DOMINGO DE RAMOS
Lectura del Profeta Isaías :
El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado ni me he echado atrás.
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté
el rostro a insultos y salivazos. Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido; por
eso ofrecí el rostro como pedernal y sé que no quedaré avergonzado .
Se inicia la Semana Santa con este texto del tercer canto del Siervo. En todo
el Antiguo Testamento, no hay páginas más sugestivas, para meditar la Pasión de
Jesús que los poemas del Siervo de Yahvé. El Siervo es realmente un bellísimo
trasunto de la figura del Mesías Paciente.
Aquí se presenta más como sabio que como profeta. Asegura que el Señor le
está introduciendo en su Sabiduría, para poder llevar al abatido una palabra de
aliento. Cada mañana le abre el oído y, al tener el oído abierto a la Palabra, no se
rebela ni se echa atrás; más bien afronta todos los sinsabores decidido, sabiendo
que el Señor le ayuda y no quedará avergonzado. Es la sabiduría, escondida a
inteligentes y poderosos, que se manifiesta a gente humilde.
Se anonadó, afrontó el fracaso y la angustia y sufrió el dolor y la muerte.
"Vosotros, los que pasáis por el camino de la vida: mirad y ver si hay un dolor
parecido a mi dolor" (Lm 1,12). Y, justamente, porque se sometió, lo exaltó Dios de
tal modo, que todos pueden clamar ante el Crucificado: "¡Jesús es el Señor!".
El siervo, así como su ministerio, son interpretados de forma profética:
vocación, sufrimientos que soporta y su total confianza en Dios. Escucha y predica
el mensaje divino, porque el Señor le da "lengua de iniciado", le abre el oído para
entender la misión. Proclama de parte del Señor un mensaje de esperanza; y es
que la larga duración del destierro ha provocado la desesperación de la gente
(40,27). Al abatido, es necesario animarlo, dirigirle una palabra de consuelo, de
esperanza en el Señor.
El Siervo responde a su vocación con disposición en el dolor. Sabe que su
tarea es amarga y así lo confiesa, como Jeremías en sus confesiones. Trata de
suscitar esperanza en el pueblo y sólo recibe escepticismo por la tardanza de la
liberación. Abre su boca igual que Ezequiel (2,8), para tragar el mensaje divino,
pero no es dulce, sino que le acarrea un gran sufrimiento: lo apalean, le mesan la
barba, en el A.T. son signos inequívocos de ultraje y desprecio (II Sam 10,4ss).
Acepta y afronta los ultrajes con decisión, sin intentar vengarse; no responde al
insulto, resiste con calma, sabe que este es su camino; cree con total firmeza en la
ayuda del Señor y espera, que, al final, le dé el triunfo. El Siervo experimenta el
dolor, comparte el sufrimiento de los hombres, carga sobre sí el fracaso del mundo.
Varón de dolores. En sus espaldas lleva todo el peso, toda clase de golpes y en su
rostro las vejaciones.
Este siervo podrá ser el consuelo del mundo, el que pueda alentar a los
desvalidos y confortar a los que sufren, el que pueda extender la mano al
abandonado, y decir a todos los marginados una palabra adecuada. El siervo saca
toda su fuerza del Señor, vive de «mi Señor» y para «mi Señor», en una gozosa
relación de dependencia filial. Y "el Señor le ayudaba" en todo.
Esta es la misión que cumplió el siervo y la que realizará Jesús. Transmitió el
mensaje de su Padre (Jn 8,28.40), de consuelo y esperanza a los angustiados y
oprimidos (Mt 11,28) y lo apresaron, ultrajaron, flagelaron y crucificaron. Y el Padre
lo glorificó en justicia (Jn 8,29.50).
Así, muchas veces nuestra palabra no es de consuelo; sólo viene a abatir y
herir, y, a la primera dificultad e incomprensión, saltamos como víboras. La ruta
está marcada, hay que meditar y aprender del Siervo; leer el Evangelio, reflexionar
y seguir los pasos de Jesús.
Los poemas del Siervo de Yahvé iluminan el misterio de la Pasión de
Nuestro Señor Jesucristo y explican, por qué el Mesías tenía que sufrir.
