UN BALUARTE
En aquel lugar la mayoría de las presencias eran de gente mayor.
Solamente tres personas jóvenes destacaban entre tanto ser adulto.
Una de las jóvenes tenía notorias dificultades y sus reiterados intentos de suicidio
así lo evidenciaban.
Otra de ellas siempre me resultó un gran signo de interrogantes puesto nunca
llegué a tener un relativo trato con ella como para conocerla.
La otra era un baluarte de la vida en aquel lugar.
Llamaba poderosamente la atención su presencia.
No era una presencia ausente de vitalidad, alegría y sentido común.
Era un ser que solía hablar con madurez y equilibrio.
Era un ser que despertaba confianza y sonrisas.
En aquel lugar todo era casi como una despedida y ella lo transformaba en
bienvenida con su sola presencia.
Cuando estaba presente parecía como que el lugar se colmaba de brisa
reconfortante.
Todo allí se diluía en unos espacios muy grandes y casi vacíos y, por lo tanto, con
abundancia de humedades y olor a encierro.
Su presencia era suficiente para hacer que el sol entrara y todo se colmase de
calidez.
Fue desde esa realidad que descubrí el poder que puede tener una sola persona.
Poco a poco se me fue transformando en una gozosa razón para mi asistencia a
aquel lugar.
Eran inmensas bocanadas de vida que uno recibía de ese ser.
Su vida no era fácil pero ello quedaba en su casa y en aquel lugar era promotora de
la vida en sus mejores aspectos.
De una delicadeza evidente y una calidez humana desbordante con sus idas y
vueltas colmaba de campanitas el lugar para hacerlo apasionante.
Soy un convencido que esa persona era un inmerecido mimo que Dios hizo para
con mi vida.
Estoy seguro que dejar entra a Jesucristo a nuestra vida es algo así.
Cuando le dejamos entrar no hacemos otra cosa que abrir las puertas a la vida.
La vida con todo lo que ella implica y con lo que debemos hacer por ella.
Nuestra sola presencia debería ser un signo de contradicción frente a tantas
posturas del hoy y que nos pesan.
Frente a tanta rutina aportar nuestro espíritu de búsquedas.
Ante tanto conformismo llevar nuestro espíritu renovador.
Desde tanta queja que se escucha hacer escuchar una voz de gratitud y alabanza.
Saber que con Él nada tiene olor a humedad o a encierro.
Es quien nos hace estar con nuestras ventanas llenas de sol y transitados por una
brisa joven y reconfortante.
Con Él nunca estamos resignados o atados a rutinas.
Es quien nos hace apasionarnos por la necesidad de transformaciones aunque las
mismas impliquen mucho más tiempo del que sería de nuestro agrado o de
nuestras prisas.
Él es, sin duda, un baluarte para nuestra existencia.
Nunca habremos de poder encontrar las palabras correctas que puedan explicar lo
que significa tenerle presente en uno.
Parecería como que todas las palabras resultan muy pocas y todas nuestras
acciones muy pobres para explicar tal experiencia.
Su sola presencia nos hace vivir con una sonrisa a flor de piel.
Lo suyo nunca es algo que nos deja de brazos cruzados o indiferentes.
Siempre, lo suyo, es una paz que nos deja inquietos.
Su vida en nuestras vidas es el inmenso mimo que Dios suele obsequiar desde su
gratuidad generosa.
Hoy una persona me preguntó que significaba “ser un baluarte”.
Me recordé de aquella persona a la que hago referencia al comienzo y……….
No pude evitar sentir que no ha de existir un baluarte semejante a Jesucristo para
con cada uno de nosotros.
Padre Martín Ponce de León SDB