Hacer equipo
P. Adolfo Güémez, L.C.
Alemania. País voluntarioso y ordenado. Inteligente y trabajador. Respetuoso y
emprendedor.
Cuatro veces campeón mundial. Cuatro veces segundo lugar. Tres veces tercero. Jamás ha
estado más allá del octavo. Pero lo relevante de la calidad de su futbol de hoy tiene una
explicación.
Después de haber ganado su tercera copa mundial en Italia 1990, no pudo superar los
cuartos de final ni en 1994 ni en 1998. Y en el 2000, fue incapaz de rebasar la fase de
grupos de la Eurocopa.
Esto fue como un llamado a su conciencia. Debían revitalizar a su selección. Por ello
decidieron invertir, de manera equitativa, en los equipos nacionales, creando escuelas para
educar y desarrollar con una misma filosofía a jóvenes entre los 9 y 19 años. Esa decisión
trajo los frutos que todos pudimos constatar en Brasil.
Así es, debe ser muy hermoso ver al propio país ganar el mundial. Pero ese buen sabor no
se da gratis. Requiere de profesionalismo, paciencia, tesón, planificación y mucha fuerza de
voluntad.
Claro que no estoy revelando un súper secreto. Para cualquier área de nuestra vida –si
queremos que sea exitosa–, hacen falta estos ingredientes. La pregunta sería si estamos
dispuestos a asumirlos. Porque no es fácil hacerlo. Mas, si deseamos en verdad sobresalir,
no hay otro camino que éste.
Se ha hablado hasta la saciedad de que en Alemania no hubo estrellas, sino equipo. Y por
eso lograron lo que lograron.
Pienso que en nuestro país, lo que nos hace falta es precisamente esto: hacer equipo. Las
individualidades ayudan, pero no sacan adelante a una sociedad. De nada nos serviría
contar con grandes personalidades políticas, líderes intelectuales, activistas sociales
intachables, si cada uno de nosotros no está dispuesto a hacer lo que le corresponde.
Muchas veces, lejos de hacer equipo, cuando vemos que otro comienza a brillar, queremos
ponerle zancadillas. Como si llevásemos en el corazón la tendencia a no dejar que el otro
brille.
Tal vez se debe a que no nos damos cuenta de algo: es precisamente en un equipo donde los
individuos llegan a brillar al máximo. Porque, ¿qué sería de Miroslav Klose, máximo
goleador de las copas del mundo, sin un equipo que llevara el balón adelante? Igualmente
Manuel Neuer no hubiera conseguido el guante de oro de no ser por la sólida defensa que le
protegía.
Ha llegado la hora de que aprendamos que, si queremos una sociedad más justa, un país
más avanzado, debemos de trabajar todos juntos para lograrlo. Sólo así nadie será más o
menos, sino que todos formaremos parte del mismo equipo.
Asimismo, un equipo verdadero no piensa solo en sí mismo. Es sabido que la selección
campeona construyó un complejo deportivo de 14 casas con 65 unidades residenciales,
cancha de entrenamiento, gimnasio, restaurante y acceso a la playa, entre otras cosas. El
complejo, llamado Campo Bahía, fue donado para los nativos de Villagge de Santo André.
No para que se le dé cualquier uso, sino para emplearlo como orfanato y escuela de futbol
para menores. Igualmente, los jugadores donaron una ambulancia para el pueblo.
Esa generosidad alemana no se da sólo en los mundiales. De hecho, ellos son el país que
más ayuda a la Iglesia Católica a nivel mundial. Aquí se cumple muy bien aquella verdad
evangélica de que el que da, recibirá en esta tierra el ciento por uno.
Termino comentando un último gesto de los jugadores: la valla que hicieron para que los
argentinos recogieran sus medallas. Los campeones no pueden nublarse, creyendo que los
otros no valen. Para mí, esa valla significa el reconocimiento de los esfuerzos del otro. Los
verdaderos campeones jamás denigran, sino que siempre enaltecen y potencian.
¡Aprendamos a hacer lo mismo!
aguemez@legionaries.org