¿Críticas constructivas?
P. Adolfo Güémez, L.C.
Una de las mayores consecuencias de las redes sociales es que muchos nos hemos
convertido en «opinólogos profesionales». Un teclado lo aguanta todo. Y una pantalla no te
recrimina nada de lo que dices.
¡Qué fácil es criticar a los demás a través de estos medios! No solo a políticos, deportistas o
compañeros, a veces también amigos y familiares. ¡Qué fácil es esparcir opiniones sin
fundamento!
El problema no es sólo que lo escrito, escrito queda, sino que estamos formando una
personalidad amarga, que se alimenta y busca inconscientemente siempre algo más que
criticar.
Y así, pasamos del mundo virtual al real, pensando que tenemos derecho a decirle a todos
sus errores, como si uno mismo no tuviera defectos.
Obviamente la crítica no es un fenómeno nuevo. Es tan antiguo como el hombre. De hecho,
la Biblia está llena de frases muy fuertes que la condenan tajantemente. Entre otras: «No
juzguen, para que no sean juzgados» ( Mt 7, 1); «Si alguien cree que es un hombre religioso,
pero no domina su lengua, se engaña a sí mismo y su religiosidad es vacía.» ( Sant 1, 26)
La crítica jamás será una solución a los problemas. Más bien los empeora. Nunca han
existido –ni existirán jamás– las mal llamadas “críticas constructivas”, eso sería equivalente
a decir que también existen los “terremotos constructivos” o las “bombas constructivas”.
Entonces, ¿qué hacer cuando tengo que corregir a alguien o denunciar una situación
anómala? ¿Qué condiciones debo de cumplir para que mi comentario no se convierta en
una crítica amarga?
Lo primero es distinguir entre un juicio de valor –donde se juzgan las intenciones–, y una
opinión que busca ayudar al otro a darse cuenta de algo que está haciendo mal, pero sin
meternos en el porqué de sus actos.
Es muy cierta esa frase que dice que nadie puede juzgar las intenciones personales, ¡ni la
misma Iglesia! El porqué alguien hace lo que hace, verdaderamente sólo lo sabe él y Dios.
Recuerda, además, que la crítica, por sí misma, es un poderoso corrosivo de las amistades.
Conduce siempre al resentimiento y predispone a no escuchar al otro.
Algo muy distinto es dar un consejo, ofrecer una guía, con el deseo sincero de ayudar y de
seguir caminando juntos. Por ello, antes de decirlo, distingue siempre si lo haces buscando
su bien, o queriendo desahogarte por algo que a ti te molesta.
Otra condición: no busques culpables, busca soluciones. Si tienes que decirle a un amigo o
compañero de trabajo algo que está haciendo mal, termina siempre ofreciendo tu apoyo:
«¿Qué puedo hacer para ayudarte? Busquemos juntos una solución». De esta manera él lo
podrá resolver más fácil y prontamente.
Muy importante: tus comentarios no deben convertirse en chismes ni calumnias jamás.
Hablar mal de alguien a sus espaldas es como despellejarlo. El papa Francisco llega aún
más lejos cuando nos dijo que «los chismes pueden matar, porque matan la fama de las
personas». ¡Esto no es digno de nadie que se precie de ser realmente humano! Si hay que
decir algo, que siempre sea cara a cara. Nada se construye tirando escombros por todas
partes.
Por otra parte, cuando vamos a hablar con alguien para darle nuestra opinión, tenemos que
estar dispuestos a oír también la de él o ella. Saber escuchar el punto de vista del otro nos
ayudará a comprender, a disculpar, y a poder ser un mejor apoyo.
Si alguna vez te equivocas y dejas que la lengua se te vaya, pide siempre perdón, intenta
reconstruir lo que destruiste, y proponte una vez más jamás volver a criticar.
Termino con una frase de Alphonse de Lamartine que merece ser plasmada en bronce: «La
crítica es la fuerza del impotente.» El amor, en cambio, es la fuerza del que todo lo puede.
aguemez@legionaries.org