NOTRE DAME, en París
Padre Pedrojosé Ynaraja
Reconozco que la primera vez que la contemplé, me movía la curiosidad de
cualquier turista. En París no podíamos dejar de ver la torre Eiffel, que continué y
continúo pensando que estéticamente es horrorosa, el Sacre Coeur, al que me
costó Dios y ayuda llegar en coche, pero que me exigí conseguirlo entre aquel
amasijo de calles, y que, como cualquiera de estos grandes monstruos
arquitectónicos del neogótico, no me complació, sí en cambio, el fervor que se
respiraba en su interior. Ya hablaré de ello otro día. También me detuve en el Arco
de Triunfo, para leer la lista de batallas napoleónicas, sin olvidar la llama al soldado
desconocido… Tal era mi estado de ánimo, cuando llegamos a la peque￱a “isla de la
ciudad”, formada en el río Sena y situada en el centro de la urbe. He leído estos
días que de delante de su fachada parten las principales carreteras francesas y que
este kilómetro 0 está indicado en el suelo. Nunca me había dado cuenta, pero no
considero grave error desconocerlo.
La catedral era tan grande como me la imaginaba, era tan impresionante la fachada
como siempre pensé lo fuera. La sensación que tuve al acercarme, es la misma que
cuando te entregan un bello ejemplar de la Biblia profusamente ilustrado. Puede ser
todo lo maravilloso que se quiera, pero, como pesa mucho, uno deja la lectura
para más oportuno momento. Fue exactamente lo que hicimos y no lo lamenté, ni
lo lamento. Entramos en el interior de inmediato y no cabía en mí el asombro. Lo
he advertido porque al salir, tal era nuestra satisfacción, permaneciendo tambien la
sed de belleza y religiosidad, que no dejábamos de mirar con detalle las esculturas,
de tal manera que a una de las acompañantes la perdimos de vista y no podíamos
imaginar en qué rincón podía estar, pues todos merecían detenida contemplación.
Antes de que se filmasen películas bíblicas, cosa que empezó a hacerse realidad en
1903, en la antigüedad de aquellos tiempos, ya habían sabido plasmar en bellísimas
imágenes la Historia de la Salvación y su culminación en Jesús, Mesías y Redentor.
El interior impresiona de diferente manera. Al goce estético se le añade la
percepción de una profunda religiosidad que invade todo el recinto. Esta agradable
sensación, la he continuado teniendo las otras veces que he vuelto a visitar la
catedral. Los turistas desfilan con respetuoso silencio. Es el primer lugar que vi que
la persona que guiaba grupos, lo hacía en voz baja, pegada a un micrófono y los
acompañante lo escuchaban por auriculares.
Los pies se van hacia el centro, sin que uno sepa porqué. El lugar junto al altar y
bajo el crucero, lo ocupa un conjunto escultórico del descendimiento de Jesús de la
cruz y acogido por su Madre. Por correcta que sea su ejecución, hay que reconocer
sinceramente, que no consigue la belleza de la “pieta” de Miguel Ángel. Se ofrece al
visitante una cartulina con las más famosas y preciosas oraciones dirigidas a la
Virgen y uno observa que arrodillados algunos fieles las recitan.
Muy cerca está situado el ámbito de íntima oración. Allí en silencio, encuentra uno
siempre personas entregadas a la plegaria. Las oportunas y discretas indicaciones,
piden que se mantenga esta actitud. Se le recuerda al que penetra en este discreto
recinto abierto, que el cristiano reconoce en la Eucaristía del Sagrario, la presencia
del Señor. Buena advertencia y oportuna catequesis.
La impresionante nave central no es únicamente útil para un fácil deambular. Cada
día se reza allí cantada la oración litúrgica de Vísperas y los domingos la misa, por
lo que veo, muy concurrida siempre. Cualquiera puede comprobarlo, ya que se
trasmite por Internet desde la web del arzobispado de París. Puede uno acompañar
la plegaria en directo o bajársela en diferido. http://www.ktotv.com/ .
Buscaba yo la “reliquia” que, como en todo importante gran templo cristiano de
aquel tiempo, era el corazón del edificio. La primera vez la vi, la última se indicaba
que estaba en proceso de restauración. Tal vez al lector le deje indiferente este
detalle, cada tiempo tiene sus centros de piedad. A mi me interesan todas las
realidades, sean pasadas o presentes. "Hombre soy; nada humano me es ajeno"
dijo Publio Terencio Africano, allá por el año 165 a.C. ,
El corazoncito de Notre Dame, era la “túnica de la Virgen”. No quiero comentar su
posible autenticidad, cosa que tampoco me importa demasiado.
Vi en la sacristía, entre la multitud de objetos preciados y preciosos, una casulla
que se utilizó con motivo de unas Jornadas Mundiales de la Juventud, que en Paris
se celebraron. La recordaba por la trasmisión televisiva, sabía que el diseño era de
un famoso modisto y, pese a ello, su único adorno era una sencilla franja con una
acertada combinación de los colores del espectro óptico, sin seguir el orden que el
arco iris nos ofrece, composición que no es precisamente, la que utilizan ciertos
movimientos o tendencias actuales, carentes de orientación cristiana. De acuerdo
con mi sensibilidad estética, resulta preciosa, sin llevar a engaño. Para satisfacer la
posible curiosidad de algunos lectores, diré que aparecen en el siguiente orden:
verde, azul, rojo, anaranjado y amarillo (las tonalidades añil y violeta, difícil de
distinguir del azul, en este caso, no aparecen).
La religiosidad de Francia nos desconcierta a veces. Al residir cercano a este país y
gozar de la amistad de algunos de los que en él viven, lo constato con frecuencia.
Una de las cosas que cuesta aceptar es la autoridad que ejerce allí y la que celebra
y como se utiliza. Un funeral de Estado, estoy recodando ahora el del general De
Gaulle, se ofició en esta catedral. Acudieron políticos y diplomáticos extranjeros, de
diferentes culturas y actitudes religiosas. El protocolo de la solemnidad fue solemne
y de digna liturgia católica. La actitud y uniforme de los asistentes correspondía a la
de la entidad pública que representaban, sin tener en cuenta nuestras occidentales
normas cristianas. Reconozco satisfecho que, siendo un solemne acto de estado, se
dio un testimonio cristiano excelente.
A la injusta ejecución de Juana de Arco, en Rouen (o Ruan) facilitada por el indigno
obispo Cauchon, le siguió, al cabo de muy poco tiempo, un solemne y oficial
proceso de rehabilitación, iniciado en Notre Dame, que culmino en 1909 con su
beatificación, proclamada en este mismo lugar. Digno marco colofón de la infamia.
En 1804 , el 2 de diciembre consiguió Napoleón Bonaparte su coronación como
emperador de Francia en presencia de Pío VII . El Papa elevó Notre Dame a la
categoría de basílica menor .
Posteriormente, el papa Juan Pablo II celebra misa en la plaza Parvis, ante su
fachada.
Que durante la Revolución francesa se profanara el lugar introduciendo en el lugar
que ocupaba la imagen de la Virgen a la “diosa raz￳n” o que fuera el ámbito del
famoso relato de Víctor Hugo, ya da cuenta de sobras la historia profana. Me limito
a recordarlo.
(si he puesto en el título la precisión: de París es porque quien busque en Google
puede confundir los archivos que se refieren a una famosa institución de EEUU)