Ocio u Ociosidad
P. Adolfo Güémez, L.C.
Hace años vi un anuncio que comenzaba diciendo algo más o menos así: «Imagínate que
todos los días tienes en tus manos 1440 euros. Cada día, sin importar lo que hayas hecho o
dejado de hacer, cuentas con la misma cantidad.»
El video mostraba a un joven que después de despertarse se encontraba, efectivamente, con
una caja llena de billetes. «Puedes hacer lo que quieras con ellos –continuaba–. Gastarlos
en diversión. Regalarlos a los demás. Quemarlos. La única condición es que al final del día,
lo que no te hayas gastado, no lo puedes ahorrar. Eso sí, al día siguiente, te encontrarás con
los mismos 1440 euros en la puerta de tu casa.»
¡Vaya tipo afortunado! ¡Todos los días toda esa cantidad de dinero! Pero no seas
envidioso… «Esa persona también eres tú. Sólo que en lugar de recibir 1440 euros, recibes
1440 minutos todos los días. ¿Qué vas a hacer con ellos?» El corto terminaba con un coche
de lujo a toda velocidad en la carretera, invitando, obviamente, a comprarlo…
El tiempo es un don que no se repite. Ahora hemos comenzado el verano, un tiempo
anhelado por muchos –sobre todo los jóvenes estudiantes–, para poder hacer, ahora sí, lo
que durante el año no se podía hacer.
En una encuesta reciente que hizo el programa de radio « ¿Y por qué no? », muchos de los
jóvenes decían que en estas vacaciones lo que más querían hacer era pasar tiempo en el
Facebook, ver televisión, descansar, jugar videojuegos, etc. Otros agregaban también
deporte, tiempo con sus amigos o alguna lectura. Y hubo quien dijo que simplemente se
quería quedar en su casa «haciendo nada».
Las vacaciones sirven para descansar. ¿Pero será lo mismo descansar que no hacer nada?
¿Descansar es poder perder el tiempo, porque no se tiene ningún deber?
Algunas veces sí. Pero no siempre. Descansar, según el Diccionario de la Real Academia
Española, consiste en «cesar en el trabajo, reparar las fuerzas con la quietud».
Toda persona humana necesita esas pausas, esa calma que le ayude a reponerse, a cargar
pilas. El problema es que el descanso se puede convertir en un monstruo que siempre pide
más y más inactividad. Siendo así que, si no le ponemos límites, terminará transformándose
en ociosidad.
Y que conste que no es lo mismo ocio que ociosidad. El primero es el descanso sano y
necesario. Es dedicar el tiempo libre a la quietud, así como a actividades que nos
enriquezcan más allá de la rutina diaria.
De hecho, el ocio es fundamental para una sociedad que quiere desarrollarse. Tan es así,
que según nos cuenta Aristóteles, «las artes matemáticas nacieron en Egipto, porque allí
disfrutaba de ocio la clase sacerdotal», teniendo así el tiempo para poder dedicarse a esa
ciencia pura.
La ociosidad, por el contrario, es el vicio de no trabajar, de perder el tiempo, gastándolo
inútilmente. Es descansar por deporte, no por necesidad.
Para que unas vacaciones sean de verdad vacaciones, han de incluir abundantes tiempos de
ocio. Pero sin olvidar que hay que ponerse metas que cumplir, hacer actividades que
durante el año no podemos realizar, desarrollar proyectos entretenidos que requieran toda
nuestra atención.
¿Cuántas veces nos pasa que durante el año anhelamos el verano para poder hacer muchas
cosas, pero al llegar, pronto se nos va sin haber hecho ni una sola? No dejes pasar este
verano simplemente porque sí. Crece. Prepárate. Comprométete.
Decía Séneca: «Todas las cosas son ajenas; sólo el tiempo es nuestro». Aprovecha cada
segundo de esos 1440 minutos que Dios te regala día a día. No para una actividad ociosa o
frenética. Sino para lograr ser aquello que quieres ser.
aguemez@legionaries.org