CUARENTA DIAS PARA EL AMOR
Los libros de la Biblia son ricos en la numerología.
Números que utilizan no para satisfacer un afán detallista sino para no
desaprovechar nada en su afán de compartir un contenido doctrinal.
Es así como nos encontramos, entre otros, con el número cuarenta.
El número cuarenta puede indicar un período bastante largo, cuya duración exacta
no se conoce. (Cuarenta días y cuarenta noches del diluvio. El tiempo que
permaneció Moisés en el Sinaí. Los días del viaje de Elías. El ayuno de Cristo en el
desierto).
El número cuarenta, convencionalmente, designaba los años de una generación.
Hoy, sin duda ese número se ha duplicado)
(Permanencia en el desierto. Años de tranquilidad de Israel después de cada
liberación completa por los jueces. Años del reinado de David).
¿Qué mejor que apelar al número cuarenta para invitarnos a vivir un tiempo fuerte
de amor?.
Se nos quiere encaminar hacia, en la Pascua, el nacimiento de un hombre nuevo
por ello es que se nos invita a vivir un tiempo de conversión, de cambio.
Durante muchos años, este tiempo, era como el constante agigantarse de un dedo
acusador que señalaba, hacía tomar conciencia, humillaba.
Sin duda que esta es una visión que puede tenerse mirando desde hoy el ayer. Pero
respondía a toda una concreta de la espiritualidad de una época.
Gestos, símbolos, realidades externas que servían como ayuda de una vivencia
interior pero........ en oportunidades se corre el riesgo de que todo se limite a
realidades externas.
Cuando las realidades externas quedan vacías de contenido pierden sentido con
pasmosa facilidad.
La Iglesia insiste en este apelar al número cuarenta.
Vuelve a invitarnos a vivir un tiempo fuerte de conversión, renovación y cambio.
No es un tiempo donde nos podemos quedar en realidades externas puesto que la
conversión dice del interior, de lo profundo de cada uno de nosotros.
La necesidad de la conversión dice de nuestra misma fe. Siempre estamos
necesitados de conversión. Este es un tiempo fuerte para ello.
La conversión es una respuesta de amor ante el hecho de descubrirse amado por
Dios y, por ello, con la necesidad de agradarle.
La conversión es un intento constante por acortar esas distancias o diferencias
entre nuestro actuar y el actuar de Cristo.
Es permitir a la coherencia crecer y vivir en cada uno y así crecer y vivir en nuestro
actuar.
¿De qué otra forma podemos, realmente, agradar y servir a ese Cristo en quien
creemos?.
Lejos, muy lejos, de experimentar a un dedo acusador señalándonos se siente la
caricia del Padre Dios que nos ofrece, como siempre, una nueva oportunidad.
Cada uno sabrá a cual de sus realidades interiores habrá de atender para poder
esforzarse en el empeño de una mejora.
Cada uno habrá de establecer las tácticas y las estrategias para llevar adelante ese
empeño en el que se compromete.
Quizás se deba apelar al ingenio para buscar esos elementos que pueden ayudar a
transitar este tiempo de amor con provecho.
Podrá uno privarse de un rato de televisión para brindar ese tiempo a la atención,
real, de quienes le rodean.
Tal vez, para otro sea más importante proponerse estar sin quejarse durante toda
una jornada.
No faltará quien pueda proponerse, al estar con ese ser que le resulta costoso de
aceptar, mirar únicamente lo positivo que ese ser posee.
De pronto alguien podrá decirse de abstenerse, un día, de fumar.
Podrá estar aquel que experimente la necesidad de, mirando la realidad, encontrar
una razón para agradecer a Dios.
Existen mil caminos para ayudar a nuestra realidad interior a vivir la realidad de
una conversión que nos conduce a un cambio.
No podemos resignarnos a ser lo que somos. Pensar así es una expresión de
mediocridad.
Son cuarenta días para la conversión desde una óptica de amor y por amor.
Son cuarenta días para aprovechar.
Padre Martín Ponce de León SDB