa carretera se pudo haber construido de otra manera. Porque ese piso habría
quedado “mejor” pintado con un color diferente. Y porque esa presunta terapia no produce los
resultados anhelados por el enfermo y por sus familiares.
El sano espíritu crítico reconoce, por lo tanto, esa ineliminable complejidad del mundo en el que
vivimos. Descubre aquellos aspectos que merecen ser objeto de atención. Incluso encuentra, por
desgracia con facilidad, intenciones escondidas y jugadas deshonestas en muchos comportamientos
humanos.
Existe, sin embargo, un espíritu crítico enfermizo, el propio del hipercriticismo. ¿En qué consiste? En
ocasiones se fundamenta en algo real: como vimos, el mundo es tan complejo que no hay asunto
humano que no pueda ser analizado desde numerosas perspectivas. Por eso, ninguna decisión será tan
“perfecta” que haya escogido lo mejor para todas esas perspectivas.
Este es el punto de arranque del hipercriticismo: como toda opción humana puede enriquecerse y
mejorarse al aspirar a incluir más aspectos, el crítico patológico dirá que faltó atención a esto, que se
dejó de lado lo otro, que no se dejó el tiempo suficiente para un análisis más detallado, que se
precipitaron los dirigentes, que se retrasaron las aplicaciones, que...
Hay casos en los que el hipercrítico inventa y exagera sus análisis y sus observaciones. Pero en otros
casos tiene una parte ineliminable de razón: todo puede ser diferente con una mirada atenta a más y
más elementos que merecen ser considerados.
Aquí radica el mal del hipercriticismo. Es imposible tomar decisiones con todas las cartas de la vida
ante los ojos. Las mil indeterminaciones del mundo humano impiden que actuemos como
computadoras en grado de recoger todos, todos, los elementos que entran en juego en decisiones tan
sencillas como la de encender o apagar una farola en la calle.
En cambio, el sano espíritu crítico acepta que resulta prácticamente imposible tomar opciones que
contenten a todos y que tengan en consideración tantos factores, muchos de ellos imprevisibles. Por
eso, se fijará sólo en los puntos esenciales que deben ser tenidos en cuenta al valorar las diferentes
decisiones humanas, y acogerá con calma las variables y datos que han quedado, razonablemente, a un
lado.
Chesterton decía que el loco no es un hombre que ha perdido la razón, sino que ha perdido todo menos
la razón. La frase se puede aplicar al hipercrítico: no es un ser humano que haya perdido la capacidad
de analizar a fondo las realidades y las opciones, sino alguien que ha olvidado que nunca una decisión
será tan perfecta como para evitar puntos vulnerables.
Por eso, la terapia mejor frente al hipercriticismo es una actitud serena ante la vida, y una correcta
apertura a la Providencia de Dios. Al reconocer que es imposible tomar decisiones perfectas, viviremos
con más paz y acogeremos en una actitud de confianza esa imprevisión inevitable que permite a Dios
ser el verdadero guionista de cada existencia humana.