VACACIONES
Padre Pedrojosé Ynaraja
Tal como somos, necesitamos tener unas pautas de comportamiento para vivir
equilibradamente. Debemos comer y dormir, evidentemente, pero ambas cosas
solas no son suficientes. Es preciso trabajar, comunicarse, compartir e intimar. El
hombre es un ser incomunicable, pero que tiende y se esfuerza en conseguir este
imposible, sin lograrlo nunca del todo.
La complejidad de la vida humana, se ve orientada por las indicaciones recibidas de
Dios. Una de ellas es la institución de la semana. Es de las primeras enseñanzas
que uno encuentra en la Biblia. Seis días de trabajo de la tierra, o del cuidado del
ganado, y uno de descanso. Si este programa resultaba fácil de entender hasta no
hace muchos años, en la actualidad la cosa resulta mucho más compleja. Tal vez
entenderíamos mejor la cosa, si lo expresásemos de la siguiente manera: cinco días
de ocupación profesional fuera de casa, o en el mismo domicilio, de lunes a viernes,
y un día, el sábado, dedicado a labores familiares y hogareñas. El domingo,
cristianamente hablando, es para el descanso físico y el mental, dormir más horas.
El espiritual se logra divirtiéndose, jugando o gozado de un espectáculo, sea un film
un deporte, leyendo, por poner unos ejemplos. El domingo supone una dedicación
especial a Dios. La oración, la escucha y meditación de su Palabra, y la celebración
eucarística merecen el mayor interés y esfuerzo. Este esquema da buen resultado
pero, lamentablemente, por las circunstancias de la vida moderna, no se consigue
el total éxito. Surge entonces, como “invento” humano, arreglo y fidelidad al plan
de Dios, que quiere que seamos felices ya en este mundo, las vacaciones.
El cristiano en este aspecto, como en muchos otros, debe preguntarse cómo se las
debe organizar. Proyectarlas es una posibilidad derivada de su capacidad creadora.
Nunca debe olvidar que las vacaciones deben ser como un domingo alargado, para
una vuelta al trabajo pletórica de vitalidad.
El descanso físico y mental lo lograrán algunos en la playa, otros junto a un plácido
lago. Habrá a quien guste caminar por veredas solitarias de montaña o
conquistando cimas a su alcance.
El turismo y la lectura, junto con la convivencia, son un buen complemento.
¿Y la dimensión sobrenatural, cómo se expresa y logra conseguirse?. No hace
muchos años, por estas tierras donde me toca habitar, era una piadosa práctica la
de los “Ejercicios espirituales, según el método ignaciano”. Acudí dos veces en mi
época de bachiller y cada curso durante mi periodo de seminario, cosa de la que no
me arrepentimiento. Me recuerdo a mi mismo, para mejorarme espiritualmente, y
sugiero a los demás para idéntica finalidad, la meditación o plática inicial de
aquellos días, la que se llamaba “principio y fundamento”. Creo todavía vigente su
contenido y muy olvidado, por desgracia.
No digo que hayan perdido actualidad los “ejercicios espirituales”, pero sí advierto
que no son únicos.
En otro lugar de betania.es, he ido dando a conocer algunos de los monasterios que
conozco. Añado hoy que la mayoría de ellos tienen hospedería, que no es una
simple fonda. Alojarse en un tal sitio algunos días y unirse a la comunidad religiosa,
es una buena iniciativa. Acudir a su oración litúrgica. Levantarse al amanecer, o
antes, para rezar Laudes. Asistir a la misa conventual, (la crème de la crème, si se
canta gregoriano). Al atardecer unirse a las Vísperas y ya anochecido, despedir la
jornada con el rezo de Completas. Una tal experiencia ayuda a hundirse, penetrar y
comprender un poco la oración de la Iglesia, aquella que calladamente se ofrece en
nombre de todos y para bien de todos, a Dios Padre. Los silencios y la soledad de la
celda adiestran en la reflexión y la plegaria individual. Unos días vividos de tal
modo, son como la estancia en un balneario espiritual, del que sale uno vigorizado.
