Amiens
Padre Pedrojosé Ynaraja
Fue en la década de los sesenta del pasado siglo, cuando conocí esta catedral.
Debería decir sencillamente que la vi y fotografié diapositivas pequeñitas. De París
nos dirigíamos a Bélgica y, si paramos allí, era porque en aquel tiempo no había
autopistas y conducía yo un coche con seis monjas que, evidentemente, nos
interesábamos por las realidades eclesiales. Me quedaba en la memoria únicamente
su enorme tamaño. Posteriormente he sabido lo acertado del recuerdo, ya que he
sabido que es la de mayor tamaño de entre todas las francesas que se edificaron
por aquellos tiempos.
Supe mucho más tarde, que Pierre l’Ermite había nacido en esta ciudad, aquel que
con su enigmática vestidura, su predicación, que hoy tildaríamos de fanática y al
grito de “Dios lo quiere”, revolucionó media Europa, reunió a unos miles de
desordenados combatientes y marcharon hacia Tierra Santa, con la pretensión de
recuperar el Santo Sepulcro, lugar de antiguo peregrinaje, vetado entonces por la
ocupación musulmana. Si esta santa ciudad lo era para nosotros por haber muerto
y resucitado Jesucristo, para ellos era donde Mahoma había subido al Cielo. La
opinión que uno pueda tener del fenómeno de las Cruzadas está muy condicionada
negativamente por lo que de él pregonan los fieles del Islam, o, positivamente, el
viajero admira y valora en aquellas tierras, sus impresionantes edificaciones que
aún se conservan y que además resultan ser en muchos casos, testimonio pétreo
de antiguas tradiciones.
El fenómeno de las Cruzadas es complejo. La dificultad de visitar el sepulcro del
Señor se tradujo en ir a visitar el del amigo del Señor. El suceso primero fue
armado, piadoso y conductor de cultura y santidad el segundo. Pero de esto ya
escribiré otro día. Por si hubiera quedado claro, me refería y establecía paralelismo
con las rutas jacobeas, de las que hablaré otro día
Cuando he vuelto por Amiens, nada he visto que recordara al personaje. Fue tan
improvisada e imprudente su iniciativa que, pese a que diezmada la plebe de
campesinos mal armados e indisciplinados, esta expedición ni siquiera recibe el
nombre de primera cruzada, aunque logró él llegar a Jerusalén y posesionarse de la
basílica.
Ya dije que no me iba a referir a medidas de la altura de las torres o de las naves,
ni a vicisitudes de su edificación, el lector consigue fácilmente estos datos en la
misma red. Pretendo explicar detalles que pueden parecer anecdóticos, pero que
invitan a visitar estos impresionantes edificios con ilusión y hasta apasionadamente,
come me ocurre a mí cuando voy por estos lugares, tan impregnados de la historia
de mi Fe.
En nuestro caso, y situados mentalmente ya en Amiens, el viajero que penetra
hasta el centro, si pone atención en el suelo que pisa, vera delineado un
laberinto. No es el único caso existente. Que yo sepa, se conserva otro en Chartres
y existía también en Reims. He de confesar que para mí, un laberinto es pura
curiosidad, como pueda serlo un crucigrama, pero en aquellos tiempos y diseñado
en estos recintos, parece que era un signo elocuente de la dificultad de adentrarse
en la Eternidad feliz, una advertencia de la necesidad de vigilar y espabilarse, si
quería uno salvar su alma. Lenguaje admirable para gente que no sabía leer y
enseñanza para los que sabiendo hoy, se despreocupan de su futuro
Trascendente.
Según se cuenta, el noble canónigo y cruzado Wallon de Santon, robó y se trajo a
Amiens, la reliquia del cráneo de San Juan Bautista. Muy rápidamente se convirtió
en objeto de peregrinación de fieles y por tanto de dádivas generosas de príncipes
y nobles. Se consideró abogado de sordos, mudos y ciegos y, principalmente, de los
que sufrían el “mal de San Juan” es decir, la epilepsia.
Si sepultura del cuerpo del Precursor solo hay una, en Sebastiye, la antigua capital
de Samaría, donde quedan restos de la antigua basílica cruzada, que he visitado en
varias ocasiones, su cabeza se “conserva” en diversos sitios. Con seguridad
científica, el cráneo que hay en Reims, no es auténtico. Pero la piedad es una cosa
seria, que uno debe respetar y que no es tampoco consecuencia mágica de
acercarse a ningún objeto. Ahora bien, una reliquia puede suscitar virtud, como
también superstición.
