REALIDAD NO MUY CONSIDERADA
El rito era simple y cargado de simbolismo y realidad.
Cada uno iba enlazando, en la lana del cordero, la lista de sus pecados.
Cuando todos los de la familia habían realizado dicha operación el cordero
era llevado a las afueras de la ciudad.
Ante el animal se abría un inmenso y desolador panorama puesto que se
encontraba a las puertas del desierto.
Sin nadie que le condujese su destino era seguro y la muerte habría de
llegar irremediable.
Quizás algún cordero esbozase alguna resistencia a ir, directamente, al
encuentro de su muerte y entonces.....
Voces, gritos y piedras le hacían, asustado, enfrentar un camino rumbo a la
arena, el sol, la falta de agua y las alimañas.
Con su muerte liberaba de aquella carga de culpa, de vergüenza y pecado a
quienes habían colocado sobre él sus pecados.
No era por sus culpas que habría de dar la vida.
No era por sus errores que se decidía su encuentro con la muerte.
La suya era una muerte por sustitución.
Algún balido hacia la inmensidad del desierto que, por supuesto, no recibía
respuesta alguna.
Alguna mirada hacia atrás pero allí estaban aguardando para tener la
certeza de que no volvía al refugio seguro de la ciudad.
Su destino era la muerte.
Algunos, heridos por alguna piedra o por algún golpe, apuraban su agonía
de hambre y sed ante los avances de las moscas, las ratas o alguna ave
carroñera.
Esa era la suerte, o la muerte, del cordero que quita los pecados.
Sin duda que a Jesús le lleva su tiempo asumir su destino de Cristo o de
Mesías.
Pero, también, tiempo le ha de llevar el asumir que el suyo es un
mesianismo por sustitución.
En los relatos evangélicos es posible encontrar la aparición de esta veta del
mesianismo de Jesús y la natural resistencia que esto despierta en sus
seguidores.
En los evangelios se encuentra a Juan señalando a Jesús como “el Cordero
que quita los pecados”.
Tal vez Juan, inspirado por Dios, tenía la visión del camino mesiánico de
Jesús que él aún no tenía.
Quizás, si así fue dicha proclamación, muy pronto, los seguidores de Jesús,
deslumbrados por la personalidad de éste lo olvidaron.
Signos, autoridad y popularidad decían de un futuro lleno de gloria y fama
estando lejos del “cordero que quita los pecados”.
Pero Jesús habría de ser un marcado e indiscutible signo de contradicción.
Sus contemporáneos esperaban al Cristo pleno de esplendor y
espectacularidad.
Sus contemporáneos buscaban ese Mesías liberador de una concreta
situación política agobiante.
Pero Jesús, como Cristo liberador, habría de transitar por un camino mucho
más tortuoso y desconcertante.
Cargaría sobre sí los pecados de los hombres y en una cruz (desierto de
madera y saña) daría su vida para la liberación de todas las culpas.
No necesitó de gritos, palos o piedras para ser conducido a la cruz.
Suficiente resultó la proclamación, en todo momento, de la verdad.
La verdad siempre incomoda mucho más que cualquier tipo de resistencia.
“He ahí el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo”
Pero, como todo lo de los relatos evangélicos, posee una lección para
nosotros.
No hay un auténtico cristianismo sin un involucramiento con la realidad de
los demás.
Lo de Jesucristo es asumir lo de los demás y hacerlo propio.
Nuestra realidad de cristianos no puede limitarse a una experiencia interior
o individualista.
Siempre los demás deben jugar un rol importante e insustituible en la
realidad cristiana.
Así lo vivió Jesucristo.
Si lo nuestro es hacer propio lo suyo este es un aspecto del que no
podemos, aunque nos complique la vida, prescindir.
Lo suyo es una propuesta global para un estilo de vida que debe hacerse
realidad
Padre Martín Ponce de León SDB