VIA LACTEA
Padre Pedrojosé Ynaraja
En mis primeros recuerdos de niñez hay dos imágenes que no se han borrado de mi
mente. Me contaron por entonces mirando al cielo, que aquella especie de reguero
de estrellas un poco más luminoso que el conjunto, se llamaba Vía Láctea e
indicaba la dirección de Compostela. Me viene a la memoria también con toda
nitidez la figura de un hombre algo estrafalario en su porte. Estaba cerca de la
estación de Burgos. Vestía una enorme y pesada capa, calzaba un sombrero de
fieltro, con el ala delantera alzada que adornaba una vieira. Se acompañaba de un
bastón largo. Pedía limosna para comer, pero no era un pobre, me dijeron: era un
peregrino. Miraba yo arriba, imaginando que debería el tal hombre esperar a la
noche, para emprender el camino en la dirección que le marcaban las estrellas,
cosa esta que yo no entendía, pues veía aquel borroso conjunto bastante ancho y
desdibujado. Añado que yendo hacia lo que entonces era periferia de la ciudad, me
enseñaron la pequeña ermita de San Amaro, por entonces siempre abierta y
frecuentada por devotos, me dijeron que el santo había sido un peregrino de
Compostela. Cuento esto para que se entienda que la Ruta Jacobea ha sido para mí
siempre seria, santa y misteriosa, para nada mágica, como ciertos aprovechados
autores se atreven a afirmar.
Antes de ponerme a redactar, se me ha ocurrido acudir a Wikipedia, la enciclopedia
libre. Al empezar me he sentido decepcionado. Contenía mucha erudición científica,
que no tenía ninguna relación con mis recuerdos. Finalmente he visto que daba
cuenta, sucintamente, de lo de Camino de Santiago y Vía Láctea, me he
tranquilizado y reconciliado conmigo mismo.
El bachillerato me aportó datos, pero eran datos históricos que debía aprender para
examinarme y que no me entusiasmaban. Fue en la década de los 60, en el viaje al
que vengo haciendo referencia, con seis monjas, brújula y butano, en Vezelay,
encontré en lengua francesa la guía del peregrino. También en esta maravillosa
basílica, en un altar lateral vi una imagen de un peregrino compostelano como
expresión de santidad moderna. Llevaba atuendo semejante al que recordaba de
Burgos en mi infancia. La lectura del libro me encantó. Años más tarde, hablando
en Lourdes con un buen amigo y buen cristiano, oficial del ejército francés, me hizo
referencia emocionada al lugar que hoy me ocupa. Santiago de Compostela, pues,
siempre ha sido para mí cosa seria y nada superficial.
A mi primera visita fui con tienda de campaña y butano, como era mi costumbre.
Paramos 30 kilómetros antes de llegar. Por la noche reflexioné y recé emocionado.
Llegamos de mañana, la imagen de San Francisco,fue lo primero que observé fue
buen inicio. Según se cuenta, aunque no es seguro, el Poverello vino a esta tierra.
Aquí el santo obispo Pedro de Mezonzo, compuso la Salve Regina, que en mi vida
he rezado tantas veces. Recordé algunos de los santos del camino, además de
Amaro y Francisco. Domingo de la Calzada, Juan de Ortega… Yo seguía sus huellas,
les pedí que intercedieran por mí.
Recomiendo mucho la lectura de la guía que he mencionado y que hoy se puede
encontrar por Internet. Forma parte del llamado Codex Calixtinus y su autor es
Aymeric Picaud. Describe y comenta la peregrinación, las dificultades y la
idiosincrasia de los pueblos por los que el viajero pasa. Si critica algunos
comportamientos de las gentes, imagino que escribiría si comprobara hoy que
algunas de aquellas iglesias por las que se cruza el peregrino, cobran entrada.
Perversa iniciativa, visto desde la actitud espiritual del cristiano peregrino, por muy
oportuna iniciativa comercial que se considere.
Sé de algunos, y de alguna entidad organizadora, que se les ha ocurrido recorrer la
vía por tramos. Este año voy hasta tal sitio, camino un tramo y me vuelvo a casa.
El año que viene recorreré haré otro trayecto y volveré a mi domicilio y así, poco a
poco, habré pisado toda la senda. Me cuenta una musulmana que le gusta hacer lo
descrito porque por el camino se encuentra gente con la que hablan y ven paisajes
que desde un tren de alta velocidad no se pueden contemplar. Otro aburrido y sin
saber como ocupar sus vacaciones, se fue en bicicleta, excuso decir que me decía
no tenía ninguna creencia. Se trajo la Compostela como un trofeo de su hazaña. Me
entristece esta banalización, pues no se trata de “hacer” el camino que nada de
particular creo tenga, sino de ir en busca de … Tales iniciativas, pensadas por una
entidad cristiana, como tengo entendido ocurre me parecen de un supremo
infantilismo.
En París, Vezelay, Le Puy, hace pocos días en un minúsculo rincón de la Cerdaña
francesa, exhiben imágenes o señales de que son inicio o paso de la Ruta
Compostelana. Me he encontrado y hablado con gente que desde Bélgica, Alemania
o Francia, van a Santiago y me han explicado su fervor y esperanza al logra su
sueño. Confieso que yo, que he estado muchas veces en Roma, Jerusalén, Belén y
Nazaret, cuando he visitado Santiago, me he sentido enfermo de emoción. Notaba
que se me metía dentro de mí todo el fervor y la esperanza de tantos santos del
camino. Mi ministerio me permite vivir la vocación transitoria de peregrino durante
muy pocos días. He salido el lunes y vuelto el sábado, a bordo de un utilitario se
entiende. Pero he sido fiel a confesar mis pecados y celebrar la Eucaristía
seriamente.
Descendiendo un escalón. No he dejado de mirar el botafumeiro pendulate, dar el
abrazo por la espalda a la imagen del Apóstol y comprarme algún pequeño detalle
de azabache por los alrededores de la plaza de la Inmaculada, como es de rigor. Me
sentía solidario con los millones de peregrinos que viniendo desde lejanos lugares,
también lo habían hecho. Son detalles jocosos si se quiere, pero rico complemento
antropológico de la actitud cristiana.