UN NIÑO GRANDE
No sabría decir con exactitud su edad pero debe andar entre los cuarta y los
cincuenta.
Uno habla con él y puede parecer muy normal.
El trato un algo mas frecuente con él hace suponer que no es todo lo normal que
aparenta.
Lo primero que llama la atención es su risa.
Risa estridente y fuerte que emite sin ningún sentido aparente.
Cuando se le pregunta algo suele reír antes de responder.
Cuando se le dirige la palabra suele reír y quedarse con alguna palabra que reitera
con insistencia.
Sus cuentos suelen estar recargados de imaginación ya que, la mayoría de ellos,
son producto de conversaciones escuchadas en el lugar donde se desempeña.
Escucha conversaciones y las hace propias.
Desproporcionadamente propias.
Es así como realiza frecuentes viajes.
Es así como sufre intervenciones quirúrgicas.
Es así como maneja su dinero.
Su imaginación, muchísimas veces, resulta incoherente.
Tan incoherente como realizar viajes a países distantes en una tarde de ida y
vuelta.
Jamás se queja de nada.
Parecería como que su vida está totalmente solucionada puesto que siempre está
de buen humor.
Ninguna clase de dificultad le llega ya que, parecería, la vida pasa por sus costados.
Vive con una hermana y tal cosa le facilita muchas realidades.
Si llueve no tiene necesidad de mojarse ya que nada le falta quedándose donde
vive.
Ella se encarga de hacerle estar siempre limpio y presentable.
Supo inculcarle hábitos que no suelen ser frecuentes entre los que realizan tareas
como la suya.
No posee adicción al tabaco o a la bebida y tal cosa lo hace un ser extraño entre
sus colegas de tarea.
No tiene ninguna pereza en realizar algún mandado a cambio de algunas monedas.
Es tan simple que, parecería, no tiene, en su cuerpo grande, lugar para la maldad.
Por ello es que resulta de plena confianza ya que no sabe ser deshonesto.
Al verle muchas veces ha resonado en mí aquello de “Si no se hacen como niños….”
Él no se hace sino que es.
¿Es eso lo que nos pide nuestra realidad cristiana?
A cada uno de nosotros no nos gira con rectitud el plato del microondas puesto que
todos tenemos nuestras incoherencias.
Pero no todos, gracias a Dios, son niños grandes.
Nuestro ser cristianos no nos puede solicitar vivir inmersos en incoherencias.
Todo lo contrario, nos pide seamos lo más coherentes posible.
Nuestro “hacernos niños” no pasa por allí.
Los niños, en aquel tiempo, eran seres que no contaban y, por lo tanto eran seres
al margen.
Por ser seres al margen eran seres tremendamente necesitados.
Eran seres que, por sí, no tenían forma de hacerse un lugar en el sistema puesto
que eran dependientes.
Sin duda que esa es la niñez que se nos pide.
Que seamos conscientes de que somos, porque necesitados, dependientes.
Seamos seres necesitados de Él para poder tener nuestro lugar.
Seamos seres dependientes de Él para poder realizarnos como personas.
“Hacerse como niños” es una tarea que implica mucho de nosotros.
Es una tarea que no se logra con facilidad puesto que todo nos hace valorar
nuestras posibilidades y, por lo tanto, ser día a día más independientes de Él.
Todo nos lleva a sentir que no necesitamos de Él para realizarnos.
Por ello es que no resulta tan sencillo hacerse como un niño.
Debe ser una postura de vida y no, simplemente, un limitarnos a ser niños grandes.
Padre Martín Ponce de León SDB