PARA AGRADECER
Tus manos eran la prolongación de la sonrisa de tu rostro.
Eran ellas las que decían palabras que tu boca no llegaba a pronunciar.
Eran ellas las realizadoras de mil detalles que siempre resultaban inesperados y,
por lo tanto, colmados de sorpresa que hacían despertar una sonrisa.
Eran ellas las que se vestían de mariposas para colorear un saludo.
Tus manos grandes siempre resultaban pequeñas para prolongar los muchos mimos
que estaban en ellas.
Tus manos suaves sabían construir un delicado ramillete de violetas.
Tus manos dulces podían gustarse en cada alfajor que construías y obsequiabas.
Tus manos estaban plenas de experiencias de vida.
Sabían despertar la felicidad de saberse aceptado y amado.
Ellas podían obsequiar el cono de alguna semilla de eucalipto envuelta en papel de
plomo rojo conseguida en alguna de tus prolongadas caminatas.
Eran esos pequeños detalles inesperados los que hacían saber del vuelo de tus
pensamientos.
Nunca te buscabas a ti misma sino que lo tuyo era un prolongado canto de amor.
Cada nudo de tus dedos frágiles dicen de tu entrega y prolongada dedicación.
El roce de tus dedos cálidos es una prolongada conversación donde cuidados y
atenciones se vuelven tema constante.
Ellos se volvían particularmente veloces cuando dedicabas tu tiempo a algún tejido
o algún croché que elaborabas para obsequiar.
Sin duda que tus manos sabían hablar mucho y muy bien de vos.
Ellas no precisaban de adornos o maquillajes puesto que estaban radiantes de
belleza.
Cuando apoyabas tu mano sobre tu mejilla para pensar, escuchar o mirar
detenidamente tu rostro delgado encontraba el más lujoso de los marcos posibles
Eras un prolongado canto a la vida y a la generosidad.
Eras un continuo himno al amor.
Eras un prolongado arco iris que brillaba luminosamente atrayente sobre el
horizonte.
Quería hacer un artículo sobre “la madre” y, mirando tus manos, he sentido la
necesidad de agradecer, desde ellas, las manos de todas las madres.
Esas manos que nunca se guardan sino que están en una constante entrega.
Esas manos que siempre poseen tiempo para brindarse un algo más.
Esas manos que se vuelven útiles de pura generosidad.
Esas manos que aman pero, por sobre todas las cosas, hacen saber que se ama.
Esas manos que cosen, tejen, cocinan, pintan o limpian.
Esas manos que, parecería, nunca se cansan ni poseen horarios.
Esas manos que no saben de vacaciones ni de licencias.
Esas manos que, desde el tomar en brazos para acunar y motivar un sueño,
siempre saben hacer algo para aliviar tensiones o curar heridas.
Las manos de la madre siempre están plenas de magia y de misterio.
Parecería como que nunca poseen prisa para realizar algo pero siempre están
volando de una actividad a otra casi sin detenciones.
Parecería como que siempre están dispuestas para una actividad más.
Sin dudarlo y con la misma entrega pueden saltar de la elaboración de una comida
a podar un cerco, hacer algo de jardinería, limpiar algún espacio de la casa o
perderse en el mundo de una lectura.
Las manos de una madre siempre están tomando la iniciativa para motivar
sonrisas.
Las manos de una madre son ese puerto seguro en el que el hijo se sabe pleno y
protegido.
Las manos de una madre deberían ser motivo de un constante agradecimiento.
La lista de sus acciones puede resultar interminable y muy variada.
La nómina de sus actividades resultaría muy curiosa y original.
Las manos de una madre son cuna, andador, juguete, caricia, remedio y sonrisa.
Sí, las manos de una madre son la constante razón para un gracias que no se
concluye de pronunciar o esbozar.
Agradecer sus manos es una forma de agradecer su vida, su presencia y nuestro
amor.
Agradecer sus manos es una sencilla forma de decirle: “FELIZ DÍA, MAMÁ”
Padre Martín Ponce de León SDB