LOS PECADOS DEL SIGLO XXI
¿Cuáles son? 1era. parte
EMILIO RODRIGUEZ ASCURRA / contactoconemilio@gmail.com / Twitter: @emilioroz
La libertad aparece como el primer atributo concedido por Dios a Adán, es decir, la
capacidad de elegir autónomamente, la de buscar a partir de sí el conquistar la propia
vida y llevarla a cabo viviéndola en plenitud en el camino que responda a su naturaleza,
aparece no solo como un atributo sino como un verdadero don de la creación. Libertad
significa aceptar con la propia voluntad los límites de la existencia, es decir, podían
servirse de todos los frutos del Jardín a excepción de uno solo.
El hombre, con el pecado original de Adán y Eva, queda sumido en la peor desnudez
que, en clave teológica, es imagen de la perdida de la dignidad, del despojo, de la
humillación, pobreza y miseria. Se ha perdido la dignidad humana al mismo tiempo que
la dignidad social, pues por este pecado individual es toda la sociedad humana la que ha
sido dañada. Quien se separa de Dios se separa de los demás hombres y mujeres, se
rompen todos los vínculos fraternos existentes al no haber un criterio objetivo que los
una más allá de las propias expectativas humanas. El pecado original desencadena en el
mundo una gran problemática teológica en su relación con Dios que se traducirá en la
ruptura a nivel relacional entre los hombres.
Tras el pecado original Adán y Eva se echan recriminaciones mutuas, se ha perdido la
paz y la armonía existentes, y los vínculos se han vuelto violentos. Experimentan el
engaño al que han sido arrastrados por la serpiente, el de ser como Dios, se reencuentra
con su libertad que al estar ahora dañada se convierte en limitación, sentida como
penosa y vergonzosa. “La perturbaci￳n de la relaci￳n con Dios los enfrenta en el acto.
Porque quien está enojado con Dios lo está también con el otro”, Benedicto XVI.
El pecado aparece, en síntesis, como un obstáculo en la relación entre los hombres fruto
de la pérdida de relación con Dios, y con él surge en la condición humana una
inclinación natural al mal, hecho que conocemos con el nombre de concupiscencia, el
hombre no ha dejado de ser bueno pero su naturaleza lo conduce al mal, a desear todo
para sí, a ser autorreferencial, egoísta, soberbio, autosuficiente. Dios no se aleja del
hombre, es este quien se aleja de Dios, y “el alejamiento de Dios provoca el
ocultamiento de Dios”, Benedicto XVI.
La historia nos ha mostrado diversos acontecimientos que se nos proponen como la
forma más cruel y grande de pecado: las dos Guerras Mundiales, el Nazismo, los
Campos de concentración, al atentado a las Torres Gemelas, la guerra en Irak y
Afganistán, solo por citar algunos. Ante estos nos preguntamos por qué Dios guarda
silencio, a lo que junto a Benedicto XVI podríamos respondernos: “el silencio de Dios
prolonga sus palabras precedentes”, las del amor, las de la concordia humana.
Todos estos hechos parecen no tener demasiada injerencia en nuestra vida diaria, pues
somos simples espectadores del horrible espectáculo del mal que nos brindan los
medios de comunicación, sin embargo no debemos remontarnos a lejanos puntos del
planeta para ver cómo repercute el pecado en nuestra sociedad, aun cuando, claramente,
estos hechos antes citado con los millones de víctimas inocentes que se han cobrado
merecen nuestro repudio, y nos descubrimos inmersos y corrompidos en ellos.
LOS PECADOS DEL SIGLO XXI
¿Cuáles son? 2da. Parte
EMILIO RODRIGUEZ ASCURRA / contactoconemilio@gmail.com / Twitter: @emilioroz
Cuando se ha perdido el criterio objetivo de la libertad se produce un choque entre las
diversas voluntades de cada hombre, pues cada uno posee la suya con sus propios
criterios, y esto origina múltiples antagonismos, divisiones, fracturas sociales. La
familia aparece como el núcleo social donde se dan la mayor cantidad de relaciones de
reciprocidad y amor fecundo y mutuo, sin embargo es en ella donde aparecen también
enfrentamientos, luchas de poder, de dominio de unos sobre otros. En la gran familia
humana los vínculos han sido afectados de manera que unos desean dominar a otros, la
madre de todos los pecados: la soberbia busca donde tender su carpa y habitar, y
encuentra en el hombre disociado su mejor morada.
