EDIFICIOS DE CELEBRACIÓN CRISTIANA (4)
Padre Pedrojosé Ynaraja
Recuerdo como si fuera ahora, y han pasado de ello más de 60 años, que el
profesor de 5º curso de bachillerato, de historia del arte cristiano, fue a la pizarra y
dijo: hasta ahora habíamos visto bóvedas de cañón. Su sección respondía a una
única circunferencia, que tenía situado su centro en el medio de la nave. Todo el
peso del techo incidía exclusivamente en sus muros, que debían por tanto, ser muy
gruesos y de piedra compacta. Pero llega el gótico y pone, no un centro, sino dos,
cada uno en ambos extremos. La bóveda podía elevarse mucho, ya que el peso se
distribuye y recae, una parte hacia abajo, la otra hacia los dos lados. Los muros
pues no tendrán que ser tan gruesos, ahora bien, se caerían hacia fuera, si no
tuviesen apoyos exteriores que lo impiden. Otra innovación fue unos arcos de igual
factura, que van oblicuos de un lado al otro, de derecha a izquierda, uniendo
estrechamente los arcos de delante con los de detrás, a este ingenioso y bello
conjunto, se le da el nombre de crucería. Esta lección la he recordado siempre.
Cosa diferente es que la entendiera y que aquellos elementales diseños, pudiera
imaginar que coincidían con los que habían dirigido el diseño de iglesias de Burgos,
que eran las que yo conocía y especialmente su catedral.
El invento parecía genial, aunque a mí no me gustase del todo. Debo advertir que
entonces ya vivía en Cataluña, cogollo del más precioso románico y la catedral de
Burgos y mi preciada iglesia de San Cosme y San Damián, eran puro recuerdo. Y es
que, si el románico casi siempre es muy sobrio, el gótico, con los dos centros
iniciales que me habían contado, sus correspondientes modificaciones posteriores y
los innumerables adornos que se la añadían, resultaban enormemente complejos y
complicados para mi mente. Definitivamente pensé que podía ser muy monumental
y mastodóntico este estilo, pero no me satisfacía.
Confieso que, visitando muy posteriormente y sin haberlo programado, la colegiata
de Roncesvalles, me empecé a reconciliar con el gótico. Acabó mi conversión la
primera vez que fui a Saint Denís, a las afueras de París. De la misma sencillez y
pulcritud que el edificio navarro, pero de mucha mayor envergadura.
Si el románico era de origen oriental, muy bien asentado en la Roma clásica y ya
asimilado en Europa, el gótico tenía sus inicios en tierras extranjeras, bárbaras,
como llamaban entonces a todo lo venido de fuera. Ni siquiera tenía nombre. En
plan de ironía se le llamó así por atribuírselo a los godos, cultura a la que le faltaba
la solera de la cuenca mediterránea, donde ahora pretendía entrar.
Acabo advirtiendo que a partir de este estilo puro, el de Roncesvalles y Saint Denis,
se fueron diversificando hasta el infinito los diseños. Se elevarán las bóvedas, se
abrirán amplios ventanales que inundará de luz el interior. Tanta luz entrará, que
será preciso tamizarla, naciendo con ello las vidrieras policromadas. Hay que
reconocer también que los vitrales pesan menos que las piedras de sillería y por
tanto, las paredes pueden elevarse mucho, más sin peligro de sobrepeso, con tal
que por fuera sostenido su empuje hacia fuera. Función que cumplían los
arbotantes, separados a cierta distancia y también esbeltos, a diferencia de los
contrafuertes del románico, que eran machuchos y estaban pegados a los muros.
MARIA LAACH
He hecho referencia más de una vez, a un viaje a Alemania que hicimos juntos
cinco amigos sacerdotes. Fue de lunes a viernes y en plan austero. Había que
aprovechar al máximo los días, yendo a sitios que nos pudieran interesar y
gastando poco dinero. Alguien vio en el mapa el nombre de esta abadía y decidimos
aprovecharlo.
Por mi parte, y creo que a los demás les pasaba lo mismo, no teníamos ni idea del
monasterio. Nos sonaba a lugar importante. Quiero decir que desconocíamos las
características de la construcción y del paisaje circundante. La curiosidad agudiza el
ingenio y satisfacerla también alegra el espíritu.
Debo advertir que por mi situación geográfica, lo de monasterio benedictino tiene
en mi mente una referencia inmediata: Montserrat y eso puede inducir a error. El
caso de este último, creo que es único. Se trata de una inmensa montaña,
sorprendente y exótica, además de bella. En un rincón de la falda, en arriesgada
situación de equilibrio y agarre, está la abadía. Unido a ella, más que pegado, un
santuario. Todo tan junto, que es difícil separar las dos realidades que guardo en mi
memoria.
María Laach sería un monasterio en un sentido esencial. Solitario, silencioso y
austero. Creo que no vimos, durante nuestra corta estancia, ni un solo monje, ni un
autocar de turistas.
Su soledad y la abundancia de belleza que se contempla, son un canto de alabanza
a Dios.
