AMAR A DIOS SOBRE TODAS LAS COSAS
Padre Pedrojosé Ynaraja
Cuando examinaba mi conciencia antes de confesarme, en aquellos tiempos que
empezaba a comulgar, tanto este primer mandamiento como alguno otro, me los
saltaba. Evidentemente a los siete años, difícilmente puede uno desear la mujer del
prójimo. Y es un ejemplo. Creo que algo semejante continúa ocurriendo hoy,
referente al terreno que titula este artículo. Porque lo de amar a Dios por encima de
todo, es un concepto demasiado impreciso, según nos parece. Tal vez hoy que
renacen las persecuciones a los cristianos con un ímpetu mayor que en los tiempos
romanos, vuelva a verse clara la exigencia.
Nuestros enemigos, con respecto a los que vivimos por estas tierras del primer
mundo, no son sangrientos, ni torturadores. Son silenciosos acosadores.
Claramente lo diré: estoy pensando en el aburguesamiento. En el capitalista y en el
del simple hijo de vecino que sufre más o menos intensamente la crisis, pero que
va viviendo.
Aterrizo en el terreno concreto al que quiero referirme hoy, sin que crea que es el
más dañino, pero sí que en estos días próximos a la temporada de vacaciones, es
oportuno hacer referencia. Me refiero a los viajes del verano. Observo que se
plantea la cuestión con total indiferencia. A unos les gusta la playa, a otros la
montaña, otros prefieren países exóticos.
¿Nuestra vocación cristiana, no debe intervenir en la cuestión? Si la vida actual con
sus agobios laborales o sus angustias al no conseguir trabajo decente y seguro, o
los inciertos resultados de los estudios académicos, no nos permiten una formación
cristiana continuada, algunos recordarán los semanales círculos de estudio que eran
complemento de la misa diaria, ahora que llega estos días que todo se interrumpe,
es cuestión de que el cristiano se plantee a qué sitios irá que estimulen y
favorezcan su Fe. La vieja Europa conserva monumentos, monasterios y santuarios
que al visitarlo nos descubrirán aspectos olvidado. Nos recordarán la importancia de
la piedad y la liturgia, por ejemplo.
Recuerdo que cuando mi padre disfrutaba de la “licencia”, así llamaban a los
anuales días libres, íbamos a visitar a la familia, vivíamos algún día con cada uno
de nuestros parientes, visitábamos los templos, fueran catedrales o ermitas,
admirábamos las fortalezas o el paisaje. Amor sosegado, cultura y religiosidad, nos
enriquecían sin esfuerzo. ¡Qué gran día fue para mí, cuando en San Sebastián vi
por primera vez el mar!. Nunca olvidaré otro viaje en el que, en pequeño intervalo
de tiempo, coincidió el ir a pie desde Matapozuelos a Sieteiglesias, (alguna vez mi
padre hizo el camino descalzo, agradeciendo al Señor sus beneficios) y visitar Las
“Arcas reales” de Fisac, en Valladolid. El contraste es enorme, el interés para
nosotros, de cada lugar también. Tenía curiosidad por saber la impresión que les
causaría el convento dominico. Escuche con asombro que me dijo después de
contemplar detenidamente su interiorra: esto es una iglesia para celebrar misa.
Había dado en el clavo. Continúo yo yendo a rezar a minúsculos santuarios o
aprendo de abadías donde me uno a su liturgia conventual, pegándoseme también
un poco de su ancestral cultura teológica.
Tierra Santa, fue lugar predilecto desde los inicios de nuestra era. Difícil de visitar
en ciertas épocas. Se me habló desde mi infancia de ella. No satisfice mi ensueño
hasta que tuve cuarenta años. He vuelto muchas veces, siempre ha sido diferente y
su riqueza no se agota. En aquella ocasión, mi primer viaje, les planteé a los
cristianos con quienes me sentía comprometido: quiero ir para conocer mejor al
Jesús que os he de predicar, espero vuestra ayuda. Y me la prestaron. Mis estudios
adquirieron un relieve que no tenían y por eso he vuelto.
Los tiempos han cambiado y ahora se organizan muchos viajes. Se visitan lugares
insignes y se reza, no lo dudo y me parece cosa suficiente para la primera vez.
Ahora bien, encuentro a faltar otro planteamiento. Se trataría de pensarlo y
programarlo como un viaje de estudios, complemento de la lectura de la Biblia. Una
de las cosas que lamento a mi edad, es no conseguir que se adhieran a esta
orientación otras personas. Trasmitirles lo que yo he aprendido y que las agencias
de viajes no programan.
Recuerdo que estaba un día en Ein-Karen, en el convento franciscano, y un nutrido
grupo de valencianos escuchaban una explicación muy interesante del sacerdote
que les acompañaba. Le pregunté a uno que tenía a mi lado, si no podían escuchar
lo mismo en su ciudad y sería más barato. Me contestó: mire usted, yo soy
viajante, no paro en casa. Aunque vaya a reuniones, siempre estoy pensando en lo
que me tocará hacer al día siguiente. Aquí no, estoy sumergido en lo que durante el
día visitamos. Ahora al atardecer enriquecemos lo visto con estas charlas y
encuentros. Sé también que alguna noche iremos a rezar al mismo Getsemaní. La
autenticidad del lugar y le hora, me ayudarán mucho en la oración.
Otro aspecto que compruebo que no se practica es el caminar por las sendas que
siguió el Señor. Acostumbro a decir que Tierra Santa entra por los pies. Vaya un
ejemplo. Me referiré a la ruta Jerusalén-Jericó. Aunque se trate sólo de andar un
centenar de metros, es maravilloso apearse de la autovía y desplazarse hasta el
antiguo camino por el que Jesús y tantos otros personajes bíblicos caminaron. Que
se meta la arena por las sandalias, que uno vea una planta carnosa y al tocarla se
pinche, que observe los wadis… que oiga el silencio del desierto…
La fuentes del Jordán, lo que queda de los templos de Dan o de Arad,
contemporáneos del de Jerusalén, llegarse al manantial del Guijón, a diez minutos
de Getsemaní, etc. etc. son ejemplos de lugares que no presentan ningún peligro y
muy interesantes para entender el texto revelado.
Acabo con una invitación. Recientemente se han descubierto muchas cosas de la
antigua Magdala. Principalmente la sinagoga, que tanto habían buscado los
arqueólogos. De manera semejante se ha encontrado la piscina de Siloé, de gran
importancia para el templo de Jerusalén y a la que envió Jesús al ciego de
nacimiento. Recorrer distancias, observar el paisaje que impregnó la visión de
tantos personajes y del mismo Señor. Más que verlo, contemplarlo para que se nos
contagie, lo que a ellos les empapó su visión.
Pues bien, si a alguien le interesa acompañarme, me sentiré muy satisfecho de
enriquecerle con mi experiencia. Por supuesto que se trata de un viaje que no
puede improvisarse, es preciso tener asegurado la cena y el dormir ¿Quién se
apunta?