Qué es y qué no es el matrimonio
Fernando Pascual
10-5-2014
Casi todos los pueblos han establecido normas y leyes para regular lo que se refiere al matrimonio. A
veces, con ideas claras sobre lo que significa la unión entre un hombre y una mujer, y con el deseo de
promoverla en sus valores. Otras veces, desde ideas confusas o equivocadas, que han llevado a leyes
erróneas o incluso claramente injustas.
A la hora de reflexionar sobre cualquier normativa y legislación sobre este tema hace falta preguntarse:
¿qué es el matrimonio? La respuesta surge desde otra pregunta: ¿qué significa vivir como seres
humanos?
Los hombres y mujeres que poblamos este mundo hemos sido concebidos en un momento determinado
del pasado. Tras la concepción, que resulta posible gracias a la complementariedad sexual entre el
hombre y la mujer, se producen una serie de etapas (parto, infancia, adolescencia, juventud...) que
dependen radicalmente del origen: un padre y una madre.
Una buena comprensión del proceso humano de la generación permite abrirse a la idea de matrimonio.
Porque si cada uno existe desde un padre y una madre, las relaciones entre nuestros progenitores y
nosotros tienen una relevancia particular.
Es cierto que muchos niños nacen en situaciones complejas. Por ejemplo, tras un adulterio, o después
de una violencia, o dentro de un matrimonio que luego fracasa y deja a la mujer sola con su hijo, o
fuera de una relación estable y reconocida socialmente. Pero en medio de tantas posibilidades,
descubrimos un ideal que merece ser tutelado y promovido: la mejor manera de iniciar la propia
existencia se produce en el contexto de una unión estable entre el hombre y la mujer que podrán
convertirse, tras su matrimonio, en padre y madre.
En esta perspectiva se sitúa la genuina idea de matrimonio, que podemos definir como una unión
estable entre un hombre y una mujer, reconocida y apoyada por la sociedad, en la que pueden ser
acogidos los hijos gracias a la complementariedad sexual de la pareja.
Esta definición tiene tanta importancia que muchas naciones han buscado asumirla en sus leyes, con
mayor o menor acierto. Sin embargo, ha habido, y hay, quienes no la aceptan o no la comprenden, por
lo que buscan definiciones alternativas e insuficientes de lo que sea un matrimonio.
Por ejemplo, hay quien ve el matrimonio no desde una complementariedad sexual abierta a la
generación de la vida, sino simplemente desde los deseos de la pareja, o de más personas (todavía hoy
hay defensores de la poligamia). Otros consideran la unión matrimonial como poco relevante, y así
proponen que las parejas puedan unirse o separarse con rapidez, al aprobar lo que ha sido conocido
como “divorcio express”, que en el fondo muchas veces es idéntico al repudio.
Estos modos erróneos de ver el matrimonio no son suficientes para destruir la belleza del ideal que
hemos definido antes: la unión estable entre dos seres humanos de sexo diferente y abiertos a la vida.
Ese ideal tiene tanta relevancia que ponerlo en discusión o buscar suplantarlo con otros proyectos lleva
no sólo a enormes daños sociales, sino también a un engaño de las personas y a situaciones que tocan
el límite de lo extravagante.
Cuando se lee, y el caso es real, que una persona quiere casarse consigo misma. O cuando se debate
sobre la posibilidad de que dos hermanos puedan contraer “matrimonio” si se quieren de veras. O
cuando se abre la posibilidad de considerar relaciones entre seres humanos y animales hasta darles un
reconocimiento legal (con herencias incluidas), ¿no estamos llegando al absurdo de un subjetivismo
destructor?
Las personas y los pueblos necesitan encontrar, en las autoridades y en las leyes, principios e
indicaciones que sirvan para promover el bien, la verdad, la justicia. Sólo cuando se mira al
matrimonio en su esencia genuina y se busca protegerlo con decisión y con medidas sociales concretas,
es posible ayudar a las parejas a madurar en su decisión conyugal y a construir hogares donde nuevas
vidas puedan surgir, gracias a la complementariedad sexual, en un clima de respeto, de acogida y,
sobre todo, de amor auténtico.