LE PUY-EN-VELAY
Padre Pedrojosé Ynaraja
Dada mi situación geográfica, casi todas mis incursiones hacia Centro-Europa, las
he iniciado cruzando los Pirineos por el este y desde allí ir hacia París, Ginebra o
Roma. Dos de las principales cabeceras del Camino de Santiago, Notre-Dame y
Vezelay, las conocía desde hacía tiempo. Me faltaba la que dedico hoy mi escrito y
que es la que congregaba a más peregrinos. Mi primer intento fue fallido. Pese a la
atención que creí poner, no salí a tiempo de la carretera y me dirigí,
equivocadamente, a la región de Velay. Cuando nos dimos cuenta, retroceder
suponía bastantes kilómetros, que quienes venían conmigo no estaban dispuestos a
emprender. En Clermont-Ferrand desistimos de buscarla. La segunda vez que lo
intenté, iba ya provisto de navegador y en este caso, ya se sabe, las máquinas
nunca se equivocan, así que me encontré exactamente en el lugar soñado. Su
antigua denominación la que yo debería haber buscado era la más genuina,
simplemente Le Puy, su único nombre hasta que en 1988 se le añadió el apellido.
Llegar al templo supone subir, algo semejante a Vezelay, pero, en este caso, por
una calle de común población actual, por la que a lo lejos se divisaba la fachada. La
catedral se edificó en la cima del monte Anis. Primera sorpresa: le falta a la
delantera la esbeltez que acostumbran a tener las góticas. No tiene pórtico con
capiteles y relieves historiados y su maciza construcción se hizo combinando piedra
arenisca y basáltica. Desde el principio tiene uno la sensación de que algo extraño
domina el ámbito y es que, en sus orígenes, coronaba la cumbre un dolmen,
dotado, de acuerdo con las leyendas, de poderes curativos que paulatinamente
fueron derivando a la devoción cristiana, significada en la imagen de la Virgen
Negra, regalo de San Luis. La Revolución Francesa la destruyó, la que hoy vemos
es una reproducción posterior.
La población se distinguió siempre por su raigambre católica, tanto en la guerras de
religión, como en la revuelta mencionada que también supuso la guillotina de 41
vecinos, dieciocho de ellos sacerdotes. Tal era su fama de antiguo, que el mismo
Carlomagno la visitó en dos ocasiones. La iglesia goza del curioso privilegio de Año
Santo cuando la fiesta de la Encarnación y la de Viernes Santo coinciden, dicho de
otra manera cuando la Muerte del Señor cae en 25 de marzo. Este jubileo tenía tal
categoría que la misma Juana de Arco, incapacitada para acudir por su lucha contra
los normandos, envió a su madre Isabelle Roma, en 1429, para que en su nombre
lo hiciera. Cuentan que el mismo rey Luis XI caminó descalzo desde tres leguas
hasta la catedral, cuando la visitó.
La población suplico a Napoleón que con el metal de los cañones del enemigo,
capturados en la batalla de Sebastopol, durante la guerra de Crimea, se fundiera
una imagen de Nuestra Señora de Francia, enorme estatua que se eleva sobre la
población.
Como en la mayoría de estas edificaciones, sufrió cambios y quedan recuerdos de
anteriores muros y decoraciones. De todos modos se respira un suave aroma de
peregrinación a Compostela, separado Santiago por 1600 km, hacia donde se
dirigían los piadosos caminantes que partían de mañana después de recibir la
bendición.
Los muros de Le Puy hablan un lenguaje silencioso, que es preciso escucharlo
sosegadamente. El simple turista sólo percibirá un oculto y suave murmullo