Domingo de Ramos
La Semana Santa se inicia con el Domingo de Ramos, en que se celebran
dos aspectos fundamentales del misterio pascual: La vida o el triunfo, con la
procesión de las palmas y ramos en honor de Cristo Rey; y la muerte o el fracaso,
con la lectura de la Pasión correspondiente a los evangelios sinópticos -la de Juan
se lee el viernes-.
Desde el siglo V se celebraba en Jerusalén, con una procesión, la entrada de
Jesús en la ciudad santa, poco antes de ser crucificado. Por ello, se denomina
«Domingo de Ramos», aspecto victorioso o «Domingo de Pasión», aspecto
doloroso. Lo que importa no es el ramo bendito, sino la celebración del triunfo de
Jesús.
El rito comienza con la bendición de los ramos, después, se proclama el
evangelio. Por ser creyentes iniciados en la vida cristiana, pertenecemos al Señor y
nos asociamos a su seguimiento. La Semana Santa empieza y acaba con la entrada
triunfal de los redimidos en la Jerusalén Celestial, recinto iluminado por la antorcha
del Cordero.
El domingo de Ramos es inauguración de la Pascua o paso de las tinieblas a
la luz, de la humillación a la gloria, del pecado a la gracia y de la muerte a la vida.
El Evangelio según San Mateo , hoy, relata la Pasión del Señor, resaltando
la importancia que tiene el cumplimiento de las Escrituras; quiere probar a los
judeo-cristianos, que, frente al Mesías, triunfador y glorioso esperado, los profetas
anunciaron un Mesías paciente, que las Escrituras previeron desarrollando la pasión
hasta en sus mínimos detalles.
Así, la agonía de Jesús en Getsemaní estaba prevista por el Sal 41,3;129,1-
4. Apenas detenido Jesús, Mateo precisa que era necesario que así sucediera para
cumplir las Escrituras, rechazando con ello la opinión de quienes esperaban una
reacción armada a la detención de Jesús, acto que Jesús denuncia, pues, en el
prendimiento lo están identificando con los ladrones (26,55), y que Él relaciona con
el del Siervo Paciente en Is 53,9.12, según los Setenta: "Catalogado entre los
criminales".
En el diálogo entre Cristo y el sumo sacerdote, Mateo subraya también el
tema del Templo, "cumplido" en la persona de Cristo, y cita el pasaje de Dan 7,13
sobre el Hijo del hombre (26,64). El evangelista es el único que descubre la muerte
de Judas (27,3-10), en la que ve de nuevo el cumplimiento de las Escrituras (Zac
11,12-13). El hecho de que Jesús no conteste, aguante y calle refleja el silencio del
Siervo Paciente ante las injurias (Is 53,7).
El gesto de lavarse las manos alude a la duda de Pilatos y a un rito en
cumplimiento de la ley (Dt 21,6-9; Sal 73,13). La multitud responde a Pilatos con
una expresión tradicional: "Que su sangre caiga..." (cf. 2 Sam 1,16); quizá Mateo
haya visto en ello una profecía de la decadencia del pueblo judío.
Mientras que los demás evangelistas lo silencian, Mateo especifica que la
bebida que le ofrecen a Cristo en la cruz era de hiel, con lo que verifica el texto del
Sal 69,22 (Mt 27, 34); el reparto de sus vestiduras, el grito lanzado en la cruz, son
del Sal 21,22; es igualmente el único que recoge las burlas de los judíos contra
Cristo en la cruz: "Ha salvado a otros...", enlazadas con las burlas de los impíos
respecto al Justo (cf. 27,43; Sab 2,18-20); los episodios que se desarrollan
después de la muerte de Jesús: el velo del Templo que se rasga, las resurrecciones,
los temblores de tierra son fenómenos anunciados por los profetas para el día de
Yahvé (Am 8,9); finalmente, es el único que menciona la riqueza de José de
Arimatea -Marcos habla de su notoriedad y Lucas de su piedad-, con el fin de
verificar la profecía de Is 53,9: tendrá su sepulcro entre los ricos; esta profecía, en
el pensamiento de Isaías, significa que el Siervo sería confundido con los impíos.
