Deseos insatisfechos
P. Fernando Pascual
14-6-2014
Nos ocurre con bastante frecuencia: deseamos un día de sol, o menos tráfico en esa calle, o más
batería en el coche. De repente, la sorpresa y la contrariedad: ocurre todo al revés, no
conseguimos lo deseado, y el corazón empieza a sufrir.
La vida está llena de situaciones en las que nuestros deseos quedan insatisfechos. Entonces la
sensación de derrota o de fracaso puede dominarnos.
Esos momentos, sin embargo, ayudan a crecer si los asumimos con una actitud serena y
desprendida. En primer lugar, porque el mundo no está a nuestros pies: mil circunstancias y mil
personas pueden intervenir en la marcha de los hechos hasta obstaculizar nuestros planes.
En segundo lugar, porque todo en esta tierra tiene un carácter provisional, caduco. Incluso
aquellas cosas que alcanzamos y “salen bien” están sujetas a la fragilidad. ¿No hemos visto
alguna vez caer y romperse algún jarrón o algún aparato al que estábamos muy apegados y que
conseguimos tras muchos esfuerzos?
En tercer lugar, porque el “fracaso” puede abrir nuestros ojos a tantas situaciones humanas de
pobreza, de miseria, de llanto. Conseguirlo todo (no ocurre, pero si ocurriera...) nos encerraría en
un mundo de satisfacciones que drogarían el alma. Al revés, una contrariedad respecto de
nuestros deseos y planes puede convertirse en el inicio de una actitud más comprensiva y atenta
a quienes viven cerca o lejos.
Además, ¿no tenemos que reconocer en ocasiones que deseábamos cosas malas? No haberlas
conseguido nos libra de consecuencias dañinas, si bien todavía tenemos que purificar el corazón
por el tiempo en el que deseamos y trabajamos por metas equivocadas.
Los deseos insatisfechos y los fracasos son parte de la vida humana. Aceptarlo no es
simplemente una conclusión filosófica para vivir más tranquilos, sino un paso para abrirnos a
nuevos horizontes, para dejar más espacio a la confianza en Dios, y para reconocer las
necesidades de nuestros hermanos.