Es lícito rebelarse contra el estado?
Ángel Gutiérrez Sanz ( Autor del libro LAICISMO y nueva religiosidad)
Los católicos llevamos más de medio siglo esperando con los brazos
tendidos a todos los que quieran acercarse, para darles razón de nuestra
esperanza. Más de medio siglo gritando a los cuatro vientos que queremos
entrar en dialogo con la cultura de nuestro tiempo , sin que por el momento
se nos haya tomado en cuenta. ¿ Será que no sabemos cómo hacernos
escuchar? o ¿tal vez sea que se nos hace el vacío injusta e
injustificadamente? Sin negar que puede haber bastante de lo primero, no
es descartable tampoco lo segundo. Siempre se ha dicho que entre dos
interlocutores, difícilmente puede haber discusión, si uno de ellos no quiere
discutir y lo mismo pasa con la intercomunicación. La cultura religiosa es
una parte importante de la cultura de los pueblos ¿ quien lo duda? Pero el
hombre actual está empeñado en ignorar todo aquello que trascienda de
tejas a bajo y vivir inmerso en el analfabetismo religioso. Está claro que una
gran masa de gente no quiere saber nada de Dios.
Lo característico de nuestra cultura no es la pasión por Dios como pudo
serlo en otras épocas sino la indiferencia religiosa. Los hombres y mujeres
de nuestro mundo paganizado se han acostumbrado a vivir como si Él no
existiera, no le necesitan para nada, ni creen que pueda ayudarle en la
solución a sus problemas cotidianos, piensan que para lo único que puede
servir es para complicar la vida. Es más, su presencia en el mundo les
incomoda y molesta, porque viven llenos de prejuicios religiosos, que por
otra parte sería fácil desmontar siempre y cuando tuvieran el valor de
enfrentarse a ellos, con lo que pronto descubrirían que el miedo a Dios
carece de todo fundamento. Sólo quien no conoce suficientemente a Dios
puede temerlo.
A los cristianos no se nos escucha porque existe la creencia generalizada de
que se vive mejor de espaldas a la religión, que se es más libre y más feliz
sin un Dios a quien rendir cuentas. De alguna forma unos y otros nos
hemos ido acostumbrado a esa felicidad canalla que todo lo fundamenta en
el bienestar material , hemos adulterado los nobles ideales de libertad
cambiándolos por una omnipermisividad irresponsable que todo lo tolera y
nos hemos despojados de los preceptos morales y religiosos que servían de
barreras de contención frente al abismo, para quedarnos con la conciencia
personal subjetiva a la que hemos colocado por encima del bien y del mal
.
Los estados modernos han sido sensibles a estas aspiraciones tribales, las
han asumido convirtiéndolas en símbolos de las aspiraciones humanas, y
han aprovechado la ocasión para usurpar el puesto vacante dejado por
Dios, siendo ellos, ahora, los que han pasado a representar la autoridad
suprema garante y garantizadora del orden por ellos establecido . Los
actuales estados laicos , cuando no laicistas, en su afán de proteccionismo,
han llegado a ser los árbitros supremos que todo lo regulan y controlan, que
es a lo que siempre han aspirado todos los totalitarismos. Sería ingenuo
pensar que unos estados con estas pretensiones estuvieran dispuestos a un
dialogo religioso que tarde o temprano pudiera comprometer su situación
hegemonica. Lo que yo no sabría decir muy bien es si del “homo
irreligiosus” fuimos pasando a la sociedad descreída, para acabar en el
estado laico con ribetes de laicistas o tal vez el proceso haya sido a la
inversa. En cualquier caso, el hecho es que nos encontramos en una
situación insostenible donde el orden querido por Dios ha sido trastocado,
trasgredidos los imperativos primarios de la ley natural, donde se tolera el
mal y no se respeta la dignidad de las personas, por lo que uno se
pregunta ¿Para que queremos un estado que no sea el guardián y valedor
de los derechos más sagrados e inviolables?