El nombre significa simplemente María del Lago, ya que se levanta al lado de una
plácida laguna. No se recuerda allí, que yo sepa, ni apariciones, ni milagro alguno.
Pese a la reserva que se respira, uno no se siente extranjero. Sabe que la vocación
del monje implica oración y trabajo. El segundo aspecto se ha ejercido de muy
diferentes maneras. Si antiguamente significaba copia de manuscritos y su difusión,
cultivo de la tierra, acopio de saberes de farmacopea etc. hoy puede ser cerámica,
investigación y edición de libros teológicos o culturales o creación de programas
informáticos bíblicos. He puesto unos ejemplos generales, sin saber cuales son las
actuales dedicaciones de esta abadía, en este terreno. El primer aspecto, el más
genuino, es la plegaria. Litúrgica e individual. Nunca se está tan cerca de los
hombres como cuando se ruega a Dios por ellos. Aunque muchos lo desconozcan,
no lo aprecien o lo olviden.
Pese a no ver a nadie, se encuentra uno como en casa. No se siente vigilado, ni
paga entrada. Leo el saludo que se nos da y que copio textualmente. ESTIMADOS
VISITANTES. Bienvenidos a la iglesia de nuestra Abadía. Nos alegramos de su
visita. Conocerán este incomparable testimonio de fe, con su rica historia. Hace
900 años que los monjes se reúnen aquí, cada día, para alabar a Dios. Por favor,
presten atención a esta primera y más importante función de nuestra iglesia. La
basílica invita a orar y reflexionar. Esta guía les ayudará en la visita de este templo.
Se ofrece a continuación una relación de sus avatares históricos. 1093 fundación.
En 1112 se renueva la fundación que había sido abandonada y llegan benedictinos
belgas. En 1802 se suprime la vida monacal, la propiedad inmobiliaria pasa al
estado. En 1855 un incendio intencionado destruye gran parte de edificio. En 1892,
a impulsos del emperador Guillermo II se renueva. 1985-2000, saneamiento y
renovación. Este párrafo es el resumen de lo esencial, ya que, en su totalidad,
ocuparía varias páginas.
Aprendidas estas noticias, recuerda uno que de aquí fue monje Odo Casel, el que
con sus intuiciones renovó la teología litúrgica. En mis tiempos de seminarista, sus
ideas sonaban a enigmáticas, o tal vez exóticas. Fueron posteriormente aceptadas y
más tarde asumidas por el Vaticano II. Se refugiaba en este monasterio Romano
Guardini y también estuvo la misma Edith Stein, la lista podría ser interminable.
La belleza salvará al mundo, dijo Dostoievski y hoy, más que nunca, es oportuno
este enunciado. El Cardenal Ratzinger lo recordaba afinando un poco el sentido, sin
salirse de él. Decía “la autentica belleza salvará al mundo”. Prodigiosa y hermosa
definición, pese a que no sea ningún dogma de fe.
El visitante que no ha ahogado su sensibilidad, gozará de la hermosura del paisaje.
Suaves montañas y plácidas aguas son las del lago que da nombre a este rincón
alemán.
Una imponente escultura en bronce, que representa un ángel, de líneas modernas,
trasmite el saludo de la comunidad al visitante. El conjunto de edificaciones que,
pese a los cambios y añadidos durante los siglos, no ha destruido sus líneas
románicas, le anima a adentrase.
En su interior se respira la presencia del Señor. Misterio sacramental que gustó
estudiar profusamente y dar a conocer Odo Casel. El mausoleo de Enrique II, conde
palatino y fundador del monasterio, con una estatua yacente, madera de tilo
policromada y muy bien conservada, nos sitúa en sus orígenes.
Recorriendo sus diferentes estancias, contempla uno mosaicos de estilo bizantino,
una capilla con una imagen de la Piedad del S.XVI, conjunto de la Vera Cruz con
ricos relieves representando a Santa Elena y su hijo el emperador Costantino. Se
advierte al cristiano fervoroso, que en la capilla del Santísimo, además de adorar,
dispone de un confesonario donde puede recibir el perdón. Querer ponerlo todo,
significaría copiar lo que ya aparece en las guías. Sorprende, eso sí, la coloración de
las piedras de sus muros y bóvedas, combinan el blanco viejo, con el ocre oscuro y
el gris basáltico. Se maravilla uno, cuando en el atrio ve una fuente-pila, como la
del patio de los leones de Granada.
Por el entorno una zona sepulcral, con estelas alineadas, un museo al aire libre
junto al bosque de creaciones exóticas, más o menos abstractas. Una sencilla
inscripción en una lápida recuerda que en Beate Mariae Lacensis (el antiguo nombre
propio del cenobio) estuvo Edith Stein y a la entrada de la cripta se nos ha
advertido que allí, en 1921, se celebró la primera misa de cara al pueblo.
Las más antiguas “casas de espiritualidad” o de retiro ascético, y las de más solera,
fueron de antiguo los monasterios. Al abandonar este lugar, uno lo deja convencido
de que continúa siéndolo este.