La solidaridad humana que busca el bien se ve afectada por el mal, así la solidaridad
como virtud, “solidaridad de libertades”, por ejemplo ante las tragedias humanas y/o
naturales que nos movilizan, se ve afectada por la presencia del mal en el corazón
humano compartiendo también una “solidaridad en el pecado”, el hombre pone en
función del bien común también sus propias miserias. De allí el afán que vemos por el
dominio de una naci￳n sobre otra, el mal del hambre, la pobreza como “negocio u
oportunismo”, la injusticia social, la contaminaci￳n ambiental, los ni￱os y ancianos
víctimas de epidemias y pandemias y en conflictos bélicos entre grupos sociales como
en África, ante nuestra tenue mirada como espectadores.
Del pecado original se desprende los que la Iglesia ha dado en llamar los pecados
sociales, o como algunos han preferido: los pecados del siglo XXI, entre ellos se hallan:
“No realizarás manipulaciones genéticas. No llevarás a cabo experimentos sobre seres
humanos, incluidos embriones. No contaminarás el medio ambiente. No provocarás
injusticia social. No causarás pobreza. No te enriquecerás hasta límites obscenos a
expensas del bien común. Y no consumirás drogas.” En todos ellos se pone en juego lo
que San Juan Pablo II en su Exhortación postsinodal “Reconciliaci￳n y Penitencia” ha
afirmado: “en virtud de una solidaridad humana tan misteriosa e imperceptible como
real y concreta, el pecado de cada uno repercute en cierta manera en los demás.”
Así el pecado social aparece como algo mayor que la suma de muchos pecados
individuales, en los que el hombre legisla como si fuera Dios, decide respecto de sí y de
los demás, aunque generalmente en beneficio personal, ocupando el lugar de garante en
la legitimación de sus decisiones. La explotación del hombre por el hombre, las riquezas
acumuladas en pocas manos, el escándalo de una sociedad que nunca en su historia tuvo
tantas riquezas y que, sin embargo, está tan mal distribuida, aconteciendo una gran
brecha entre quienes más tienen y quienes más necesitan. El Papa Pablo VI había
denunciado ya estos desequilibrios entre el norte y el sur en la Populorum Progressio,
retomándolo Benedicto XVI en Caritas in Veritatem, recientemente nuestro Papa
Francisco en Evangelii Gaudium ha hecho mención de estas condenas sociales. Fruto
del pecado ya no hablamos solo de hombres injustos sino de estructuras injustas en las
que el daño del corazón humano se cristaliza.
Aun cuando no cometemos los mismos pecados de Hitler o de Stalin, por citar solo dos
personajes históricos, reconocemos en nosotros mismos la persistencia de un mal que se
traduce en la forma en que encaramos nuestra relación con los otros, no solo a modo de
lectura sino que nos experimentamos enfrentados interiormente con nosotros mismos:
“hago el mal que no quiero”, dirá san Pablo en su carta a los romanos (7,19). Incluso
ciertas leyes no son más que acuerdos meramente humanos en los no se refleja sino la
propia fracturación de los hombres entre sí, un hombre desintegrado no puede ser sino
un “quebrantador de la armonía social”, por decirlo de algún modo.
El pecado social aparece, entonces, como la consecuencia de la propia condición
humana quebrantada respecto de la libertad de Dios. Sólo la Verdad hace
verdaderamente libre al hombre, sólo quien se mueve bajo la mirada amorosa del Padre
y hace propias sus propias enseñanzas se hace humano y humaniza el mundo, lo vuelve
un nuevo Edén. Es en el día a día donde respondemos a la propuesta de Jesús:
“Sígueme”, en la construcci￳n de un mundo más justo, más equitativo, donde hayan
posibilidades reales para todos y la ayuda a quienes más nos necesitan no sea una
ficción o una tranquilizadora tarea de la conciencia.-