Otro detalle interesante, del que poco o nada dicen las guías. En los primeros siglos
del cristianismo, la Eucaristía se guardaba celosa y exclusivamente para enfermos y
prisioneros. Al cabo de un tiempo, la Iglesia se hizo consciente que la presencia
sacramental del Señor, merecía adoración y era bueno acercarse a rezar junto ella.
Salió de “cajas fuertes” en la sacristía y se conservó y mostró en sagrarios y
palomas eucarísticas. Estas segundas eran de metal noble y, evidentemente,
forma de paloma, guardaban en su interior dorado, la Eucaristía de Pan. Colgaba de
una cadena y estaba cubierta, como los sagrarios, de un conopeo. Hoy en día, en la
Iglesia latina están prohibidas, excepto en los casos de oratorios privados. Se temía
por aquel entonces, que con facilidad rompieran la cadena y se arrebatara
recipiente y Contenido. A mí personalmente no me gustan las que he visto, ahora
bien, si he escrito lo anterior, es porque en la catedral de la que vengo hablando, se
conserva un ejemplar que cuelga de cuatro cadenas y la paloma en este caso, tiene
las alas abiertas. Estéticamente la considero una preciosidad y su colocación en el
centro óptico del retablo, acertadísima. Pese a lo dicho, es puramente adorno, no
guarda el Pan divino.
Cuando uno visita lugares de tan gran tamaño y de edificación tan
extraordinariamente bella y equilibrada, fácilmente su interior le impacta por la
grandeza de la estructura y nada más, máxime si para entrar le han cobrado
entrada, como hoy, lamentablemente, se practica en tantos sitios de mi entorno.
Que Francia sufrió la Revolución que políticamente enorgullece a los franceses, pero
que supuso gran devastación de la religiosidad, es evidente. Y el impacto todavía
resuena, pero hay que reconocer que se da hoy un renacer que responde a
distintos carismas, sin rivalidades, ni crearse exclusivismos. En el tema que me
ocupa, he de reconocer que han sabido ambientar rincones con indicaciones,
imágenes y plegarias que, cuando uno se refugia en ellos, se siente inclinado a la
adoración y oración personal y la visita no se reduce a un paseo de turismo
religioso o de interés arqueológico.
Al salir de la catedral mira uno las imágenes que adornan el parteluz de las
entradas y las que se sitúan a los lados y encima y las contempla de otra manera,
ya no como esculturas bien ejecutadas, sino como mensaje catequético. Advierto
que son muy semejantes los personajes de todas ellas. Los de Amiens sin sonreír,
no son severos. Uno de los temas que quiero recordar y que tal vez en esta
catedral se haga más patente, es el del Juicio Final.
Nuestra actualidad se siente responsable del futuro. El peligro de contaminación
nuclear frena la construcción de centrales de esta tecnología. Preocupa el agujero
de la capa de ozono protectora de los rayos UV. Hasta el mal funcionamiento del
tubo digestivo de las vacas que pacen por nuestras montañas y expulsan gases,
dicen que puede ser causa de contaminación atmosférica (sic). No niego la
oportunidad de obrar responsablemente y de instalar instrumentos de control.
Analógicamente, y en un plano muy superior, se preocupó la Iglesia de la
intoxicación espiritual. Me detengo en los relieves de Amiens. El ángel con la
trompeta que llama a juicio, los hombres desnudos, desprotegidos, nada de
exhibiciones eróticas, acuden a ser examinados. Esta escena la contempla y
reflexiona uno en la fachada de la catedral de Reims. Y debe en consecuencia,
deliberar meticulosamente, como se controlan periódicamente los gases del tubo de
escape de nuestros vehículos. No hay que mirarlos con simple curiosidad, ni menos
morbosidad. El estilo del desnudo del tiempo que se esculpieron, era muy diferente
del de la Grecia clásica o del de Rodin, para poner ejemplos.
No me he referido hoy a las vidrieras, sobretodo el rosetón, hablare de estas
realizaciones que inicialmente buscaban matizar la luz que entraba, cuando dedique
mi escrito a la deChartres.