Sobre el significado de "Padre"
Padre Luis A. Rivero
Arquidiócesis de Miami
¿Se han preguntado alguna vez por qué llamamos “Padre” al sacerdote? Quizás
nunca pensaron mucho sobre eso, pero es un concepto interesante que, como
fieles, debemos entender. Además, es algo que nuestras hermanas y hermanos
cristianos que profesan otro credo, desafían con frecuencia al citar las
Escrituras: “A nadie en el mundo llamen padre, porque no tienen sino uno, el
Padre celestial” (Mt. 23:9).
Sin embargo, sería un error mirar este pasaje con una perspectiva miope, o
utilizar un enfoque fundamentalista. Como sabrán ustedes, que me han
acompañado durante mi jornada hacia el sacerdocio de Jesucristo, recibí este
título el 8 de mayo de 2010, precisamente en el Año del Sacerdocio. Aunque la
jornada fue larga y estuvo acompañada de altibajos (como había mencionado en
mis blogs anteriores), ser llamado Padre es uno de los mejores premios y una
verdadera experiencia en humildad.
Durante el tiempo que he pasado aquí en St. Agnes, en la “Isla Paraíso” de Key
Biscayne, he podido entender con mayor profundidad lo que significa ser Padre.
No es un título que le da poder a los sacerdotes sobre los fieles, o que nos
permite disfrutar privilegios aquí y allá. No es un título que nos permite reinar
sobre el pueblo, o exigir trato especial de manera alguna; eso sería una
distorsión del oficio que se nos ha confiado. En vez, ser llamado Padre es tener
un corazón que palpita en sincronización con el corazón de Cristo: ver con los
ojos de Cristo, amar con el amor de Cristo, sentir y tener misericordia como lo
hizo el mismo Cristo.
Los sacerdotes están llamados por el Señor a servirle, a estar conscientes, a
ejercitar con diligencia, fidelidad, humildad y valentía Su sacerdocio. Cada vez
que alguien se dirige a mí como Padre, en la escuela parroquial, la oficina o en
Village of Key Biscayne, me siento honrado y recuerdo que el Señor me ha
confiado una responsabilidad grave, pero no por mis méritos. Es algo que me
hace sentir honrado y que, a la misma vez, me desafía.
A mis hermanos sacerdotes y a mí se nos ha confiado estar con el pueblo de
Dios en los buenos tiempos y en los malos, en los momentos de crisis espiritual
o emocional, en momentos de gran alegría y de gran confusión. Son muchos los
momentos en que hemos tenido que salir de nuestra comodidad para dar
testimonio del Señor. Como nuestros padres biológicos, debemos nutrir, instruir,
desafiar, corregir, perdonar, escuchar y sustentar a quienes llegan hasta
nosotros. Más aún, tenemos que cuidar sus almas y ofrecerles el alimento que
no perece, un alimento que nos llevará a todos a la vida eterna.
Mis amigos, la jornada es hermosa por aquello que no merezco, pero a lo que he
sido llamado por el Señor: específicamente, a predicar con entusiasmo, fervor y
convicción, continuar el camino hacia la santidad, deteniéndome en el trayecto
en los oasis espirituales que nos rodean.
Ser llamado Padre es encarnar el papel del padre en la parábola del hijo pródigo
(ref. Lc. 15:11-32), reconciliar a los pecadores que se han desviado del camino,
y ofrecer el perdón de Dios. A los sacerdotes se les ha confiado una paternidad
espiritual que va más allá de lo que pueden comprender los sentidos. Esto es
algo que he encontrado directamente desde mi ordenación.
Algunos pueden sentir que, dado el hecho de que uno es joven, o porque tiene
cierta amistad con un sacerdote, es permitido despojarle del oficio que se le ha
confiado, y no llamarle Padre. Al hacerlo, se corta consciente o
inconscientemente el misterio que vivimos, minimizando la dimensión espiritual
de la relación. No importa cuánto tiempo se haya conocido a un sacerdote antes
de su ordenación, o si uno se lleva bien o tiene una gran amistad con él, llamar
Padre a un sacerdote es quizás el mejor servicio que se le puede ofrecer porque,
al hacerlo, ustedes nos recuerdan nuestra gran responsabilidad a la fidelidad y al
cuidado de las numerosas almas que encontramos.
Por eso necesitamos orar por nuestros sacerdotes, no necesariamente para que
seamos eficientes, como nos lo desafía la sociedad, sino para algo más
importante aún: ser fieles al oficio que se nos ha confiado.
¿Pueden recordar los momentos en que han experimentado la paternidad
amorosa de Dios a través de un sacerdote?