Advierto que a lo descrito suele añadírsele la convivencia con otros huéspedes que
están allí con la misma finalidad y que en algunos sitios no es preciso que el
huésped vaya sólo, pues la casa admite a matrimonios y que además,
generalmente, un monje está a disposición de los que han acudido allí y desean
una oportuna ayuda espiritual.
Algo semejante a lo descrito se puede vivir en lugares como Taizé, Paray le Monial,
Silos… En estos sitios y en muchos otros semejantes, se les añade el colorido de la
internacionalidad de los que están, enriqueciéndose con el conocimiento de
diferentes maneras de vida cristiana, iniciativas interesantes y servicios, que se
añade al conocimiento de otras culturas.
Por supuesto que un tal proyecto adquiere proporciones mayúsculas, si uno se
plantea realizarlo en Tierra Santa, aunque lograrlo suponga alguna dificultad y el
gasto del viaje. Conocí a una señora que fue a Getsemaní, deseando pasar quince
días de retiro, en aquellos austeros y oportunos eremitorios que erigió el italiano P.
Giorgio, pero lo que hizo fue quedarse siete años de voluntaria, con gran provecho
personal y buen servicio, a una minúscula comunidad franciscana. Supe de otra,
esposa de un diplomático y titulación universitaria, que sufriendo la desgracia de
que su marido la abandonase, se recluyó en el pequeño monasterio del desierto de
San Juan, en Ein-Karen. Relajó su mente y su mirada interior, ayudo en las
necesidades cotidianas del recinto, fue descubriendo muchos lugares que le eran
desconocidos de aquella bendita tierra, rodeada de las preciosas pinturas murales
tan típicas de la casa, departió con otras personas que acudían con semejantes
ideales…
He dado un paso adelante y me he situado en esta maravillosa realidad actual, que
es el voluntariado. Continúo refiriéndome a servicios en el mismo país. Un profesor
jubilado ayudaba a informatizar la biblioteca universitaria de la comunidad de la
Flagelación. Encontré a un conjunto joven musical, vareando gratuitamente los
olivos de Getsemaní, de cuyas aceitunas salen los rosarios y los frasquitos de
aceite, que a tantos les gusta llevar a sus casas. Supe de unos jubilados italianos
que adecentaban los caminos y jardines del monte Tabor. Otro, en el monte
Olivete, podaba aquellos días los árboles y recogió los troncos secos, de los que
después se elaboran preciosos recuerdos (confieso que yo soy uno de los que me
he aprovechado de esta colaboración).
Pero, sin ir tan lejos, me encuentro cada día personas con semejante actitud de
servicio en el Cottolengo. Atienden a los allí acogidos, tanto sirviéndoles, como
alegrándoles. Mi voluntariado personal allí mismo, se expresa celebrando misa
durante los 60 días que dura la estancia vacacional de los enfermos, en una
preciosa casa del parque del Montseny que la congregación heredó. (Puede haber
muerto un matrimonio cristiano, pero su generosa herencia continuar colaborando
en el servicio a los pobres o enfermos, para su bien, advierto de paso) .
Otra sugerencia es la peregrinación a un lugar santo. Antiguamente se podía
carecer del dinero que ahora tenemos, pero se era rico en tiempo. Yo no me puedo
permitir el lujo de peregrinar a Compostela andando, debería abandonar durante un
mes mi ministerio sacerdotal, donde estoy anclado y comprometido. Puedo, eso sí,
ir en mi utilitario, viviendo austeramente, alojándome en un albergue, si no soy
capaz de acampar como hacía antes. De esta manera he peregrinado a Compostela,
a Roma, a Taizé. Conocí a un buen sacerdote que con un compañero, marchó a
Jerusalén, llevando en el bolsillo 4.000 pesetas (tal vez hoy equivaldría tal cantidad
a 50€) y desplazándose a pie o en auto stop. Volvieron con el mismo dinero que se
habían llevado. Vivieron de la acogida generosa de comunidades cristianas y hasta
compartieron la mesa del patriarca Atenágoras, que les invitó cuando supo su
hazaña. Ahora bien, sinceramente reconozco que gente así no abunda. (continuaré)