Los cristianos una vez superada la vieja tentación de querer imponer
nuestra fe a martillazos, deberíamos comenzar a ser conscientes que
tampoco es bueno vivir en situación de sumisión y postergación
permanente ante un estado que trata de relegarnos a la sacristía y hacer de
la religión una cuestión privada, con el pretexto de que vivimos bajo el
imperio de una constitución aconfesional. Vamos a dejarnos de engañifas….
Todos los estados son confesionales , incluidos los confesionalmente laicos.
Entonces… ¿ cómo se le puede prohibir a un cristiano que luche por tratar
de implantar en nuestro mundo el Reino de Cristo? Cuando esta
obstaculización ocurre , vienen a mi me memoria las palabras de los
apóstoles que fueron pronunciadas en situaci￳n similar. “ Es preciso que
obedezcamos a Dios antes que a los hombres”. La cosa no puede estar
más clara. No es lícito obedecer al estado cuando trata de ostaculizar los
planes de Dios, cuando atenta contra su ley o contraviene el orden natural.
Los cristianos tenemos la obligación de rechazar abiertamente todas
aquellas disposiciones contrarias a nuestra religión y a la moral universal ,
es necesario hacer frente y rebelarse, contra un estado que ha
declarado la guerra a Dio s. Entiéndase bien , eso sí, que rebelarse es
algo distinto de violencia , tal como queda patentizado en el sublime
ejemplo del propio Jesucristo .
Bien está la actitud de la mano tendida y la apertura al diálogo, que viene
propiciando la Iglesia Católica y que dicho sea de paso , para poco ha
servido hasta el momento. Lo que ya no es tan recomendable , es doblar la
rodilla ante unos estados que se muestran tan irrespetuosos con los
creyente y con la religión. De rodillas sólo debemos ponernos ante Dios, que
es el único que puede dignificar al hombre, pues como bien decía
Dostoievski “ El arrodillarse ante Dios, lo infinitamente grande, nos evita
tener que arrodillarnos ante lo infinitamente peque￱o” Si de algo
debiéramos arrepentirnos los cristianos del siglo XXI, es de haber estado
más preocupados de no exasperar al enemigo que de entregarnos a la
causa de Cristo
Todavía no acabo de comprender cómo y por qué en estos últimos años,
sobre todo en España, los cristianos hemos sido tan sumisos, tan
contemporizadores y lo que es peor tan colaboracionistas con unos
regímenes, que como se ha demostrado posteriormente no eran de fiar y
nos han traído lo que nos han traído. Uno repasa la triste historia de los
últimos tiempos y la ve plagada de disimulos, de mirar para otra parte , de
vergonzosas condescendencias, de complejos, de cobardías, tratando de
justificar lo injustificable, cuando todo hubiera resultado mucho más fácil, si
hubiéramos tomado en serio la recomendaci￳n de Cristo “ buscad primero
el reino de Dios y su justicia que lo demás se os dará por añadidura”; pero
mucho me temo que los cristianos no hemos estamos a la altura que los
tiempos exigían .
Aún así, me queda el consuelo, de que al menos, hayamos aprendido bien
la lección para el futuro inmediato, que ya está ahí. ¿ Que vamos a hacer
nosotros los cristianos del siglo XXI, ahora que todas las estructuras
humanas se tambalean? ¿ hemos de permitir que nos sigan engañando con
falsas promesas? ¿ vamos a contentarnos con medias verdades? ¿ Vamos a
seguir refugiándonos en sutiles maquiavelismos o poniendo en práctica la
táctica del mal menor? Yo quiero pensar que después de haber descubierto
la gran mentira que se esconde detrás de lo políticamente correcto, sólo
nos vamos a conformar con las grandes verdades evangélicas, sobre las que
ha de estar fundamentado todo lo humano, incluso las cuestiones políticas y
sociales. Los tiempos reclaman posturas valientes y comprometidas, ¡ basta
ya de actitudes ambiguas y acomodaticias!