AVIGNON
Padre Pedrojosé Ynaraja
La primera noticia que tuve de esta población fue cuando estudiaba bachillerato. No
sé si fue en la asignatura de historia civil o la referida a la Iglesia. Recuerdo el aula
del instituto de Burgos y no podía tener más de 14 años. Imagine, pues, el lector
lo poco que pude aprender sobre Avignon. Me quedó lo de los tres papas, uno en
esta población, otro en Roma y el tercero en Peñíscola. En el seminario
seguramente volví a estudiarlo, pero la verdad es que no me acuerdo de nada. Los
libros de texto, tan en uso en aquel tiempo, servían para estudiar lo que quería el
profesor, cuando lo quería el profesor y como lo quería el profesor. Para,
evidentemente, a continuación del examen, olvidarlo.
Al cabo de los años, viajando hacia Bélgica con seis monjas, superiora general y
parte de su staff, una expedición que nunca olvidaré, efectuamos la primera
parada en este lugar del que me ocupo hoy. Gente de Iglesia como éramos, no
podíamos pasar indiferentes, así que nos desviamos de la autopista y entramos en
la población. Debo decir desde el principio que si una ciudad puede interesar a
cualquier persona, sea culta o analfabeta, religiosa o indiferente, joven o vieja, es
esta. Indudablemente nosotros, nos dirigimos de inmediato a la catedral. Me quedó
grabada la imagen que nunca he olvidado: allí se sentó sin duda presidiendo, el
obispo del lugar y el Papa, que lo era de Roma. Me acordé entonces de Catalina de
Siena y el papel tan positivo que jugó en la situación tan problemática que vivía
aquella jerarquía, atreviéndose a dirigirse al Pontífice en términos severos. Se
revolvían mis conocimientos de una manera nebulosa, pero con suficientes datos,
como para darme cuenta de la importancia del lugar y de lo que implicaba. Aquellos
Papas no tuvieron un comportamiento ejemplar ¿debía yo despreciarlos?. Fui
consciente de que serían grandes pecadores sin duda, como yo era pequeño
pecador, de acuerdo con mi talla. No debía sentirlos alejados de mí. La Santa Madre
Iglesia los había acogido, como me acogía a mí con mis pecados. Fueron o se
sintieron ellos, varones y papas que eran, gente importante, pero nadie de los que
íbamos de viaje aquel día, ni siquiera recordábamos sus nombres. En cambio por la
de Siena, mujer y simple terciaria de la orden de santo Domingo, todos sentíamos
admiración. Más tarde y obligado por una corta parada en Siena, la de la plaza en
forma de concha, me he sentido obligado a estudiar algo de su vida y como nuestra
Teresa de Ávila, uno se da cuenta de que son mujeres de armas tomar, hitos
importantes de la historia no solo de la Iglesia sino del mismo continente.
He vuelto a estar en otras ocasiones en Avignon y he entrado a la catedral con el
mismo propósito. Agradezco allí a la Santa Madre Iglesia que me acepte a mí con
mis pecados en su seno y recuerdo que lo importante no es tener el mando como
estos papas y tantos otros clérigos que en el mundo han sido, lo han tenido. Lo
importante es ser santo, como Santa Catalina de Siena, que, reconozcámoslo
sinceramente, no ha habido demasiadas.
Copio textualmente un párrafo que encuentro por Internet y que es suficiente para
comprender el renombre del fenómeno eclesial que se centró principalmente en
este lugar “Dentro de la crisis general que afectó a todo el clero entre los s. IX-XI,
reviste un particular relieve la crisis que afectó al papado mismo, sobre todo en el
s. X: tal periodo de crisis se denomina con frecuencia con las expresiones siglo de
hierro, siglo oscuro, siglo de plomo, etc. Entre los a. 882 y 1046 se sucedieron más
de 40 papas y antipapas, quienes, en gran parte indignos y pertenecientes a las
más poderosas familias romanas, llevaron consigo a la sede pontificia
preocupaciones e intereses primordialmente temporales”.
Nunca he querido entrar en los palacios-castillos de los papas, situados al lado
mismo de la catedral que reconozco que si no destaca ni por tamaño ni por
estructuras, conserva un aire de piedad que invita al viajero, generalmente simple
turista, a la oración, sin entretenerse en explicaciones de tipo histórico. Lo
importante es que allí hay un sagrario habitado, unas imágenes piadosas que
invitan a la reflexión, un orden e iluminación que facilitan la plegaria.
Muchos cristianos que se dirigen al norte, ignoran la riqueza espiritual oculta en
esta bella población. En otro lugar lo he escrito: se plantean las vacaciones con
criterios puramente burgueses, capitalistas, mediocres. En los viajes también rige
aquello de amar a Dios sobre todas las cosas. Dicho de otra manera y
simplificando: es mucho más importante Avignon, que la torre Eiffel de París o el
Atomium y el Manneken Pis de Bruselas.
Pese a ser una población pequeña, destaca en la actualidad por sus festivales
teatrales y otras manifestaciones artísticas. Es una ciudad bella y elegante y, cosa
también interesante, donde se puede aparcar. Por mi parte siempre lo he
conseguido, sin costarme un euro. No hay que olvidar que a su vera discurre
plácidamente el padre Ródano y que circundan la orbe antiguas murallas y en su
interior otros monumentos importantes, alguna iglesia que me ha encantado o una
antigua sinagoga judía, que me ha sorprendido ver su fachada, ya que hasta el
último viaje desconocía su existencia.
Leo en noticias que incluyen las guías, que la enorme, y en alto lugar situada,
imagen de la Virgen, visible desde todo el entorno, es de plomo dorado. Saqué
bastantes fotografías porque me gustaba. Que sea del pesado metal, es simple
anécdota, pero sin duda curiosa. Pienso ahora en lo que les costaría en aquel
tiempo, carentes de nuestras enorme grúas-pluma, colocarla en aquella altura.
Pero lo que no puede ignorar el viajero mínimamente interesado por ingenuas
tradiciones, es el puente roto. El de la canción “sur le pont d’Avignon on y danse,
on y danse. Sur le pont d’Avignon on y danse tout en rond ». En el primer viaje del
que he hablado la recordamos todos. Estábamos precisamente bajo una de sus
arcadas, sentados en las piedras, calentada la comida con el camping gas. Nadie se
atrevió a bailarla, evidentemente, pero recuerdo satisfecho a la superiora general
de la congregación, de más de 70 años, que sentenciaba y repetía: ni la reina
Fabiola, estaría mejor que lo que estamos nosotros aquí. Fue un buen principio,
seguiría la catedral de Lyon, Taizé y tantos otros lugares de los que ya he hablado o
hablaré.