El evangelista insiste en subrayar que Jesús es inocente. La mujer de Pilatos
lo llama "hombre justo" (27,19) y Pilatos reconoce públicamente su inocencia (27-
24): "Yo soy inocente de la sangre de este justo. Allá vosotros". Jesús es
condenado como inocente, a pesar de su clara inocencia; el procurador romano
asume una actitud manifiestamente contradictoria. Trata de ser objetivo, se
esfuerza en librar a Cristo; mas, apenas se ve comprometido personalmente, su
deseo de objetividad desaparece; prevalece la razón de estado sobre la verdad y la
justicia, y, cediendo a las presiones, lo entrega. De todas formas, el intento de
objetividad de Pilatos y su pública proclamación de la inocencia de Jesús manifiesta
la obstinación y la injusticia que implica el rechazo de los judíos.
San Mateo elabora una teología que se centra preferentemente en torno a la
idea de cumplimiento: los acontecimientos de la Pasión no tienen nada de
accidental y forman parte del designio de Dios sobre el mundo. Todo en la Pasión
se halla establecido por Dios, de modo, que Mateo hace de ella el final de la era
antigua y el comienzo de la nueva, incluso, subraya el alcance escatológico y
eclesiológico de los acontecimientos. El velo desgarrado es señal de la caducidad de
la economía antigua y el temblor de tierra señala el principio de la nueva; la fe del
centurión constituye las primicias de la conversión de las naciones; y, al entregar, a
los "discípulos", el cuerpo de Cristo, los sumos sacerdotes abdican definitivamente
de sus prerrogativas y conceden a la Iglesia el cometido de ser la luminaria de
Cristo en el mundo.
Es una característica propia del relato de Mateo, bastante compleja por otro
lado, la mención de los guardias en la cruz (Mt 27,36.54) y, sobre todo, en el
sepulcro (Mt 27,62-66), que no hacen los demás evangelistas; la clave la ofrece el
mismo Mateo en 28,11-15. Parece que esta tradición de la custodia se narraba con
la finalidad apologética de contrarrestar la fábula judía de la sustracción del cuerpo.
La fe en Cristo intenta anular radicalmente la mentira de los judíos, por el hecho,
de que la experiencia de Jesús saliendo del sepulcro no es verificable.
La escena de Jesús en Getsemaní es de gran importancia para comprender
la pasión; es un acto de revelación: este hombre que siente "angustia y agonía",
con una tristeza de muerte y que experimenta el peso de la "carne débil", es el
Enviado, Heraldo de la revelación definitiva de Dios, ¡es el Hijo de Dios! La
transfiguración, antes, reveló la gloria del Hijo del hombre, ahora, aquí, se
manifiesta la profunda humanidad de Cristo, su "debilidad". Es el profundo misterio
de Cristo que el discípulo, como siempre, no comprende, en lugar de velar y
acompañar, se duerme. Jesús se aterroriza, sufre, se aleja y ora, se expresa con
ello el carácter inaccesible del misterio encerrado en la oración de Jesús; pero el
discípulo no comprende nada de lo que está sucediendo. Es la pasión interior del
Maestro. Los relatos siguientes, el proceso, condena, insultos, crucifixión, son la
superficie de la pasión; aquí se revela la reacción íntima de Jesús; allí lo que los
hombres hicieron con Jesús; aquí cómo reaccionó en su ánimo.
Finalmente, en su aspecto eclesial, Mateo ofrece una lección de vida a la
comunidad cristiana, para meditar sobre la oración de Jesús en el huerto; así el
"Vigilad y orad" es la invitación reiterada a la Iglesia. Es un modelo, una
advertencia de Mateo en conclusión del discurso escatológico (24,42): "Velad, pues,
porque no sabéis el día en que vendrá el Señor".
La Pasión es el relato de la Cruz de Jesús. Llega hasta a identificarse con los
pecadores, palpa en su soledad, su terrible situación: "por nosotros se hizo un
maldito" (Gál 3,13). Jesús se sabe "muriendo por otros", tiene la intuición de que
encarna al "siervo de Yahvé" (Is 53; Sal 22 y 69), que sufrirá por todos: "Y llevó los
pecados de muchos e intercedió por los culpables" (Is 53,12).
La Pasión de Jesús, la más hermosa historia de amor y la más sucia historia
de pecados, debe tomarse como homilía y pregón de Semana Santa. La Pasión
debió ser lo primero que se escribió de la vida de Jesús, para contar el suceso y
para interpretar los hechos. La pasión tan cruel y la muerte tan humillante del
Mesías y el que fuese condenado incluso por las máximas autoridades religiosas,
era algo insólito, inconcebible y desquiciante.
Camilo Valverde Mudarra